Albert Escusa
Antonio Gramsci. La situación italiana y las tareas del P.C.I., 1926.
1. INTRODUCCION.
El 26 de febrero de este año apareció en Rebelión el artículo Dilemas del comunismo a caballo entre dos épocas (http://www.rebelion.org/izquierda/jmiras260202.htm), cuyos autores son Joaquín Miras y Joan Tafalla. En él se analiza la situación actual de los partidos comunistas de masas, específicamente el caso español: se constata la decadencia de las formaciones que hasta hoy se reclaman «comunistas» y se extrapola por parte de los autores, que todos los partidos comunistas de masas han superado su momento histórico y están condenados a la extinción. El eje alrededor del cual gira el razonamiento de Miras y Tafalla es que este tipo de partido se habría formado cuando la división del trabajo, propia del capitalismo desarrollado, sentenció a muerte al obrero artesanal. Este obrero artesanal se caracterizaba por desarrollar un trabajo complejo, necesitado de un gran conocimiento técnico -siendo difícilmente sustituíble por otro-, lo que le posibilitaba un alto control sobre el sistema de producción. Esta producción carecía de división entre trabajo manual de fabricación, y trabajo de diseño y organización, todo lo realizaba supuestamente el mismo obrero. Las organizaciones surgidas de la figura del obrero artesanal eran reflejo de este sistema de producción, sin «una división del trabajo que confiriese a una burocracia propia las tareas de dirección.»
Por otra parte, la clase obrera moderna, el proletariado, se formó a partir de la extensión del capitalismo, al perder su carácter artesano y, en consecuencia, su supuesto control técnico sobre la producción. La mecanización convirtió el trabajo artesanal, necesitado de grandes conocimientos, en trabajo simple y repetitivo, y generó un proletariado que no tenía ningún control sobre el proceso productivo. Este, al ser extremadamente simple posibilitaba así la separación entre el trabajo manual, proletario, y el trabajo intelectual, de organización y científico-técnico. Como consecuencia, las organizaciones políticas y sindicales de esta clase obrera reprodujeron esta estructura, dando lugar a la formación de una capa de dirigentes burócratas, profesionalizados, que asumían las tareas de dirección mientras la clase obrera tomaba un papel pasivo sin poder controlar sus decisiones.
Miras y Tafalla afirman que llegamos al final de un ciclo histórico al sufrir la estructura productiva capitalista en los países desarrollados un profundo cambio: se vuelven a necesitar trabajadores que poseen un gran conocimiento técnico, lo que supuestamente, por sí solo vuelve a posibilitar un gran poder sobre el proceso productivo; así se generan nuevas expectativas para la emancipación de la clase obrera, pero sin el concurso del partido comunista de masas que está condenado por la historia a la extinción.
Estas opiniones, que son totalmente respetables, tienen su base en interpretaciones especiales de la historia de la clase obrera y su punto de apoyo en la lectura particular de ciertas tesis marxistas. Uno, que no pretende pasar por un gran teórico, sino que con toda humildad se confiesa un mediocre en debates de este tipo, no puede dejar de mostrarse perplejo ante las interpretaciones que del marxismo ofrecen Miras y Tafalla, a no ser que las obras de los fundadores del marxismo que he consultado sean totalmente falsas. Pero sea esta premisa cierta o no, las consecuencias políticas que se derivan de Dilemas del comunismo son tan importantes que no se pueden dejar de lado sin más. Como yo todavía sigo considerando la obra de Marx y Engels válida para interpretar el mundo y luchar contra el capitalismo (igual que también los autores de Dilemas del comunismo, tal como ellos mencionan en su texto), pienso que se han interpretado algunas tesis de Marx y Engels de manera muy peculiar, lo que requiere una aclaración.
Dado que Miras y Tafalla abarcan una gran cantidad de puntos, los razonamientos de este escrito están estructurados intentando responder a los temas más conflictivos sin seguir el orden del texto debatido.
2. LA EVOLUCIÓN DE LA CLASE OBRERA. LA PRODUCCIÓN INDIVIDUAL Y SOCIAL Y LAS FORMAS POLÍTICAS QUE SE GENERAN.
La división del trabajo y la mecanización, que consistían en la descomposición de un trabajo complejo en numerosos trabajos simples, fueron los causantes del nacimiento de la clase obrera moderna, proceso que ya se dio desde los inicios de la revolución industrial, si bien tardó en propagarse por toda Europa y América.
La mecanización y la división del trabajo fue la consecuencia inevitable del progreso científico y técnico, pero no hay que buscar en él la causa de la separación entre trabajo manual y trabajo intelectual -aunque es cierto que aceleró el proceso-. Desde la aparición de la técnica, en la antigüedad, siempre había existido esta división: en la minería, los trabajadores arrancaban el mineral y los ingenieros dirigían el proceso. En las construcciones, los arquitectos proyectaban y dirigían y los obreros realizaban el trabajo manual. En el campo, ejércitos de jornaleros trabajaban para los terratenientes, dirigidos por agrónomos. Por lo tanto, una gran cantidad de clase obrera siempre ha estado privada de los conocimientos técnicos complejos para trabajar, y es tan clase obrera como pueda ser la clase obrera artesanal del siglo XIX. Y esta clase obrera que solamente cuenta con su fuerza de trabajo también participó en las luchas obreras desde el principio. En caso contrario, no se entendería que una minoritaria clase obrera artesanal hubiera podido ella sola participar en las insurrecciones y los procesos revolucionarios de mediados del siglo XIX. La conciencia marcada por la división entre trabajo manual e intelectual ya estaba presente en la clase obrera desde antes de la revolución industrial, desde las primeras civilizaciones antiguas. No la aparición de la moderna clase obrera la que generó este fenómeno.
La producción de bienes, productos o servicios se puede realizar de dos maneras: producción individual, efectuada por una misma persona que lleva a cabo todo el proceso productivo, o prácticamente todo, y, del otro lado, la producción social, donde el producto o el servicio final ha requerido de la actuación de más de una persona en las diferentes fases del proceso de producción.
El primer caso es típico de la producción artesanal individual o poco mecanizada, propio de la era pre-industrial (feudalismo, capitalismo primitivo): los productos son simples y requieren de baja tecnología, la productividad del trabajo es muy limitada y por lo tanto prácticamente no hay división del trabajo.
El segundo caso aparece con la producción industrializada y mecanizada, dentro de la era moderna, marcada por una elevada mecanización y automatización; los productos son mucho más complejos, requieren una tecnología cada vez más sofisticada y la productividad del trabajo es muy elevada, excepto para las nuevas ramas de la economía que al inicio requieren más obreros que aportan fuerza de trabajo, hasta que los avances técnicos permiten aplicar la mecanización. En todas las ramas de la economía, la tendencia general es que la división del trabajo aumenta constantemente, así como la especialización laboral. Nadie por separado es capaz de fabricar la totalidad de una mercancía compleja (un coche, una televisión, un programa informático, etc.), y en el caso de mercancías simples (elementos de una sola pieza como tuberías de plástico), no se podrían producir de manera individual en las cantidades requeridas para ser mínimamente rentables.
A medida que evoluciona la industria, la producción se hace más especializada y automatizada. Los obreros que trabajan de manera individual, controlando total o parcialmente su producción -agrupados bajo la figura genérica de «autónomos»- son trabajadores cuya producción ni puede ser masiva, ni puede ser sustituida parcial o totalmente por máquinas: obreros de la construcción, pintores, programadores de máquinas de control numérico, etc., pero en cualquier caso representan un número relativamente poco significativo entre los asalariados. La producción adquiere un pleno carácter social, cada vez más acentuado, lo que crea las premisas (aunque no es suficiente) para una expresión política socialista, que lucha por la socialización de la propiedad de los medios de producción y distribución.
Entre la producción cualificada técnicamente pero totalmente individual y la producción mayoritariamente social, se encuentran los sistemas de gremios, institución propia del feudalismo. Los gremios, a medida que se desarrollaba la producción manufacturera, en la transición del feudalismo al capitalismo, fueron la base de la moderna industria. Las industrias, en sus inicios, eran grandes talleres con muy escasa mecanización de la producción; los trabajadores eran maestros artesanos que procedían de los gremios, y los medios de producción, las máquinas, pertenecían a un capitalista. La producción requería todavía de grandes conocimientos técnicos por parte del obrero-artesano, que todavía no estaba sometido a la división del trabajo y a ser un esclavo del movimiento de la máquina.
