págª mantenida por Lorenzo Peña
Bagdad: tribuna para defender al pueblo de Mesopotamia
La captura de Sadán Juseín
en el 105º aniversario del Tratado de París


por Lorenzo Peña


Copyright © 2003 Lorenzo Peña
Hace exactamente 105 años se firmaba en París el Tratado que ponía fin a la guerra entre EE.UU y España.

Unos meses antes el imperialismo estadounidense había lanzado una inicua agresión contra España para adueñarse de sus provincias ultramarinas, pretextando la dura represión del gobierno de Madrid contra los independentistas cubanos y la voladura del Maine (accidental, al parecer, pero instrumentalizada por la prensa amarilla de Norteamérica para demonizar a España y exaltar los ánimos belicistas).

Era aplastante la superioridad militar norteamericana; España había dejado de ser una gran potencia desde el siglo XVIII, a la vez que EE.UU se habían engrandecido gracias a haber arrebatado a México --en la guerra de 1848-- la mitad de su territorio. Lo mismo hicieron con España en 1898. En ambos casos la agresión fue brutal, sin provocación alguna de la víctima agredida, sin ninguna causa que justificara, ni siquiera en parte, una acometida militar contra un país que no les había hecho nada malo.

El 14 de diciembre del año 1898 los plenipotenciarios del gobierno monárquico español firmaban el humillante e inicuo Tratado de París, sin tener ocasión de discutir ninguno de los términos impuestos a viva fuerza por el triunfador. Una negativa significaba la reanudación de la guerra, en la cual España --desarmada y vencida-- vería a los imperialistas yanquis apoderarse de las Islas Canarias, y tal vez imponer una indemnización impagable. España perdió la mitad de su territorio nacional.

Por diversos motivos apoyaban al imperialismo yanqui los gobiernos colonialistas e imperialistas de Europa (Alemania, Inglaterra y Francia). Fueron baldíos los intentos de la reina regente de España, Dª María Cristina de Habsburgo-Lorena, para impetrar algún respaldo de otras potencias europeas que hiciera a los yanquis al menos mostrarse menos rapaces, menos implacables. Y es que ya había vínculos de negocios entre Wall Street y los círculos financieros de París, Londres y Berlín --igual que hoy; al paso que se despreciaba a los latinos, a los mediterráneos, a los pueblos inferiores del sur, incluido el español.

El 14 de diciembre del año 1898 se proyectaba el imperialismo yanqui como una gran potencia mundial, capaz de aplastar, destrozar y triturar a un pequeño país que a nadie amenazaba pero que varios siglos antes había sido una gran potencia, malquista en la tradición anglosajona protestante.

Exactamente 105 años después obtiene el imperialismo yanqui otro éxito en sus planes de dominación mundial, al capturar a la figura que ha simbolizado durante varios lustros la resistencia antiimperialista, el Presidente de la República de Mesopotamia, Sadán Juseín.

Había sido una semana difícil para los conquistadores estadounidenses en Irak. Por un lado, hasta los mendaces y venales medios de incomunicación del sistema capitalista occidental habían tenido que reconocer el duelo de las familias de unos 18.000 iraquíes que languidecen en las mazmorras militares estadounidenses, sin noticias de los presos; en los pocos casos en los que finalmente se había averiguado algo de los desaparecidos, se sabía que muchos de ellos han sido torturados por los yanquis.

Esa noticia podía ser molesta; resultó fácil de escamotear, gracias a la complicidad obsequiosa de los manipuladores de la prensa reaccionaria.

Peor que eso fueron las múltiples acciones armadas de la resistencia patriótica contra el ocupante y sus secuaces locales, los ayanquizados del marioneta `consejo de gobierno' (una heteróclita amalgama de antipatriotas variopintos: magnates de la mafia financiera, monárquicos, fundamentalistas shiítas, separatistas curdos, pseudocomunistas y otros ingredientes).

Asimismo, hubo una dimisión masiva de un elevado porcentaje del personal seleccionado por el ocupante para formar una fuerza militar auxiliar local; la paga de la traición era tan exigua que no daba ni para comer.

A los 8 meses de la toma de Bagdad por las fuerzas militares de los EE.UU la situación era difícil para el ocupante. Hay efervescencia, inquietud y malestar por no haberse restablecido --salvo en pequeña parte-- los servicios más elementales de suministro que había logrado mantener el gobierno iraquí incluso durante la guerra (salvo los últimos días, al ser bombardeadas las plantas potabilizadoras, las conducciones y las centrales eléctricas por la aviación imperialista).

