Condena del Asesinato de Miguel Ángel Blanco

Lorenzo Peña
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18 de Julio de 1997
Lorenzo Peña

El brutal y despiadado asesinato del joven edil Miguel Ángel Blanco por parte de la ETA confirma lo que desgraciadamente ya sabíamos: que, resbalando, uno puede ir cayendo, poco a poco, desde posiciones defendibles --o incluso loables-- hasta posiciones y actos perversos; y que, cuando esos actos se transforman en hábitos arraigados, se está en la cuesta abajo de la deshumanización.

Entendámonos bien, quien esto escribe no siente ni ha sentido nunca simpatía por el nacionalismo separatista artificial fundado por Don Sabino Arana. Mal tronco para que de él se desgajen buenas ramas. Sin embargo, y pese a las aberraciones que siempre tuvo, ETA, en sus primeros años (empujada tal vez por la oleada anticapitalista de los 60), dijo algunas cosas buenas; asoció la lucha (equivocada y aun disparatada, en mi modesta opinión) por la secesión de EuskalHerría a la lucha proletaria anticapitalista; y aun dio su aportación (por descarriados y confusos que fueran sus objetivos) a la lucha antifranquista del pueblo español. Uno de los luchadores de ETA que fueron ejecutados por Franco en 1970 murió gritando `¡Viva el proletariado español!

Sin embargo --en un mundo despiadado, cruel, matonil, como lo es la sociedad capitalista y más la monarquía borbónica-- ya es difícil seguir actuando con cordura, razonabilidad, sensatez y sensibilidad cuando se lucha por objetivos razonables; fácil es, en efecto, deslizarse a actitudes iconoclastas, de rompe y rasga, extremistas. La rabia, esa gran inspiradora de grandes y buenas acciones, puede ser también mala consejera.

Mucho más difícil es seguir actuando sensatamente y con humanidad cuando los objetivos son irrazonables, como lo es, desgraciadamente, ese secesionismo. Aun así, tampoco está dicho que quienquiera que persiga un objetivo irrazonable haya de encerrarse en la irracionalidad de los medios. No, no es inevitable, pero sí probable. Pierde uno contacto con las realidades, se aparta del común sentir de la gente, se aísla en su mundo, con sus pautas, con sus raseros, con sus enjuiciamientos, uno se lo guisa y se lo come todo, y acaba haciendo blanco lo negro y viceversa. Alguien ha llamado a Pol Pot `un monje del bosque perdido en sus sueños'.

En toda lucha armada hay bajas inocentes. Por eso ningún teórico de la revolución ha aprobado la lucha armada más que en circunstancias muy particulares. Lleñin y Che Guevara, por ejemplo, son dos autores que especifican qué condiciones mínimas hacen lícito el acudir a la violencia revolucionaria. Y desde luego son menester condiciones que ni remotamente se dan en la España de hoy ni en ninguna de sus regiones.

(Una de las condiciones --necesaria, no suficiente-- es que haya expectativas razonables de éxito, y eso ya es decir mucho; esa condición reproduce la de nuestros clásicos de la teoría del derecho, como Francisco de Vitoria, de que una de las condiciones de la guerra justa es que no se vayan a seguir males mayores; y esa condición no puede cumplirse cuando no hay perspectivas razonables de triunfo.)

Sin embargo, una lucha armada revolucionaria siempre ha tratado de minimizar las bajas inocentes y de no hacer blanco de ataques deliberadamente a los inocentes.

¿Quién es inocente? Nadie lo es totalmente, pero hay grados. Los mandamases del poder estatal, los potentados de las finanzas, los gerifaltes de las fuerzas represivas son los menos inocentes.

Los desempleados, los sin-techo, los inmigrantes, los pobres, los que malviven y sufren son los más inocentes.

En el medio estamos muchísimos, pero unos son menos inocentes que otros.

En la irracionalidad de proseguir una lucha cruenta por objetivos bastante poco razonables y en condiciones que la hacen irracional, la organización ETA ha ido perdiendo cada vez más la capacidad de discernir entre aquellos contra quienes hubiera tenido sentido (en condiciones sumamente diferentes de las que se dan) pelear en nombre de sus ideales (suponiendo la legitimidad de tales ideales) y los de abajo, o de bastante abajo. Resultado de lo cual es que cada vez más las víctimas han sido inocentes.

Y, además (y esto se sobreañade), han sido atacadas de una manera, con un ensañamiento, con una crueldad que nunca han utilizado los revolucionarios ni aun en las luchas más duras, de vida o muerte (y, si excepcionalmente lo han hecho en algún caso, es inadmisible porque el fin no justifica los medios; pero menos justifica el emplear medios que de ninguna manera acercan ese fin y que sólo hacen sufrir a quienes no tienen arte ni parte, o tienen poquísimo arte y casi ninguna parte).