Las diferentes expresiones del movimiento obrero, tanto sindicales como políticas, hay que buscarlas en la relación producción individual (artesanal)/producción social (asalariada). Dicho de otro modo: cuando la clase obrera era poco desarrollada y predominaba el factor artesanal, pequeño burgués y campesino en su conciencia, típico de un capitalismo poco desarrollado, la conciencia era de propietario individual, con un marcado comportamiento y prácticas individualistas, y las ideologías y organizaciones eran de tipo anarcosindicalista, anarquista o socialista-utopista. Cuando el capitalismo evoluciona hacia la gran empresa mecanizada y automatizada, la clase obrera va madurando y aumenta en número, las clases se polarizan, desaparece el elemento artesanal, pequeño burgués y campesino propio del proletariado primitivo; al mismo tiempo la producción se hace cada vez más social (tanto en una empresa como nacional e internacionalmente por el desarrollo del mercado). La ideología y el comportamiento de los obreros se van haciendo más sociales y colectivos y esas condiciones previas fueron las que posibilitaron la difusión en el movimiento obrero del socialismo marxista o científico, mientras que el anarquismo va quedando relegado a la periferia del capitalismo, en los países capitalistas con menos industria o con clase obrera o menos desarrollada (zonas de Italia, y España hasta 1939).
En el caso español, vemos cómo en el País Vasco y Asturias, zonas de desarrollo de la gran industria y de la minería, con presencia de una numerosa clase obrera, el predominio político y sindical entre los obreros, lo ostentaron las organizaciones marxistas, primero el Partido Socialista Obrero Español y el sindicato socialista Unión General de los Trabajadores, compartido después con el Partido Comunista de España.
Mientras tanto, en lugares donde la industria tenía un carácter más artesanal y pequeño burgués, como en los pequeños talleres de Cataluña, el predominio absoluto hasta 1936 fue del anarquismo, que promovía el «comunismo libertario». Pero, en lo que Miras y Tafalla llaman la «revolución catalana del 36-37» -siendo el anarquismo dueño único del poder-, el «comunismo» practicado se reducía a las colectivizaciones, independientes unas de otras, y a la formación de cooperativas, traspasando así la propiedad de un único capitalista al grupo de trabajadores, cuando no a los comités de empresa, que se comportaban a veces como nuevos burgueses. Incluso hubo algún caso de empresas municipales, de propiedad pública por tanto, que fueron a parar a manos de los comités sindicales de estas empresas, quienes se convirtieron en sus nuevos amos. El sistema entre las diversas unidades colectivizadas en gran parte era el de la oferta y demanda con sus relaciones monetarias y mercantiles, habida cuenta de los relevantes fracasos al suprimir la moneda en esas condiciones y cambiarlo por el trueque de productos. Las numerosas empresas deficitarias -al no ser reconvertidas para las necesidades de guerra- eran subvencionadas por la Generalitat, que se endeudó astronómicamente y provocó una inflación espectacular. Puntualicemos además, que en la «revolución catalana del 36-37», no se dieron muchos casos de lo que Miras y Tafalla analizan como «las últimas resurgencias del obrero poseedor del conjunto del proceso de producción, del obrero artesano capaz de sustituir al capitalista cuando éste por razones que sea (habitualmente por un proceso revolucionario) deja un vacío de poder en la fábrica». En Cataluña, la mayoría de los ingenieros -que no eran precisamente clase obrera en aquella época-, si no se hubieran mantenido en sus puestos, no habrían funcionado las empresas, y hasta se dieron muchos casos de antiguos dueños que debían ser contratados para evitar que se paralizase la producción, ya que en pocas ocasiones los obreros pudieron hacer funcionar las fábricas sin la mediación del departamento técnico. No se pueden idealizar ciertas «revoluciones» si no se quiere caer en las inexactitudes históricas.
3. LOS GREMIOS. ORIGEN, EVOLUCION Y CARACTERISTICAS.
Miras y Tafalla piensan que la producción artesanal y el sistema de instituciones feudales como los gremios eran progresistas respecto a la gran industria porque ellos tenían «la experiencia de control sobre la totalidad del proceso productivo, que incluía la posesión de la totalidad de saberes técnicos y teóricos que intervienen en la producción, la experiencia de su protagonismo sobre la vida civil desde las organizaciones denominadas gremios (no confundir con sindicatos) y demás organizaciones que constituían el entramado que sostenía y reproducía la sociedad civil.»
Esta tesis, desde luego, puede tener toda la legitimidad y la autoridad científica del mundo, pero está en las antípodas de lo que pensaban Marx y Engels acerca de los gremios.
¿Cómo surgen los gremios y qué papel tenían, según Marx y Engels?
«A la organización feudal de la propiedad territorial correspondía en las ciudades la propiedad corporativa, la organización feudal del artesanado. Aquí, la propiedad estribaba, fundamentalmente, en el trabajo de cada uno. (...) Los pequeños capitales de los artesanos sueltos, reunidos poco a poco por el ahorro, y la estabilidad del número de estos en medio de una creciente población, hicieron que se desarrollara la relación entre oficiales y aprendices, engendrando en las ciudades una jerarquía semejante a la que imperaba en el campo.» Además de que el tipo de trabajo era «el trabajo propio con un pequeño capital que dominaba el trabajo de los oficiales de los gremios.» (1)
Los gremios aparecen, por lo tanto, cuando la producción artesanal, siendo fundamentalmente aún de carácter individual, ya empieza a tomar un incipiente aspecto colectivo, social (son los antepasados de las fábricas). Se precisa entonces de una organización económica más compleja, el gremio. Esta organización es propia de una época con una división del trabajo muy escasa y una productividad muy baja debido a lo rudimentario de los medios de producción. Pero, las relaciones en el interior de un gremio distaban mucho de ser ejemplo de solidaridad obrera. Marx y Engels muestran hasta qué punto que los gremios eran una forma específica de explotación del trabajo en el mundo urbano del feudalismo:
«La competencia constante de los siervos fugitivos que constantemente afluían a la ciudad, la guerra continua del campo contra los centros urbanos y, como consecuencia de ello, la necesidad de un poder militar organizado por parte de las ciudades, el nexo de la propiedad común sobre un determinado trabajo, la necesidad de disponer de lonjas comunes para vender las mercaderías, en una época en que los artesanos eran al mismo tiempo commerçants, (...) el antagonismo de intereses entre unos y otros oficios, la necesidad de proteger un trabajo aprendido con mucho esfuerzo y la organización feudal de todo el país: tales fueron las causas que movieron a los trabajadores de cada oficio a agruparse en gremios. (...) La huida de los siervos de la gleba a las ciudades hizo afluir a éstas una corriente ininterrumpida de fugitivos durante la Edad Media. Estos siervos, perseguidos en el campo por sus señores, presentábanse sueltos en las ciudades, donde se encontraban con agrupaciones organizadas contra las que eran impotentes y en las que tenían que resignarse a ocupar el lugar que les asignara la demanda de su trabajo y el interés de sus competidores urbanos, ya agremiados. Estos trabajadores que afluían a la ciudad cada cual por su lado no podían llegar a ser nunca una potencia, ya que, si su trabajo era un trabajo gremial que tuviera que aprenderse, los maestros de los gremios se apoderaban de ellos y los organizaban con arreglo a sus intereses, y en los casos en que el trabajo no tuviera que aprenderse y no se hallara, por tanto, encuadrado en ningún gremio, sino que fuese simple trabajo de jornaleros, quienes lo ejercían no llegaban a formar ninguna organización y seguían siendo para siempre una muchedumbre desorganizada. Fue la necesidad del trabajo de los jornaleros la que creó esta plebe.
La plebe de estas ciudades hallábase privada de todo poder, por el hecho de hallarse formada por un tropel de individuos extraños los unos a los otros y venidos allí cada uno por su parte, frente a los cuales aparecía un poder organizado, militarmente pertrechado y que los miraba con malos ojos y los vigilaba celosamente. Los oficiales y aprendices de cada oficio se hallaban organizados como mejor cuadraba al interés de los maestros; la relación patriarcal que les unía a los maestros de los gremios dotaba a éstos de un doble poder, de una parte mediante su influencia directa sobre la vida toda de los oficiales y, de otra parte, porque para los oficiales que trabajaban con el mismo maestro éste constituía un nexo real de unión que los mantenía en cohesión frente a los oficiales de los demás maestros y los separaba de éstos; por último, los oficiales se hallaban vinculados a la organización existente por su interés en llegar a ser un día maestros. Esto explica por qué, mientras la plebe se lanzaba, por lo menos, de vez en cuando, a sublevaciones y revueltas contra toda esta organización urbana, las cuales, sin embargo, no encontraban repercusión alguna, por la impotencia de quienes las sostenían, los oficiales, por su parte, sólo se dejaran arrastrar a pequeños actos de resistencia y de protesta dentro de cada gremio.» (2)
Por lo tanto, los gremios eran los organismos de producción básicos de las ciudades, con una dinámica particular de lucha de clases y de robo de parte del trabajo que sufrían los oficiales por parte de los maestros artesanos. Esta lucha de clases y la apropiación del trabajo ajeno, estaban limitadas por las normativas corporativistas gremiales, por la débil productividad del trabajo, por el carácter paternalista de las relaciones entre sus miembros y por el hecho de permitir el aprendizaje de un oficio, un preciado tesoro en esa época.
