Inmediatamente entraron a saco. La incursión de tropas yanquis en Bagdad provocó la desbandada del aparato estatal iraquí, que los nuevos amos imperialistas disolvieron a la brava. El vacío de poder causó tremendas devastaciones, en las cuales la soldadesca estadounidense fue la principal saqueadora, llevándose tesoros arqueológicos que luego han ido vendiendo de tapadillo a los traficantes de arte. Luego empezó otro saqueo, el del petróleo, el de toda la riqueza iraquí. Se destruyó la laboriosa obra patriótica y social del régimen baasista; se privatizó toda la economía y se otorgó a los inversores occidentales un privilegio de extraterritorialidad, convertida Mesopotamia en paraíso fiscal y financiero. Se derrocharon millones de dólares (que se extrajeron de las contribuciones de todos, como tributo impuesto por los yanquis para no vengarse de la poca colaboración ajena al esfuerzo bélico); esos millones de dólares fueron a los bolsillos de las empresas estadounidenses a las que se confió la reconstrucción y, sobre todo, a los de las compañías de mercenarios, como Agua Negra; esas compañías blancas constituyen hoy una de las principales fuerzas del dispositivo de la ocupación militar.
El negocio, sin embargo, ha sido bastante ruinoso. Un país descuartizado, arruinado a sangre y fuego por un cruel agresor que no consigue someterlo no puede ser una fuente de lucro para nadie, ni siquiera para el agresor. Ese agresor ha destrozado y sigue destrozando el país. Ha perpetrado masacres, torturas en masa, desapariciones, devastaciones, ametrallamiento desde helicópteros de las muchedumbres pacíficas, destrucción por bombardeo de arrabales desafectos; ha arrasado ciudades enteras, como Faluga; ha azuzado al enfrentamiento de diversas comunidades confesionales (¡divide y vencerás!), en un país donde había reinado la concordia entre las religiones gracias a un régimen político de nacionalismo secular.
A pesar de todo ese despliegue de atrocidades, de su armamento refinado y de un pavoroso poder destructor; a pesar del empleo de armas químicas contra la población; a pesar del terror en masa, simbolizado por el presidio de Abú Graib; a pesar de la colaboración de las demás potencias imperialistas y de todas las fuerzas reaccionarias; a pesar del entendimiento (precario) con ciertos ayatolás de la secta shií; a pesar de su superioridad aplastante en recursos económicos, militares, técnicos, logísticos; a pesar de la utilización de escuadrones de la muerte conducidos por facinerosos a sueldo; a pesar de la participación de los expertos israelíes en esa campaña de sojuzgamiento; a pesar de todo, los imperialistas yanquis han cosechado sólo una clamorosa derrota.
Derrota es que esa superpotencia militar --al cabo de tres años de guerra ininterrumpida-- no haya conseguido acabar con la insurrección, ni atajarla, ni tan siquiera presentar al mundo un plan creíble de aplastamiento en un plazo verosímil; que no haya logrado dar una mínima apariencia de normalidad; que no haya conseguido poner de acuerdo a las camarillas títeres (lo cual es resultado de la resistencia popular contra la ocupación que reduce el margen de maniobra de esos rufianes). Un día las tropas agresoras estadounidenses sofocan un alzamiento popular en tal sitio, y al día siguiente surge una nueva llamarada insurreccional en tal otro sitio. Las luchas fratricidas que ellos han instigado y fomentado se les vuelven en contra al imposibilitar el funcionamiento de la vida e incluso acabar dificultando el abastecimiento de las tropas de ocupación. El país hierve, se desangra, y la producción de petróleo está por debajo de la de antes de la guerra. La población fue privada de agua y luz por los agresores estadounidenses y el suministro sigue sin restablecerse, salvo esporádica o episódicamente aquí o allá. No hay servicios públicos, donde antes eran eficientes.
Muchas han sido las explicaciones de la agresión yanqui contra Irak: ansia de riqueza y botín; afán de favorecer a su principal instrumento en la zona, Israel; sed de venganza por los estrellamientos aéreos del 11 de septiembre (aunque sea una venganza contra terceros, que no tuvieron arte ni parte en aquello); pretensión de imponer a los demás su propio modelo de organización económica y política. Puede que la explicación sea mucho más sencilla. El imperialismo yanqui actúa llevado por su afán de dominación mundial; por su ánimo de sojuzgar a la humanidad entera al dominio de los EE.UU, desde luego extrayendo de ese dominio todas las ventajas económicas que se puedan sacar. Como sucede a cualquier matón, el ejercicio de la fuerza pasa de ser un medio a ser un fin en sí mismo.
Pasaron los tiempos de gozo triunfal para los yanquis. La gloriosa y heroica guerra de resistencia nacional del pueblo iraquí ha estremecido a la superpotencia imperialista. Están en el atolladero, y no tienen otra solución que largarse. Los iraquíes resolverán sus propios asuntos internos cuando estén libres del cruel ocupante occidental.
ESPAÑA ROJA
Madrid. 19 de marzo de 2006
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