por Lorenzo Peña
Ninguno de los despachos que hemos leído u oído (todos ellos emanados de los órganos de propaganda radial o impresa del imperialismo) ha acreditado ninguna irregularidad, ningún desmán, ningún elemento que --siquiera como indicio-- permita presumir la falsedad del escrutinio, salvo la generalidad de que ya se sabe que bajo una dictadura no hay libertad, y que, no habiendo libertad, ni el votante está exento de coacción ni se le brinda la oportunidad de formarse un juicio imparcial, oyendo a unos y a otros.
Será verdad (aunque, si vamos a eso, no poco de lo mismo sucede en las democracias occidentales, y, ¡no digamos! en sistemas partitocráticos como lo es el español actual; la diferencia es meramente de grado).
Mas, claro, de la verdad de una generalidad así no se deduce en absoluto ni qué fiabilidad tenga, o deje de tener, el escrutinio ni en qué medida el resultado refleje, o deje de reflejar, el sentimiento de los iraquíes.
También se ha alegado que los corresponsales de prensa extranjera no pueden indagar libremente. También eso es sin duda verdad, como por lo demás sucede en cualquier parte del mundo; el margen de libertad del periodista está mucho más restringido de lo que nos quieren hacer creer. Mas, pese a tal restricción, lo que es obvio es obvio; y, de haber señales claras de manipulación, trucaje, pucherazo o chanchullo, algo habrían visto que pudiera, si no probarlo, al menos aportar un indicio razonable de que así fuera. Porque no se han quejado los periodistas acreditados de que se hayan restringido sus movimientos.
Ante la falta de razonamientos en que basar el desdeñoso rechazo del resultado electoral por parte de los círculos influyentes del mundo imperialista, se ha acudido al argumento psicológico: sería contrario a la naturaleza humana que se produjera tal unanimidad.
El argumento es falso. No es contrario a la naturaleza humana. Apuntaba el historiador Pierre Vilar cómo en muchos pueblos de Francia se había vivido una unanimidad revolucionaria y republicana en 1789 y 1793 y una unanimidad realista en 1815.
¿No hemos conocido en España muchos fenómenos semejantes en diversas épocas? ¿No hubo pueblos castellanos, en la revolución de las comunidades en el siglo XVI, donde a la unanimidad comunera siguió una unanimidad legitimista al restaurarse el poder del rey Carlos I? ¿Y no se han repetido hechos similares en períodos recientes de nuestra historia?
Hubo en varios momentos de la Italia de Mussolini (sobre todo al ser conquistada Abisinia en 1935) una adhesión masiva y prácticamente unánime en muchos sitios; a esa unanimidad de un signo sucedió una unanimidad de signo opuesto, antifascista, en el momento de la liberación, 1944-45.
Quien tenga experiencia política sabe que en cualquier movimiento, colectivo, grupo o coalición hay una tendencia a seguir al liderazgo, al aparato, tendencia que a menudo se traduce en actitudes de cerrar filas, en adhesiones unánimes. Son variadas las circunstancias que pueden llevar a esas unanimidades: peligro suscitado por adversarios externos, situaciones de carga emocional, o de éxitos espectaculares, o de fracasos dolorosos. Sin duda la psicología de las multitudes es sumamente compleja y poco conocida.
Sabe de qué hablo todo el que haya sido una oveja negra en circunstancias así (y más el que --como el autor de estas líneas-- tenga una vocación a estar toda su vida en una minoría de a uno). Sabe lo aislado que se encuentra uno, cómo se producen, alrededor de uno, esas irritantes y desconcertantes unanimidades.
La unanimidad no es, pues, contraria a la naturaleza humana; al revés; aunque siempre haya, eso sí, alguno que otro discrepante --que la estadística puede permitirse ignorar (uno de cada cien mil, p.ej.)
Y las circunstancias en Mesopotamia explican perfectamente ese volcarse unánime de la gente a apoyar a su dirigente, porque ven en eso un mensaje de rechazo a la amenaza de guerra del imperialismo, a la pretensión de los enemigos históricos del pueblo iraquí de imponerle por la fuerza un régimen fantoche y, ¡encima!, el desmembramiento de facto del país, la secesión de las comarcas con predominio de minorías étnicas o religiosas.
En tales circunstancias muchos regímenes cosecharían un sostén masivo de la población. ¿No justificó la monarquía inglesa --en boca de su prohombre, Winston Churchill-- su negativa a cualquier campaña de boicot diplomático de la sanguinaria tiranía fascista de Franco, en 1945, alegando que ese rechazo extranjero le valdría a Franco la unánime adhesión de los españoles? Y tampoco es que su argumento fuera del todo falaz e infundado.
Unos dirán que todo eso sucede por la tendencia del ser humano a plegarse a la corriente, a unirse al viento que sopla, o a cortejar a los poderosos de turno. Mas, existiendo eso, hay factores mucho más complejos. En los casos pertinentes que nos ocupan, uno de esos factores es el patriotismo.
Esta lectura nuestra se ve confirmada por recientes acontecimientos políticos en la República Iraquí.