Los gremios producían el trabajo técnicamente cualificado, mientras que el manual y no cualificado quedaba reservado a la plebe. Esta separación del tipo de trabajo produjo también antagonismos entre artesanos y plebe (las capas más bajas de las ciudades). El gremio se comporta hacia éstas como un organismo excluyente cuando no hostil, contando, además, con la organización militar de las ciudades para vigilar sus intereses corporativos.
La estructuración jerárquica de los gremios era de maestros, oficiales y aprendices. Los primeros estaban a la cabeza de la explotación de los oficiales y aprendices. Los gremios no eran según Marx las idílicas «organizaciones culturales» de Miras y Tafalla, sino el lugar de reunión de los pequeños capitales artesanales y el lugar donde se desarrolla una forma específica de explotación del trabajo:
«En la Edad Media, hasta la revolución industrial, existían en las ciudades oficiales artesanos que trabajaban al servicio de la pequeña burguesía y, poco a poco, en la medida del progreso de la manufactura, comenzaron a aparecer obreros de manufactura que iban a trabajar contratados por capitalistas.» (3)
La explotación a los oficiales se realizaba mediante unas relaciones sociales de tipo feudal, que se caracterizan por unos vínculos personales patriarcales y de fidelidad y estructura social corporativa. De los maestros artesanos de los gremios salieron en parte los antepasados de los futuros burgueses propietarios de grandes fábricas.
4. EL COMUNISMO DE LOS OBREROS ARTESANALES.
Estas relaciones de producción feudales, así como sus formas de explotación del trabajo, fueron heredadas por los artesanos modernos, incluyendo los que militaban en la Liga de los Comunistas hasta la década de 1840, que mantuvieron una psicología peculiar, propia de antiguos explotadores que se convierten en explotados:
«La doctrina social de la Liga, con todo lo vaga que era, adolecía de un defecto muy grande, pero basado en las circunstancias mismas. Los miembros de la Liga, cuando pertenecían a la clase obrera, eran, de hecho, casi siempre artesanos. (...) De un lado, el explotador de estos artesanos era un pequeño maestro, y de otro lado, todos ellos contaban con terminar por convertirse, a su vez, en pequeños maestros. Además, sobre el artesano alemán de aquel tiempo pesaba todavía una masa de prejuicios gremiales heredados del pasado», además de que «no eran aún proletarios en el pleno sentido de la palabra, sino un simple apéndice de la pequeña burguesía, un apéndice que estaba pasando a las filas del proletariado, pero que no se hallaba aún en contraposición directa a la burguesía, es decir, al gran capital.» (4)
A pesar de que los maestros artesanos eran pequeños explotadores, Miras y Tafalla insisten: «estudios empíricos revelan que eran los maestros artesanos, propietarios de los talleres, más que los oficiales, los que se decantaban dentro del movimiento democrático por el comunismo».
¿Qué tipo de «comunismo» defendían los artesanos, según Engels?
«Era también inevitable que sus viejos prejuicios artesanos se les enredasen a cada paso entre las piernas, siempre que se trataba de criticar de un modo concreto la sociedad existente, es decir, de investigar los hechos económicos. Yo creo que no había, en toda la Liga, nadie que hubiera leído nunca un libro de Economía. Pero esto no era un gran obstáculo; por el momento todas las montañas teóricas se vencían a fuerza de «igualdad», «justicia» y «fraternidad».» (5)
«Todas estas circunstancias contribuyeron a la callada transformación que se había ido operando en la Liga, y sobre todo entre los dirigentes de Londres. Cada vez se daban más cuenta de cuán inconsistente era la concepción del comunismo que venía imperando, tanto la del comunismo igualitario francés, de carácter muy primitivo, como la del comunismo weitlingiano. El intento de Weitling de retrotraer el comunismo al cristianismo primitivo, (...) había conducido, en Suiza, a poner el movimiento, en gran parte, primero en manos de necios como Albrecht y luego de aprovechados charlatanes como Kuhlmann. (...) Frente a las precarias ideas teóricas anteriores y frente a las desviaciones prácticas que de ellas resultaban, los de Londres fueron dándose cuenta, cada vez más, de que Marx y yo teníamos razón con nuestra nueva teoría.» (6)
El comunismo de los artesanos de Francia, primitivo e igualitarista, más propio de los ideales de la Revolución burguesa de 1789, con sus consignas de «igualdad» y «fraternidad», que de la revolución socialista, no solamente era incompatible con las necesidades que implicaba el desarrollo de la industria moderna y su división del trabajo, en definitiva, con el desarrollo histórico -que producía un aumento continuo de proletarios que no eran artesanos-, sino que además llevaba al movimiento obrero y comunista en brazos de charlatanes y aprovechados.
¿Cómo se produjo la transformación del viejo comunismo francés en el moderno socialismo científico?
El moderno socialismo científico proporcionó al proletariado la base ideológica para formar su partido de masas.
La formación de grandes partidos políticos de masas, ya sean proletarios o burgueses, solamente fue posible, como constata Engels, con el desarrollo de la industria moderna, que acelera los antagonismos de clase y provoca la agrupación de estas clases en entidades políticas.
«Viviendo en Manchester, me había dado yo de narices con el hecho de que los fenómenos económicos, (...) son, por lo menos en el mundo moderno, de una importancia decisiva; vi que esos fenómenos son la base sobre los que nacen los antagonismos de clase, en los países en que se hallan plenamente desarrollados gracias a la gran industria, (...) constituyen a su vez la base para la transformación de los partidos políticos, para las luchas de los partidos. (...) Marx, no so sólo había llegado al mismo punto de vista, sino que lo había expuesto ya en los Deustch-Französiche Jahrbürcher (Anales Franco-Alemanes, n.d.a.) en 1844. (...) Cuando visité a Marx en París, en el verano de 1844, se puso de manifiesto nuestro completo acuerdo en todos los terrenos teórticos, y de allí data nuestra colaboiración. Cuando volvimos a reunirnos en Bruselas, en la primavera de 1845, Marx, (...) había desarrollado ya, en líneas generales su teoría materialista de la historia.» (7)
Este hecho transcendental marca la evolución de unos Marx y Engels todavía idealistas, y en política todavía demócratas-revolucionarios, a unos Marx y Engels materialistas, es decir, socialistas revolucionarios y plenamente «marxistas». Veamos ahora qué pensaba Gramsci, el comunista «diferente» (palabras de Miras y Tafalla), sobre los artesanos y el futuro socialismo:
«Roto el Estado burgués, rota la organización de que el capitalismo financiero se sirve para monopolizar a favor de sus intereses a todo el trabajo y toda la producción, el artesano puede intentar servirse del gobierno socialista para desarrollar su tienda, tomar obreros a jornal y convertirse en industrial; si el gobierno proletario no se lo impidiera, entonces ese artesano podría convertirse en un rebelde, declararse anárquico, individualista, o qué sé yo, y formar la base política para un partido de oposición al gobierno proletario.» (8)
Marx y Engels emplearon la terminología de «socialismo pequeño burgués» para caracterizar al socialismo de los partidarios de los gremios y las relaciones feudales:
«El contenido positivo de este socialismo consiste, bien en su anhelo de restablecer los antiguos modos de producción y de cambio, y con ellos todas las antiguas relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua, bien en querer encajar por la fuerza los medios modernos de producción y de cambio en el marco de las antiguas relaciones de propiedad (...). En uno y otro caso, este socialismo es a la vez reaccionario y utópico.
