Los conquistadores estadounidenses y sus secuaces monárquicos y fundamentalistas han destrozado la administración estatal iraquí; la cual --durante decenios (y bajo la presidencia de Sadán Juseín)-- había asegurado un cierto grado de equidad social, de redistribución de recursos, de preservación del interés nacional y de eficacia de la organización pública.
Hecho añicos todo ese aparato estatal iraquí; aniquiladas las asociaciones con implantación de masas y proscrito el partido socialista Baas (el único con arraigo popular, salvo las sectas del fanatismo religioso y del separatismo etnicista septentrional); practicada la tortura contra los resistentes en las guaridas militares del ocupante extranjero; la camarilla de paniaguados nombrada por Washington para ostentar el título de `consejo de gobierno' une a su nulidad total, a su desimplantación absoluta, a su alejamiento del país real, del Irak profundo, a su carencia de dignidad y de espíritu nacional, y a su lacayuna sumisión al ocupante yanqui, su corrupción, su venalidad, su desunión interna y su desenfrenada voracidad.
Van a la presa, a saquear el país. Saben que no permanecerán largo tiempo en el poder (un poder que ni siquiera detentan más que titularmente). Sus días están contados.
Masivamente el pueblo iraquí se alza en armas para arrojar a la soldadesca yanqui y dar su merecido a los lacayos del conquistador. Es incontenible la marejada de esa lucha nacional patriótica.
Son palmarios la bancarrota, el descrédito, la impotencia, el fracaso, hasta el ridículo de un ocupante despiadado y cruel, pero chapucero, inepto, incapaz de entender, que va simplemente a por el botín petrolero, una supuesta inagotable ubre de leche merengada que se les ha vuelto estéril e improductiva; es que donde ellos ponen su planta no vuelve a nacer la hierba; porque, para sacar provecho a cualquier cosa, para hacer fructificar una fuente de riqueza, para beneficiarse de una conquista, no basta vencer: hay que convencer, o al menos entender al vencido e inducirlo a someterse con algún incentivo; y de eso no son capaces los imperialistas yanquis, con sus métodos de arrasar a sangre y fuego, de humillar a todo un pueblo, de exterminar a todos sus enemigos.
Con sus bombardeos destruyeron las plantas de potabilización de agua, las centrales de producción eléctrica, los acueductos. Llevan ya medio año dueños de Mesopotamia y la población sigue sin agua, sin luz, sin apenas comida.
Acérrimos adeptos de la libre empresa, del libre mercado, arruinaron todo el sector económico estatalizado (el grueso de la actividad productiva en la República baasista, donde el sector privado venía sujeto a límites estrictos). El resultado ha sido y es el derrumbe de toda la economía del país, un desastre inabarcable. Ya hay hambruna, epidemias, plagas; y no quedarán ahí tales males --causados exclusivamente por la conquista norteamericana-- ni se limitarán sus efectos al interior de las fronteras del país.
Toque de rebato a los capitalistas foráneos para que vengan a forrarse con el chollo y la ganga de las riquezas creadas por el sudor del pueblo iraquí y por la esmerada labor administrativa del gobierno baasista es la medida --recientemente anunciada-- de privatizarlo todo, malbaratar en subasta toda la riqueza del país (salvo, todavía, los hidrocarburos, medio para disimular, medio porque ni aún saben cómo emprenderlo).
De ahí no saldrá nada. Los inversionistas son salvajes, ávidos, ansiosos, malvados y sin escrúpulos; mas tienden a ser --en general-- cautos, mezquinos, timoratos y prudentes para colocar su dinero. Por mucho que salden los bienes públicos del pueblo iraquí los agentes y vasallos del imperialismo yanqui, adquirirlos costará algo. Y ese algo, esos dólares, pocos o muchos, no los va a desembolsar casi ningún financiero, porque el lucro esperado se esfuma en la bruma de la mayor incertidumbre; porque en Mesopotamia no hay gobierno, ni orden público, ni estado, ni servicios públicos de ningún tipo, ni personal capaz de imponer un mínimo de respeto (ya que no de adhesión o de consenso); y aumenta día a día la ebullición patriótica antinorteamericana.
Ya a nadie se le oculta la bancarrota de una conquista costosísima, de una de las guerras más feroces de los tiempos modernos (con casi todos los muertos del lado agredido y vencido, dada su inferioridad técnica y armamentística). El imperialismo yanqui no sacará ventaja alguna de esa aventura --salvo el haber saciado sus instintos de destrucción, sus ganas de hacer el mal por el mal, y de vengarse del mundo; y salvo la acumulación de experiencias técnico-militares y las ganancias de los fabricantes de armas.
El valiente pueblo iraquí lucha por arrojar del país al ocupante norteamericano; los demás pueblos han de luchar en solidaridad con los iraquíes, para respaldar su justa resistencia nacional, para prestarle ayuda y socorro --en la medida de lo posible-- y para hacer ver a los gobiernos (unos más enfeudados a Washington, otros menos) que la opinión pública:
España Roja
Madrid, sábado 27 de septiembre de 2003