Abdul Yabbar Al-Kuvaisí --desde hace 30 años oponente iraquí en el exilio (concretamente en París)-- lidera la denominada `Coalición nacional' iraquí; se lo considera un político de signo «nacionalista» --quiera eso decir lo que quiera.
El congreso constitutivo de tal coalición se celebró, al parecer, en Suecia tras la guerra del Golfo de 1991; uno puede albergar sospechas de algún oportunismo (mas ¿hay político que no sea oportunista?).
En esa coalición participan siete partidos políticos, entre ellos una rama disidente del Baas (el partido gubernamental), el Partido de la Paz en Curdistán y la Corriente Nacional del Partido Comunista Iraquí.
Abdul Yabbar Al-Kuvaisí lucha por un régimen pluripartidista (aunque sabemos que muchas veces los adeptos del pluripartidismo dejan de serlo si un día pasan a ser presidentes o jefes de gobierno). Siempre ha rechazado el sistema político del socialismo baasista que encabeza el Presidente Sadán Juséin.
Esa Coalición Nacional ha acudido incluso a empuñar las armas para derrocar al actual régimen iraquí. Y de hecho parece que aún tiene alguna pequeña fuerza armada insurreccional en el interior del país (a diferencia de las camarillas congregadas en el contubernio de Londres, de las cuales sólo los secesionistas curdos tienen una presencia real en Iraq).
Según el boletín de noticias de Radio Francia Internacional para el Oriente Medio del miércoles 2002-12-16 (retransmitido por Radio Montecarlo), Abdul Yabbar Al-Kuvaisí, al cabo de tres años de contactos con las autoridades iraquíes --desde la emigración--, ha visitado el otro día Bagdad al frente de una delegación de dicha coalición.
En la delegación figuraban también otros miembros de esa alianza política en el exilio (entre ellos un alto oficial del ejército que había hecho defección años atrás). Habrían entablado conversaciones con altos personeros gubernamentales iraquíes.
Abdul Yabbar Al-Kuvaisí --entrevistado por Frédéric Daumont y Emmanuelle Pochez, enviados de RFI en Bagdad-- ha declarado que todos los iraquíes, incluso las fuerzas insurgentes, están unidos en este momento en torno a Sadán Juseín para luchar contra la agresión del imperialismo anglosajón y contra sus lacayos congregados en el aquelarre de Londres.
Según él, el gobierno iraquí está distribuyendo armas a todos los iraquíes para la defensa de la Patria; incluso a los insurrectos, porque sabe que van a apuntar contra el invasor yanqui y no contra las fuerzas gubernamentales.
Ello no lo lleva a suscribir un apoyo a la ulterior continuación del actual sistema político iraquí, sino que desea su reemplazamiento, por vía de cambios políticos internos, por un sistema pluripartidista. Piensa que existen buenas perspectivas para llegar a un acuerdo con el gobierno iraquí a fin de que se autorice la formación de una oposición interna legal que abra la vía a la instauración de ese multipartidismo político.
Al parecer, ya ha recibido permiso para establecer en Bagdad periódicos y órganos de prensa en una línea opositora. Afirma que dentro de 6 meses habrá un tránsito al multipartidismo.
En tales conversaciones y acuerdos han participado diversas fuerzas políticas del exilio patriótico y republicano, las cuales defienden la unidad y soberanía de la república iraquí, rechazando la agresión, la restauración monárquica y el desmembramiento del estado iraquí planeado por Washington y Londres.
Si todo eso es verdad, se desmorona uno de los argumentos con los que el imperialismo pretende justificar su agresión contra la República iraquí para imponer por la fuerza un cambio de régimen, a saber: que en Mesopotamia lo que existe es una tiranía sin respaldo popular, abominada por las masas, mas tan fuerte que les sería imposible a los iraquíes expresar su descontento o sus aspiraciones o hacer oír una voz de protesta; en suma, que allí hay una tiranía insufrible.
En otros escritos he definido la noción de tiranía insufrible, la cual justificaría la insurrección interna, aunque --según lo he señalado en esos artículos-- sólo si, a la vez, se dieran muchas otras condiciones que dotaran a la insurrección de amplio respaldo popular, de perspectivas realistas de éxito y de fundada confianza en que no conducirá a males mayores que los que se quieren curar con ella.
Justificar la insurrección es una cosa. Justificar la invasión foránea es otra. La invasión foránea nunca puede estar justificada por motivos civilizatorios, humanitarios ni de derechos humanos; ni por motivo alguno, como no sea la legítima defensa propia (e.e. la respuesta a una agresión; p.ej. la invasión soviética de Alemania en 1945). Cualquier invocación civilizatoria o humanista para avalar un ataque contra una nación extranjera es una pura falacia, según lo señaló ya en su tiempo nuestro gran jusfilósofo, Padre Francisco de Vitoria O.P.
En la medida en que sean verdaderas las informaciones aquí citadas, en el actual caso de Mesopotamia no hay justificación alguna ni para una insurrección interna ni, menos, para un ataque militar foráneo. Ha de dejarse a los iraquíes seguir sus propias vías.