Para la manufactura el sistema gremial; para la agricultura, el régimen patriarcal: he ahí su última palabra.» (9)
5. EL CONCEPTO DE «SOCIEDAD CIVIL» DESDE EL MARXISMO.
El término «sociedad civil» es muy abstracto y por ello es susceptible de ser utilizado de manera muy ambigua. Si se pretende estudiarlo desde la perspectiva de la obra de Marx y Engels, habría que empezar por aclarar que el marxismo separa el concepto de sociedad civil del concepto de Estado, únicamente como método de análisis social, nunca como entidades independientes en la lucha de clases. Marx y Engels siempre basaron sus propuestas políticas en el estudio de las contradicciones del capitalismo, entendido como una forma de producir mercancías que genera unas relaciones sociales determinadas así como un tipo de Estado propio; nunca elaboraron propuestas donde la «sociedad civil» fuera el escenario privilegiado de la lucha política de la clase obrera, ya que ellos pusieron de manifiesto que el Estado es el órgano de la dictadura de la burguesía y no puede quedar al margen de la lucha de clases. La lucha solamente dentro de la sociedad civil es puramente de tipo laboral y económica, no puede tener muchos aspectos políticos de alternativa al sistema capitalista porque el contenido político fuerte se halla en los Estados, a salvo de un peligro generado por una lucha de clases aguda en la sociedad civil, como las huelgas económicas que pueden degenerar en políticas.
Según Marx y Engels, la sociedad civil «abarca todo el intercambio material de los individuos, en una determinada fase de desarrollo de las fuerzas productivas. Abarca toda la vida comercial e industrial de una fase y, en este sentido, trasciende de los límites del Estado y de la nación. (...) La sociedad civil en cuanto tal sólo se desarrolla con la burguesía» constituyendo «la organización social que se desarrolla directamente a base de la producción y el intercambio, y que forma en todas las épocas la base del Estado y de toda otra superestructura idealista». (10)
Al Estado le pertenece la administración pública, la policía, el ejército, la justicia, algunos servicios sociales (educación, sanidad), y en algunos casos un sector económico público (Correos, Renfe).
Dentro de la sociedad civil se encontrarían todos los aspectos que no forman parte del Estado. Este sería todo el sector económico privado y sus relaciones de capitalistas y asalariados, unas manifestaciones ideológicas determinadas (religión, producción cultural, partidos políticos y sindicatos), y todas las relaciones sociales producidas al actuar combinados estos elementos. En el capitalismo, las relaciones sociales vienen dadas por la existencia de explotadores y explotados que genera una lucha de clases de diferente tipología e intensidad según el período histórico considerado.
¿Qué aspectos de la «sociedad civil cotidiana» pueden controlar los trabajadores? Teniendo en cuenta que en una sociedad civil capitalista la hegemonía de valores y poder está en manos de la clase explotadora, la burguesía, poco margen le queda a la clase explotada para controlar aspectos de la sociedad civil.
Reproducir sociedad civil bajo el dominio de la burguesía es reproducir sociedad civil burguesa. Intentar construir una sociedad civil «alternativa» en medio de esta dominación de clase es casi imposible por dos limitaciones importantes:
Cuando las clases explotadas, mediante múltiples organizaciones obreras y populares, han conseguido introducir una cuña en la granítica hegemonía burguesa, la burguesía abandona la «sociedad civil» y recurre al Estado: comienza la represión, la ilegalización, las campañas públicas calificando a los anticapitalistas de terroristas y, en ausencia de una organización política con suficiente fuerza e implantación, que los coordine y dirija desde una óptica revolucionaria, la mayoría de estos movimientos han acabado destruidos, debilitados y descompuestos. Así ha pasado o pasa con movimientos tales como los campesinos sin tierra, organizaciones de desempleados, movimiento «okupa», etc. Queda patente que la «sociedad civil alternativa» siempre estará determinada por el poder de la burguesía, que en última instancia posee los medios represivos de su Estado, ejerciendo con él su dictadura de clase. La única manera de desarrollar plenamente la «sociedad civil alternativa» de los trabajadores y capas populares, es luchando contra el máximo poder colectivo de la burguesía, el Estado. La conquista y destrucción del Estado burgués es el único camino para crear las condiciones de desarrollo pleno de una «sociedad civil alternativa». Y cuando los trabajadores hayan dado este golpe, necesitarán un Estado propio para evitar que la burguesía se organice en su «sociedad civil alternativa» contra el poder obrero y popular, necesitará el Estado de la Dictadura del Proletariado.
Considerar la sociedad civil como un bloque pétreo e indivisible donde solamente aquí tienen lugar las luchas políticas es antidialéctico porque se obvia la lucha de clases, y además es idealista porque desconoce la acción represiva del Estado capitalista contra la clase obrera.
6. EL PAPEL DE LA CONCIENCIA Y LA TEORÍA EN EL MOVIMIENTO OBRERO.
Según Miras y Tafalla, «el pensamiento político democrático revolucionario es el resultado de la experiencia individual de explotación, la cual induce a quien la siente a la organización política.»
La «experiencia individual de explotación» no induce para nada al «pensamiento político democrático». No tiene nada que ver democracia con ausencia de explotación. En situaciones formalmente más democráticas puede haber mucha más explotación que en regímenes menos democráticos y corporativistas que buscan la «paz social». Frente a la explotación, un obrero no piensa en la democracia, ni mucho menos en organizarse políticamente, ni siquiera sindicalmente. Y la prueba la tenemos en que los sectores de la clase obrera más explotados (jóvenes y mujeres con contratos precarios, salarios bajos, inmigrantes, desempleados) son los que presentan un menor índice de afiliación sindical y militancia política, hasta tal punto que la gran mayoría de afiliaciones se han conseguido sólo en el momento en que los sindicatos han ofrecido cobertura jurídica y legal a estos sectores cuando han surgido problemas (despidos, etc.)
La realidad no funciona de manera tan mecanicista. Ante la explotación, un obrero opta por dos soluciones:
Hasta la aparición de las doctrinas socialistas, la lucha de los obreros, cuando se producía, se limitaba a luchas laborales (empleo y salarios). Primero mediante el sabotaje, destruyendo máquinas que suplían la necesidad de trabajadores. Después, cuando se elevó el grado de conciencia, a través de sindicatos, para negociar con la burguesía de qué manera se vendía la fuerza de trabajo (salarios, horarios, etc.). Finalmente, gracias al marxismo, por una alternativa a la sociedad capitalista. Es sabido que muchos sindicatos han acabado por tener una dinámica propia en la que su actividad se justifica como un fin en si mismo: hacerse insustituibles en la negociación por el precio con el que los obreros venden su fuerza de trabajo, aunque sea a costa de perjudicar a los que venden la fuerza de trabajo, cuando aceptan reformas laborales, etc.
La conciencia política revolucionaria no es «una posibilidad que se desarrolla a partir del pensamiento cotidiano, «natural», inherente a cada individuo». No es con este individualismo como se forjó la conciencia política de la clase obrera. El pensamiento cotidiano en el medio burgués es plenamente individualista o como mucho economicista (luchas sindicales). El «pensamiento cotidiano» tiende al interés puramente económico: unas horas extras de más para pagar los créditos al banco, para aumentar las posibilidades de consumo, luchas para un aumento de un punto más en el convenio colectivo, etc., muy diferente a luchar por aspectos políticos como la readmisión de compañeros despedidos o contra las privatizaciones. Lo que influye en la toma de conciencia no es el pensamiento individual, sino que el trabajador perciba en su centro de trabajo la práctica del colectivo en su lucha (o su ausencia de lucha) diaria contra el capital.
Las doctrinas políticas, tanto anarquistas como socialistas, fueron introducidas desde el exterior de la clase obrera. Fue necesario, desde los primeros socialistas utópicos, empezar a estudiar las relaciones de producción capitalistas para obtener una respuesta a la situación de la clase obrera, y para estar en condiciones de elaborar estrategias adecuadas para el movimiento obrero. Hasta tal punto se introdujo desde el exterior estas doctrinas, que los más importantes pensadores socialistas y comunistas (Owen, Fourier, Marx, Engels) procedían de las filas de la burguesía, tradición que se ha mantenido en gran medida durante todo el siglo XX. Y no hablemos ya del anarquismo, cuyos teóricos, Bakunin y Koprotkin, venían de la aristocracia rusa.
Si «el desarrollo de la conciencia se le confía a la experiencia vital de cada individuo» nunca podría ser modificada por aspectos externos a la misma, porque los mecanismos alienantes de la burguesía moldean la conciencia para perpetuar la explotación y el dominio. Y en un medio social y cultural dominado por la hegemonía de valores burgueses -tanto en 1848 como ahora, solamente que bajo otras formas y condiciones- sería imposible espontáneamente poder pensar en luchar contra la explotación, menos aún tener proyectos políticos antagónicos.
La clase obrera de carácter artesanal francesa ya era una minoría en 1848, condenada a desaparecer por el avance de la división del trabajo y la mecanización, si bien era la más activa políticamente. Pero era activa porque todavía conservaba tradiciones políticas generadas durante la revolución burguesa de 1789 y la de 1830: «igualdad», «libertad» y «fraternidad», consignas de la burguesía revolucionaria. Como se sabe, las propuestas políticas e ideológicas de estas revoluciones burguesas hay que buscarlas fundamentalmente en los filósofos de la Ilustración como Voltaire. No nacieron por generación espontánea en el cerebro individual de cada burgués gracias al «pensamiento cotidiano», igual que tampoco las ideas políticas socialistas no nacieron espontáneamente en obreros industriales como si fuera una revelación.