Aunque fluctuante, el número de atentados contra el ocupante sigue siendo muy alto. Las brutales acciones de intimidación contra la población por parte de las fuerzas yanquis podían haber intimidado a muchos; mas también han provocado rabia y furor en otros, encrespando y enardeciendo el espíritu de la resistencia patriótica.

Ante esa serie de reveses, los EE.UU y sus mercenarios curdos echaron toda la carne en el asador. Y han alcanzado un importante triunfo, capturando a un acorralado Sadán Juseín.

La historia de los conflictos militares ha sufrido una gran evolución desde los tiempos remotos. Antiguamente era corriente someter al vencido a vejaciones; se lo paseaba, atado a un carro de combate, por las calles de la ciudad victoriosa, acosado por las turbas inclementes y delirantes. Ya en la época romana algunos empezaron a humanizar la práctica de la victoria. Al final de la edad media comenzó a establecerse un cierto canon de caballerosidad para con el vencido.

Al igual que en otros campos del derecho internacional, también en éste marca una grave regresión, una ruptura con esa evolución humanitaria, la conducta del imperialismo yanqui, el cual --en su prepotencia y en su autosatisfacción infinitas-- se estima por encima de cualesquiera pautas jurídicas o morales que rijan para los demás.

Prueba de ello es el trato infligido a Sadán Juseín, de una crueldad que difícilmente encuentra precedente en conflictos bélicos de los últimos 4 siglos. Queda como uno de los episodios más bochornosos de la historia el fotografiar y filmar al prisionero acogotado, desamparado, aniquilado, machacado, vapuleado, indefenso, para luego exhibir esas imágenes ante la soldadesca zafia e inmisericorde, excitando la explosión de una algarada de júbilo sádico (con silbidos, alharacas y un ensordecedor griterío).

Será una vergüenza ser derrotado; es infinitamente peor la vergüenza de ser un vencedor así. Esos vencedores no convencen. Pasarán a la historia como lo que son: avasalladores, dominadores que sólo buscan tener a la humanidad de rodillas ante su superioridad financiera, militar, política y (a sus propios ojos) teológico-moral.

Ahora empieza una nueva etapa de la lucha patriótica del pueblo iraquí. Ésta no se detendrá por la caía de Sadán Juseín. Ni cesará la solidaridad de los antiimperialistas del mundo. Al revés, conducirán a un mayor desprestigio del imperialismo yanqui su desfachatez, su saña, su grosería, su brutalidad en esta poco gloriosa hazaña.

De poco le servirán los parabienes de sus compinches, de esos que han acabando arrojando la máscara de la neutralidad: los cabecillas del colonialismo francés y del imperialismo germano; en suma esa unión sagrada de las potencias septentrionales, del campo atlántico blanco-cristiano, del club de los ricos.

Tampoco le servirá de mucho someter a juicio a Sadán Juseín en una parodia pseudojudicial de venganza y de ensañamiento; ese tipo de farsas judiciales ya se han desacreditado con el juicio de la Haya contra Slobodán Milosevich (aparte de las razones jurídico-políticas por las cuales es, en general, totalmente condenable ese recurso a la venganza judicial contra los líderes políticos derrocados --según lo he argumentado en otro escrito, y según lo pusiera de manifiesto Don Luis Jiménez de Asúa hace ya medio siglo).

Es un revés para los pueblos la captura del jefe de la insurrección nacional iraquí; mas no es el fin de la lucha patriótica, igual que los fusilamientos del 2 de mayo no acabaron con la resistencia de los españoles contra la invasión francesa.

Los progresistas de todo el mundo han de expresar su solidaridad para con el líder de la lucha patriótica iraquí y denunciar las humillaciones y los actos de venganza a que lo someten el mando militar estadounidense y sus testaferros.

Lejos de desanimarnos, estos acontecimientos nos dan nuevos motivos para redoblar nuestra denuncia de las mentiras imperialistas y nuestra campaña en pro de la verdad y de la justicia.

Atila, Alarico, Gengis Kan, Tamorlán y otros conquistadores del mismo jaez vencieron, mataron y mutilaron a muchos miles de seres humanos, para imponer un yugo atroz, llevados por el afán de señorear, ejerciendo un dominio bárbaro, no dulcificado ni atemperado por ningún principio de civilización.

Eso mismo hace hoy el imperialismo yanqui, que constituye una terrible amenaza para la cultura humana, para la vida civilizada, para la paz, para el bienestar de la humanidad, para el progreso humano.

Un día en los libros de historia se hablará de las empresas bélicas y conquistadoras del imperialismo yanqui como hoy se habla de sus predecesores, Alarico y Atila, Gengis Kan y Tamorlán.

14 de diciembre del año 2003


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mantenido por:
Lorenzo Peña
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Director de ESPAÑA ROJA