Desgraciadamente para la clase obrera, la realidad es mucho más compleja, dialéctica y variada y no tan mecánica y esquemática.
7. LA DEMOCRACIA, EL ESTADO Y LA DICTADURA DEL PROLETARIADO.
La lucha por la democracia en el marxismo es una lucha necesaria en la etapa, históricamente superada en casi todo el mundo, de revoluciones burguesas contra el feudalismo, ya que se entendía que la república democrática era el último nivel antes de la revolución socialista: «la democracia vulgar que ve en la república democrática el reino milenario y no tiene la menor idea de que es precisamente bajo esta última forma de Estado de la sociedad burguesa donde se va a ventilar definitivamente por la fuerza de las armas la lucha de clases.» (12)
Según el marxismo, el Estado es el aparato de coerción y de dominio con el que las clases explotadoras someten a las explotadas. Y la lucha por el socialismo pasa por la destrucción revolucionaria del Estado burgués y su sustitución por el Estado obrero, que tendrá su tiempo de vida en el período histórico llamado dictadura del proletariado, hasta su progresiva extinción en el comunismo cuando deje de tener funciones represoras. Por ello, no es cierto que Marx y Engels tuvieran una posición absoluta contra todo tipo de Estado, sino que estaban contra las posiciones políticas que se limitaban a reclamar del Estado burgués medidas reformistas. Es por ello que elaboraron la tesis de la dictadura del proletariado, siendo la más importante del marxismo; gracias a ella, sumada a la acción de un partido independiente, la clase obrera deja de ser un apéndice de los partidos burgueses y madura plenamente su propio proyecto político, su proyecto de Estado como etapa histórica de transición al comunismo en la que todavía subsisten luchas de clases:
«Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado. Pero el programa no se ocupa de esta última ni del Estado futuro de la sociedad comunista.
Sus reivindicaciones políticas no se salen de la vieja y consabida letanía democrática: sufragio universal, legislación directa, derecho popular, milicia del pueblo, etc. Son un simple eco del Partido Popular burgués, de la Liga por la Paz y la Libertad. Son todas ellas, reivindicaciones que, cuando no están exageradas hasta verse convertidas en ideas fantásticas, están ya realizadas.» (13)
«Los obreros no se deben dejar desorientar por la cháchara democrática acerca del municipio libre, la autonomía local, etc.» (14)
«Los obreros deberán llevar al extremo las propuestas de los demócratas, que, como es natural, no actuarán como revolucionarios, sino como simples reformistas.» (15)
8. EL PROBLEMA DEL PODER Y LA ORGANIZACIÓN POLITICA EN MARX Y ENGELS.
El poder ha sido el auténtico caballo de batalla de las grandes confrontaciones históricas, concentrado en última instancia en el Estado; por ello Marx y Engels creían que la clase obrera debía lanzarse a su conquista y destrucción, combinando métodos pacíficos con violentos. Para Miras y Tafalla, en cambio, «el terreno privilegiado de la política no es el estado ni las instituciones si no la sociedad civil», escamoteando así enfrentar el auténtico problema, qué hacer con el Estado como lugar donde se concentra el poder de las clases explotadoras y de donde brota todo tipo de violencia y represiones contra los explotados, ya que la policía y el ejército no se han privatizado y por lo tanto aún no pertenecen a la sociedad civil, siguen siendo parte fundamental del Estado.
Si Marx y Engels hubieran asumido las tesis que Miras y Tafalla les colocan acerca del Estado y el partido, no hubieran sido los fundadores del socialismo científico, hubieran fundado el «anarquismo científico». Afortunadamente, ellos sabían la gran importancia que tenía para la clase obrera una organización política de vanguardia y de combate:
* Miras y Tafalla: «Esta concepción de Marx y Engels no consistía en constituir una institución de vanguardia cuyo papel fuera guiar desde el exterior la conciencia de las masas, sino en articular una organización horizontal y abierta que generase el auto desarrollo de las individualidades participantes.»
* Engels, 1852: «La organización del Partido Comunista de vanguardia en Alemania [DONDE MILITABAN MARX Y ENGELS] fue de esta índole. Según los principios de su Manifiesto (publicado en 1848), y con las tesis de la serie de artículos sobre Revolución y contrarrevolución en Alemania, publicados en The New York Daily Tribune, este partido jamás se forjó ilusiones de que podría hacer cuando quisiera y como se le antojara la revolución que ponga en práctica sus ideas.» (16)
Ya en tiempos del Manifiesto del Partido Comunista (no es por casualidad que le llamaran «del Partido»), los fundadores del marxismo tenían claro la necesidad de un partido de clase y de vanguardia, muy diferente a la «concepción horizontal y abierta» que promueven Miras y Tafalla.
¿Por qué creían en un Partido de clase y de vanguardia y no en «organizaciones horizontales y abiertas» para la lucha política de la clase obrera?
«Cuando la pequeña burguesía democrática es oprimida en todas partes, ésta predica en general al proletariado la unión y la reconciliación, le tiende la mano y trata de crear un gran partido de oposición que abarque todas las tendencias del partido democrático, es decir, trata de arrastrar al proletariado a una organización de partido donde han de predominar las frases socialdemócratas de tipo general, tras las que se ocultarán los intereses particulares de la democracia pequeño burguesa (...). Semejante unión sería hecha en exclusivo beneficio de la pequeña burguesía democrática y en indudable perjuicio del proletariado. Este habría perdido toda su posición independiente conquistada a costa de tantos esfuerzos y habría caído una vez más en la situación de simple apéndice de la democracia pequeño burguesa.» (17)
«Tan pronto como los nuevos gobiernos se hayan consolidado un poco comenzarán su lucha contra los obreros. A fin de estar en condiciones de oponerse enérgicamente a los demócratas pequeño burgueses es preciso ante todo que los obreros estén organizados de un modo independiente y centralizados a través de sus clubs.» (18)
«Pero la máxima aportación a la victoria final la harán los propios obreros alemanes cobrando conciencia de sus intereses de clase, ocupando cuanto antes una posición independiente de partido e impidiendo que las frases hipócritas de los demócratas pequeño burgueses les aparten un solo momento de la tarea de organizar con toda independencia el partido del proletariado.» (19)
Por supuesto que Marx y Engels no pensaban en un partido donde un núcleo de elitistas iluminados poseen la verdad y las ideas geniales para llegar al comunismo. Ellos entendían el Partido como una organización de combate por el poder, pero también como una escuela, donde se ofrecía una visión científica del mundo y de las luchas sociales y políticas, y se caminara en el acercamiento entre dirigentes y dirigidos para evitar la formación de capas de burócratas separados de las masas; además era la herramienta más importante para la Revolución y para que la clase obrera aprendiera a gobernar cuando conquistara el poder político. Tenían muy claro la importancia del estudio, de la formación y de la teoría, a la que se aplicaron durante toda su vida, como condición indispensable para difundir las ideas políticas entre las masas: «la preparación de tal movimiento no puede ser objeto de la Liga de los Comunistas más que propagando las ideas comunistas entre las masas.» (20)
Ya en el primer partido donde militaron los fundadores del marxismo había organismos centrales de dirección. En el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas ellos expresan su rechazo a «algunos círculos y comunidades (que) han ido debilitando sus conexiones con el Comité Central y terminaron por romperlas poco a poco. Así pues, mientras el partido democrático, el partido de la pequeña burguesía, fortalecía más y más su organización en Alemania, el partido obrero perdía su única base firme, a lo sumo conservaba su organización en algunas localidades, para fines puramente locales, y por eso, el movimiento general, cayó por entero bajo la influencia y la dirección de los demócratas pequeño burgueses.» (21) Para la organización militar «los obreros deben tratar de organizarse independientemente como guardia proletaria, con jefes y un Estado Mayor Central elegidos por ellos mismos»; por último, «después del derrocamiento de los gobiernos existentes, y a la primera oportunidad, el Comité Central se trasladará a Alemania, convocará inmediatamente un Congreso, ante el que propondrá las medidas necesarias para la centralización de los clubs obreros bajo la dirección de un organismo establecido en el centro principal del movimiento. La rápida organización de agrupaciones -por lo menos provinciales- de los clubs obreros es una de las medidas más importantes para vigorizar y desarrollar el partido obrero.» (22)
A medida que el Estado capitalista se perfeccionaba y se hacía más poderoso su aparato represivo, se hacía necesario un perfeccionamiento de las tesis del partido político, pero esta tarea no se realizó hasta la época del imperialismo por Lenin y Gramsci entre otros.
¿Qué opinión tiene el comunista «diferente» acerca de la importancia máxima del Partido?
Gramsci siempre se ha pronunciado a favor de un partido proletario de vanguardia. Más aún, Gramsci asumió con todas las consecuencias las concepciones marxistas-leninistas del Partido, del Estado y de la Revolución, igual que siempre apoyó las tesis de la III Internacional. Entraría pues dentro de lo que despectivamente se clasifica hoy como «comunista ortodoxo». Hay numerosos escritos donde desarrolla el tema de la centralidad del partido, de su carácter imprescindible para la revolución (temas muy bien desarrollados en el artículo publicado en Rebelión Gramsci y el capitalismo contemporáneo, por Rubén Zardoya), en fin, de todos los tópicos que hoy salen en contra de los partidos de vanguardia de la clase obrera, y que curiosamente tanta difusión tienen. En palabras de Gramsci:
«La transformación de los partidos comunistas, en los que se concentra la vanguardia de la clase obrera, en partidos bolcheviques, se puede considerar, en el momento actual, como la tarea fundamental de la Internacional Comunista. Esta tarea se ha de poner en relación con el desarrollo histórico del movimiento obrero internacional, en particular con la lucha que en su interior se desarrolla entre el marxismo y las corrientes que constituían una desviación de los principios y de la práctica de la lucha de clases revolucionaria.» (23)
9. EL EFECTO DEL REVISIONISMO Y EL PAPEL DE LA «DEMOCRACIA» BURGUESA EN LA DEGENERACION DE LOS PARTIDOS REVOLUCIONARIOS.
Los partidos obreros del siglo XIX y del siglo XX no fueron pensados como una reproducción de la división de trabajo capitalista. Marx y Engels (y sus sucesores como Lenin y Gramsci) siempre tuvieron claro que los dirigentes obreros debían salir de la clase obrera, que la liberación de la clase obrera solamente podía ser obra de ella misma, y que constantemente se debía elevar su nivel intelectual, priorizando la formación y el estudio de los militantes. No es cierto que fueran pensados como «delegación en representantes sin poder controlar sus decisiones». Si estos partidos obreros no hubieran tenido fuertes vínculos con las masas no hubieran podido participar en las luchas obreras, hubieran sido simplemente generales sin ejército, sin ninguna fuerza y sin ninguna victoria histórica. Muchos de estos partidos si que se convirtieron en aparatos burocráticos y elitistas, pero eso no significa que todos los partidos ni en todos los momentos históricos hayan sufrido este proceso. Sería más adecuado afirmar que ha sido la negación de los principios de Marx, Lenin y Gramsci los que han favorecido este proceso, aprovechado por la enorme desaparición de los mejores cuadros en la guerra civil, la represión y el exilio que favoreció el ascenso de sectores pequeño burgueses y arribistas a las direcciones de estos partidos: el señor Josep Piqué, ministro de Aznar, fue ex militante del PSUC, y así hay muchos otros casos.
Miras y Tafalla utilizan los fenómenos negativos que siempre se pueden dar por influencia de la burguesía para negar la necesidad de un partido dirigente de clase, obviando la lucha de líneas que se produce en los partidos revolucionarios entre la línea revolucionaria, proletaria, y la línea reformista o revisionista, impregnada de ideología pequeño burguesa y reformista que conduce a la degeneración. Para ellos la división está entre la masa de militantes -obreros manuales, incultos e incapaces de asimilar y elaborar el más insignificante trabajo teórico y de asumir tareas de dirección- y los dirigentes «una burocracia propia (para) las tareas de dirección», confundiendo cualquier dirección con burocracia: una postura totalmente anarquista. Pero ¿cuántos dirigentes de los partidos comunistas no murieron como mártires, cuando podían haber escogido la vida fácil? ¿No es un insulto llamar «burócratas» a los que se sacrificaron y hasta entregaron sus vidas por la Revolución, muchos de ellos simples obreros y campesinos?
El primer fenómeno serio surge tras la muerte de Engels. La dirección del partido socialista alemán es ocupada por dirigentes oportunistas que manipulan ciertas tesis de Marx y Engels, utilizadas en sentido reformista y antirrevolucionario. Esto da lugar al inicio de la degeneración de este partido socialista, iniciando además el fenómeno moderno de la fusión de los partidos reformistas socialdemócratas (y actualmente también los ex comunistas) con el aparato del Estado, fenómeno al que no han sido ajenos los sindicatos que estaban en la órbita de estos partidos:
«El éxito creciente del partido socialista en las elecciones al Reichstag constituía para él una continua confirmación (...) de su realidad como una «nación» diferente. Pero, al mismo tiempo, y en virtud de este éxito logrado a través de la práctica del sufragio universal masculino, el partido socialdemócrata fue revisando su posición respecto al Estado y respecto a su propia teoría de la revolución, según la cual era necesario e inevitable la destrucción del Estado presente. En esa labor de revisión adquirió forma la idea de que se podía transformar el Estado desde dentro y de que se lo podía convertir en el Estado nacional que los socialistas pensaban, es decir, un Estado nacional sólidamente asentado en la soberanía popular y no ya instrumento de la clase dominante.
Fue Eduard Bernstein quien, en los años 90, inició en el seno del partido socialista este importante debate sobre la revisión de algunos principios marxistas. (...) Uno de los principios que Bernstein sometió a revisión fue precisamente el del sentido del Estado nacional para la clase obrera y para la construcción del socialismo. (...)
Kautsky entendía que el proletariado debía comprometerse con la burguesía en la defensa de la «independencia y de la autonomía» de su nación (...).
Bernstein (...) criticó fuertemente la tesis del Manifiesto comunista de que «el proletariado no tiene patria», tesis con la que se había fundamentado un internacionalismo revolucionario, para el que la nación era producto de la burguesía. Para Bernstein esta tesis había perdido ya gran parte de su verdad y seguiría perdiéndola a medida que el obrero se convirtiera realmente en ciudadano, en un elector, en un miembro participante de la nación. (...) El Estado nacional alemán, pudo así ser entendido por Bernstein como una comunidad englobante de todas las capas sociales, que no era ya propiedad de una sola clase. (...) Los socialistas podían conquistar para todos la patria que todavía no existía, una patria caracterizada por la igualdad de derechos e instituciones democráticas. Esta posición de Bernstein implicaba, en definitiva, una plena aceptación del sistema político (...) y una integración en el mismo, para forzar su democratización y, a través de la democracia, realizar el socialismo.» (23)
Así, con la adulteración y manipulación de los principios de Marx y Engels, con el abandono de su tesis más importante (la necesidad de un período histórico llamado dictadura del proletariado), los partidos socialdemócratas se fueron transformando en simples partidos demócrata burgueses de tendencia nacionalista, envueltos en un discurso obrerista. Y el punto culminante de esta posición nacionalista la encontramos en los apoyos que prestan a sus burguesías en todos los conflictos: guerras mundiales, guerras coloniales, guerras anticomunistas, guerra contra Iraq, contra Yugoslavia, etc. En todos los conflictos imperialistas los socialdemócratas son la vanguardia de la burguesía europea: Felipe González, Javier Solana (ex secretario general de la OTAN), Jospin en Francia, etc. Y esta posición de vanguardia burguesa, de ala izquierda del imperialismo europeo ha sido conquistada por métodos... «democráticos».
Gramsci «el diferente» analiza también el fenómeno del revisionismo:
«Tras la victoria del marxismo, las tendencias de carácter nacional de las que había triunfado, trataron de manifestarse por otro camino, reapareciendo en el propio seno del marxismo en forma de revisionismo. Este proceso se vio favorecido por el desarrollo de la fase imperialista del capitalismo. Estrechamente relacionado con este fenómeno, se dan los siguientes hechos: disminución de la crítica del Estado en las filas del movimiento obrero, sustituyéndola por utopías democráticas; un nuevo desplazamiento de masas de la pequeña burguesía y el campesinado hacia el proletariado y con ello una nueva difusión entre el proletariado de corrientes ideológicas de carácter nacional, que chocaban con el marxismo. (...)El único partido que se salvó de la degeneración fue el Partido Bolchevique, que logró mantenerse a la cabeza del movimiento obrero del propio país, expulsó de su seno a las tendencias antimarxistas y elaboró, a través de la experiencia de tres revoluciones, el leninismo, que es el marxismo de la época del capitalismo monopolista, de la guerra imperialista y de la revolución proletaria. Asimismo se determinó históricamente la posición del Partido Bolchevique en la fundación y la jefatura de la III Internacional, y se plantean los términos del problema de la formación de partidos bolcheviques en todos los países; éste es el problema de vincular la vanguardia del proletariado a la doctrina y la práctica revolucionaria del marxismo superando y liquidando completamente toda corriente antimarxista.» (24)
10. LA CLASE OBRERA HOY: ¿ES TAN DIFERENTE DE LA DE AYER?
Miras y Tafalla apuntan que «un segmento de trabajadores, gracias a las nuevas tecnologías, ha adquirido mayor control sobre la actividad que ejercen. Diversos tratadistas (Piore, Sabel, Revelli, Negri, Trentin, Coriat, etc.) muestran que las nuevas tecnologías punta rompen con la lógica de control y de la subsunción real del trabajo al capital, y abren un nuevo frente a la lucha de clases. Son trabajadores cuyas tecnologías exigen de la permanente activación de la concepción y ejecución.» Estos sueños no tienen mucho que ver con el mundo del trabajo.
Se observa en algunos intelectuales un extraño culto a las «nuevas tecnologías», similar a los tecnócratas.
¿Cuál es la composición de la «nueva» clase obrera y el papel de las «nuevas tecnologías»?
En los países más desarrollados se asiste al proceso imparable del aumento del sector terciario, de servicios, frente al sector primario (agricultura, minería) y secundario (industria).
Los trabajadores del sector primario, como los jornaleros agrícolas y los mineros, se caracterizan por realizar en su totalidad un trabajo manual, físico. Representan un cierto porcentaje, sobre todo los jornaleros agrícolas de origen inmigrante.
Los trabajadores del sector terciario, se caracterizan por su enorme diversidad, desde los que desempeñan trabajos totalmente manuales (camareros) hasta los que requieren un mayor nivel intelectual (banqueros, científicos) pasando por los que realizan trabajo intelectual simplificado o con conocimientos técnicos medios (teleoperadores, televendedores).
En el sector secundario se encuentran desde los trabajadores que atienden rutinariamente una máquina individual o una cadena de montaje, hasta los que trabajan en equipo para desarrollar el producto final, típico de la industria automovilística. El sistema de trabajo en equipo, tan idealizado por algunos como una forma donde los trabajadores recuperan el dominio sobre el proceso productivo, es un sistema donde se impulsa la competitividad extrema, dentro del grupo y con los restantes, todo bajo el más estricto control de los responsables empresariales, asistidos incluso de cámaras televisivas y medios informáticos. La autonomía del individuo dentro del grupo es mínima, se realizan estudios continuos para acortar el tiempo de trabajo y elevar constantemente la productividad mediante un sistema de vigilancia colectiva sobre cada obrero por el mismo obrero, al vincular el salario directamente a la productividad. ¿Es éste el gran control que el obrero ejerce sobre la actividad que produce, según Miras, Tafalla y otros?
Finalmente, la deslocalización, el fraccionamiento de empresas y la subcontratación hacen que el sistema de trabajo en equipo tienda a ser traspasado a empresas proveedoras que se ocupan de producir solamente uno de los componentes necesarios para el ensamblaje del producto, como en la industria informática y la automovilística. En definitiva, el proceso de división de trabajo y de descomposición de un trabajo complejo en múltiples trabajos simples es una tendencia que no ha quedado desfasada.
Por otra parte, un sector de trabajadores directamente vinculados a las nuevas tecnologías, como los informáticos, los ingenieros, arquitectos, etc., se encuentran ya proletarizados o en proceso: un ingeniero de minas o un ingeniero industrial en el siglo XIX vivía en mansiones con criados, y hoy en día frecuentemente percibe salarios inferiores a obreros cualificados como los de la construcción. Además, los conocimientos técnicos no garantizan una mayor autonomía y control sobre el proceso productivo, debido a que están sometidos a regímenes de trabajo bastante estrictos. Para ellos también rige la tendencia a la división del trabajo y a la especialización: un ingeniero informático en los años 60 dominaba desde la construcción de las maquinarias de cálculo hasta los lenguajes de programación, mientras que hoy en día un ingeniero informático es especialista en sistemas, en bases de datos, en comunicaciones, en programación. Un ingeniero industrial se subdivide en ingeniero de procesos, ingeniero mecánico de máquinas herramientas, de matrices, de moldes, de máquinas automotrices, etc., y así con todos los ámbitos de la técnica. Ninguno de ellos por separado puede controlar el producto final acabado, sino sólo alguno de sus componentes, siempre que no lleven excesiva complejidad técnica, ni puede controlar más allá de su parcela de trabajo, ya que se encuentran individualizados unos respecto a otros. Además las empresas generalmente se especializan en una sola clase de producción: moldes, matrices, etc. En el mundo de la informática el fraccionamiento llega a extremos en los que cada programador es especialista en una parte determinada de un programa, igual que una cadena de producción de una fábrica clásica, sólo que virtual. La proletarización de la «nueva clase obrera» es la característica fundamental, aunque son proletarios surgidos de las universidades, por el salto cualitativo del capitalismo, que hoy emplea masivamente la ciencia y la técnica.
Entre la producción intelectual hay un reducido sector constituido por científicos. De este grupo, una minúscula capa superior está ensamblada a la burguesía, si bien no dejan de ser asalariados de la misma, aunque con condiciones de vida y prestigio social muy similares a sus amos.
La capa inferior, si bien realiza trabajos frecuentemente imprescindibles para las innovaciones tecnológicas, por sus condiciones laborales recuerda más al subproletariado que a científicos de prestigio: son los becarios de las universidades, estudiantes de doctorados, etc., con unas condiciones laborales que a veces rayan la semiesclavitud y de cuyo trabajo se apropia la administración o empresas interesadas en determinados proyectos de investigación, a través de muchos profesores universitarios que gestionan los proyectos y se benefician de los becarios, en unas condiciones que les hace merecedores de ser llamados trabajadores de la ciencia y no científicos.
Finalmente, hay que señalar la enorme importancia de la automatización: todo el trabajo intelectual directamente vinculado con la producción, como los de ingeniería y de los trabajadores técnicos, es quizás el más inmediata y directamente amenazado por la automatización, que simplifica aceleradamente los procesos intelectuales. Un diseño de ingeniería muchas veces ya no requiere un equipo de ingenieros, sino que mediante un sistema informático relativamente básico y con programas de diseño digital, se pueden ejecutar cantidad de operaciones complejas por parte de un ingeniero, Este a su vez puede ser sustituido por un trabajador especializado, que ha recibido un curso de seis meses (normalmente subvencionado) sobre el funcionamiento del programa de diseño. Similares ejemplos se encuentran en el ramo de la informática, y en otros lugares donde los sistemas electromecánicos (que requieren gran cantidad de fuerza técnica cualificada), son reemplazados por sistemas digitales controlables a grandes distancias por sistemas de telecontrol; un ejemplo lo tenemos en la digitalización de las centrales telefónicas, proceso que proporciona muchas más posibilidades en servicios, simplifica el trabajo eliminando muchos técnicos e ingenieros que controlaban el proceso y, en consecuencia, permite un altísimo grado de centralización en el control de los sistemas y en la toma de decisiones. También permite minimizar al extremo los efectos de las huelgas y los conflictos laborales sobre el sistema.
La tendencia a la proletarización y a suprimir el trabajo intelectual -siendo el más costoso para el capitalista- no se detiene con las innovaciones tecnológicas, sino que se acelera. El único recurso que les va quedando a los trabajadores en el control productivo es tan antiguo como el mismo trabajo: el sabotaje.
No hay espacio para analizar y proponer como ha de ser el partido hoy. Está claro que no hay ninguna evidencia de que haya desaparecido la necesidad del Partido Comunista de masas. Al contrario, la generación de proletarios universitarios, que poseen mayor nivel cultural, ayudará a construir partidos mucho mejores que las caricaturas que tenemos hoy, totalmente entregadas a la socialdemocracia electorera. Pero el abandono del centralismo democrático, del internacionalismo proletario, de una visión revolucionaria y el hecho de que las direcciones obreras fueran desplazadas por capas pequeño burguesas tienen mucho que ver en la descomposición de estos residuos de partidos.
11. CONCLUSIONES: SIN PARTIDO NO HAY REVOLUCION.
Miras y Tafalla, a partir de una posición antipartido, idealizan las instituciones feudales como los gremios, después de despojarles de su significado real, y elaboran propuestas muy cercanas al anarquismo, ya que en su trabajo no hay ni una línea donde se pueda leer qué tipo de partido proponen.
La propuesta de disolución de las funciones del Estado en la sociedad civil que predican Miras y Tafalla con su discurso anti-Estado, ya está más que desfasada, puesto que gran parte del Estado desde hace décadas ya se está disolviendo continuamente en la sociedad civil, mediante la privatización de empresas públicas (Seat, Pegaso, Enher, Telefónica) y servicios sociales (sanidad, educación, pensiones). Estas propuestas conducen a un fortalecimiento de la gran burguesía, que también tiene un discurso anti-Estado: estimula las privatizaciones y saca partido de ellas después de reestructurar brutalmente las plantillas y cerrar factorías, para aumentar su tasa de beneficios a costa del sector estatal de la economía. Y esto le permite convertirse en burguesía imperialista, con muchos más medios para reforzar la parte del Estado que no se puede privatizar: servicios secretos, policía y Ejército. Para enfrentar el poder cada vez más fuerte de esta parte del Estado, Miras y Tafalla no nos proponen nada de nada.
Después de confrontar los análisis de Miras y Tafalla con la situación real en los centros de trabajo se llega al convencimiento de que la autonomía del «trabajador postfordista» es bastante más reducida de lo que parece a simple vista, además de que el proceso imparable de división del trabajo no se detiene, sino que se extiende a todas las ramas de la ciencia y de la técnica, precisamente por la aplicación de las mismas a gran escala y a gran intensidad en la producción. Esto provoca que los trabajos basados en amplios conocimientos técnicos queden rápidamente desfasados por la división del trabajo y, por consiguiente, no tienen fundamento las propuestas políticas basadas en el desarrollo de la «sociedad civil alternativa» a partir del «pensamiento cotidiano» confiando en las «nuevas tecnologías».
La práctica basada en la «deliberación pública» y en la «democracia» no lleva por sí misma a ningún lugar.
Primero, porque la «democracia», así en abstracto, aislada de su contexto histórico y de clase no dice absolutamente nada; la democracia es seguramente hoy una de las palabras más sucias, degeneradas y prostituidas que existen: la democracia extermina en Palestina y Afganistán, aniquila las conquistas sociales, destruye a los países socialistas, etc. La democracia ha intentado dar un golpe de Estado en Venezuela. Por eso, más que de democracia, hay que hablar de línea proletaria y de masas. La democracia es una herramienta necesaria para la construcción del partido de vanguardia y para luchar contra las élites que, representando intereses particulares, se sitúan sobre los órganos proletarios -partido, sindicatos, etc.-, pero nunca se puede ver como un fin en sí mismo y una justificación de posturas anarquistas y antipartido. No se puede hacer un fetiche de la democracia. Porque la finalidad no es conquistar la democracia, sino el mantenimiento de la línea de masas por parte del partido proletario, que es la única manera de garantizar que el partido sigue siendo proletario y revolucionario. La democracia es una herramienta importante, un medio, no el fin.
Segundo, la democracia mecánicamente nunca conduce a la revolución, en cambio el partido sí que lo puede hacer. No hay ningún caso histórico de revoluciones a partir de la «sociedad civil alternativa» organizada en «microorganizaciones abiertas y horizontales». Lo más parecido, los consejos obreros de Turín en 1918, se hundieron por la pasividad y la traición del Partido Socialista que no centralizó y organizó al resto de la clase obrera italiana. En cambio, todas las revoluciones populares y socialistas hasta la fecha han necesitado de un partido de vanguardia.
Miras y Tafalla utilizan los fenómenos negativos que siempre se pueden dar por influencia de la burguesía para negar la necesidad de un partido dirigente de clase. Pero toda lucha necesita una dirección, si no quiere caer en desastres y en catástrofes. Y una lucha política, entre proletarios y burgueses, como lo es la lucha de clases, necesita una dirección política. Si el proletariado no dispone de su propia dirección, surgida de sus filas y controlada por sus filas, entrega el movimiento o bien a arribistas y demagogos, o bien a la clase enemiga, la burguesía, ya sea directamente, cooptando dirigentes obreros para el reformismo, ya sea introduciendo sus concepciones burguesas en el seno del partido de la clase obrera, para desactivar la lucha de clases y hacer degenerar el partido en una formación electoralista. NEGAR LA NECESIDAD QUE TIENE LA CLASE OBRERA DE UN PARTIDO PROLETARIO DIRIGENTE EN LA LUCHA DE CLASES, ES DEJAR EL PAPEL DIRIGENTE EN DICHA LUCHA AL PARTIDO DEL CAPITALISMO (constituido por los subpartidos socialdemócratas, liberales, conservadores, etc.)
Hasta la fecha nada hace pensar que los partidos basados en el leninismo (centralismo democrático e internacionalismo proletario) estén desfasados. Precisamente lo que ha quedado desfasado han sido los partidos que han renunciado de palabra o de hecho a la organización leninista de partido, transformándose en partidos de corrientes y fracciones que representan intereses corporativos o particulares, degenerando finalmente en formaciones electoralistas burguesas. Por si se hacen necesarios ejemplos actuales de partidos comunistas de masas en Europa, tenemos al Partido del Trabajo de Bélgica (PTB), al Partido Comunista de Grecia (KKE) y al Partido Comunista de Portugal (PCP), tres partidos que en mayor o menor grado han combatido al revisionismo y han aplicado la línea obrera y de masas, lo que explica su gran vitalidad y capacidad de movilización. Por otro lado, todavía no se ha encontrado ningún ejemplo serio equivalente, en el sentido de «microorganizaciones abiertas relacionadas horizontalmente».
Jamás la burguesía entregará el poder a una fuerza nacida de la «sociedad civil alternativa» si ésta no está en condiciones de medirse en una lucha a muerte. La era de las «revoluciones pacíficas» y de la «vía pacífica al socialismo» nunca existió. Y quien no lo quiera creer que mire a Chile en 1973 para que vea cómo es aniquilada la clase obrera por la misma democracia, o cómo en Venezuela la «democracia» internacional quiere aniquilar a un presidente democrático.
NOTAS
(1) Marx, C. y Engels, F.: La ideología alemana, pp.23-24. Editorial Pueblo y Educación, La Habana 1982.
(2) Idem, pp.54 a 56.
(3) Engels, F.: Principios del comunismo. En: Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels, Tomo I, p.85. Editorial Progreso, Moscú, 1970.
(4) Engels, F.: Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas. En: Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels, Tomo III, p.189. Editorial Progreso, Moscú, 1970.
(5) Idem, p.189.
(6) Idem, p.192.
(7) Engels, F.: Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas. En: Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels, Tomo III, p.190. Editorial Progreso, Moscú, 1970.
(8) Gramsci, A.: Partido de gobierno y clase de gobierno, p.85. En: Consejos de Fábrica y Estado de la clase obrera. Colección R. Ediciones Roca, México D.F., 1973.
(9) Marx, C. y Engels, F.: Manifiesto del Partido Comunista. En: Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels, Tomo I, pp.132-133. Editorial Progreso, Moscú, 1970.
(10) Marx, C. y Engels, F.: La ideología alemana, p.37. Editorial Pueblo y Educación, La Habana 1982.
(11) Ilichov, E., y otros: Biografía de Federico Engels, p.13. Editorial Progreso, Moscú, 1977.
(12) Marx, C.: Crítica del Programa de Gotha. En: Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels, Tomo III, p.24. Editorial Progreso, Moscú, 1970.
(13) Idem, p.23.
(14) Marx, C. y Engels, F.: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas. En: Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels, Tomo I, p.187. Editorial Progreso, Moscú, 1970.
(15) Idem, p.189.
(16) Engels, F.: El reciente proceso de Colonia. En: Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels, Tomo I, p.398. Editorial Progreso, Moscú, 1970.
(17) Marx, C. y Engels, F.: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas. En: Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels, Tomo I, p.184. Editorial Progreso, Moscú, 1970.
(18) Idem, p.186.
(19) Idem, p.189.
(20)Engels, F.: El reciente proceso de Colonia. En: Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels, Tomo I, p.399. Editorial Progreso, Moscú, 1970.
(21) Marx, C. y Engels, F.: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas. En: Obras Escogidas de C. Marx y F. Engels, Tomo I, pp.179-180. Editorial Progreso, Moscú, 1970.
(22) Idem, p.186.
(23) Gramsci, A.: La situación italiana y las tareas del P.C.I., p.11. En: Pensamiento político (el Partido). Colección R. Ediciones Roca, México D.F., 1973.
(24) Abellán, J.: Nación y nacionalismo en Alemania. La «cuestión alemana» (1815-1990), p.104-106. Editorial Tecnos, Madrid 1997.
(25) Gramsci, A.: La situación italiana y las tareas del P.C.I., pp.12-13. En: Pensamiento político (el Partido). Colección R. Ediciones Roca, México D.F., 1973.