Sin duda habrá dentro de ETA un sector totalmente inasequible a la razón, mas estoy seguro de que tiene que haber también alguien a quien todo esto ayude a empezar a salir de esa pesadilla, de ese furioso autohundimiento en el mal.

Dentro de HB habrá recalcitrantes que, lamentablemente, obcecados por la pasión, se nieguen a entender estos razonamientos; mas seguro estoy de que otros, y cada vez más numerosos, irán abriendo los ojos. Si la dirección de HB sigue igual, sepa que perderá muchos seguidores.

Mas sería una bajeza inadmisible y significaría unirse a la oleada de mendacidad no desenmascarar la histeria atizada por los medios de incomunicación borbónicos, ocultando que muchas de las manos presuntamente blancas que se han levantado estos días para enseñar a ETA que «así es como se lucha» no están tan impolutas ni tan blanquitas; que muchos son los cómplices de otros asesinatos.

P.ej., el asesinato masivo de miles de iraquíes por nuestros gallardos aliados yanquis y europeos, con nuestra complicidad (y, en particular, la de los votantes del PP, PSOE, PNV, CiU, UV, CC, EA: votando por un partido pro-OTAN se es cómplice de los horrendos crímenes de la OTAN y de los ejércitos de sus países miembros --p.ej. los crímenes ahora descubiertos contra la pacífica población civil de Somalia, en nombre de ayuda humanitaria); el GAL (ni siquiera la autodenominada izquierda socialista se ha escindido del partido del Sr. X); las fechorías de las bandas fascistas de cabezas rapados, que en la provincia de Madrid matan a más gente que el terrorismo de ETA (¡y qué poquito se habla de eso, incluso en las publicaciones y folletos de la extrema izquierda! ¡Como que suena a una especie de fijación de ESPAÑA ROJA la denuncia, casi en solitario, de tales crímenes!); esas bandas actúan con la connivencia y el amparo de la judicatura borbónica (que acaba de darles patente de corso), y de diversos cuerpos de policía; el que calla otorga, y quienes no han denunciado nada de eso en público tienen también su parte de responsabilidad.

El otro día mataron aquí a un negro. Cinco jóvenes (sin duda de una de las bandas neonazis). Diéronse a la fuga en un coche con luces apagadas. Por pura chiripa los cogieron. Mucho me temo que salgan todos libres o a lo sumo a uno o dos los sentencien a una pena simbólica por lesiones (según la doctrina que han sentado de que matar a golpes no es asesinato ni homicidio, y que coser mortalmente a puñaladas tampoco si ninguna puñalada es de muerte).

¿Quién ha salido a la calle para recordar a ese negro? No, claro, la vida de un negro no vale lo que la vida de un blanco. Ni la décima parte. Ni la cienmilésima parte. Ni la millonésima parte.

El hostigamiento a los inmigrantes ilegales (que hacen lo que los españoles hacíamos en los 60, para poder vivir) causa cada año muchos muertos de las pateras (es obvio que los matamos nosotros, al forzarlos a hacer la travesía así; y somos nosotros porque no tenemos la excusa de vivir bajo una sanguinaria tiranía fascista como la de Franco; se puede al menos levantar la voz, y pocos, bien poquitos, hablan de eso).

Además, si tan al margen de la violencia están todos los manifestantes de estos días, ¿ninguno de ellos irá luego a regodearse en las corridas de toros viendo con regocijo cómo se perpetran espeluznantes torturas hasta la muerte contra parientes nuestros (todos los mamíferos somos parientes cercanos, cercanísimos, miembros de una pequeña ramita del árbol de la vida)? Hay que sacar eso a la palestra para tener autoridad moral para denunciar los crímenes de la ETA. Y, si se alega que el toro no tiene derechos (porque así lo ha sentenciado el hombre), entonces ya se lanza uno al precipicio de la crueldad, y de una crueldad gratuita.

Habría también que creer que ninguno de esos manifestantes conduce nunca un coche de manera que comporte riesgo de dejar tullido, lisiado o muerto a un peatón o un ciclista. Habrá que concluir que los miles de víctimas anuales del tráfico de coches (un tráfico que, además, puede hacer inviable a largo plazo la vida de nuestra especie --y, por ello, constituir, en el sentido auténtico, un genocidio) habrán sido atropelladas sólo por conductores que no hayan exhibido con orgullo sus manos blancas.

Así pues --primero porque es justo y segundo para poder tener la cabeza bien alta cuando se denuncia un crimen terrorista como el asesinato de Miguel Ángel Blanco--, ¡denunciemos todos (y no una vez o de pasada) cada uno de esos crímenes!

Y, por otro lado, aun teniendo razón cae uno en la sinrazón si se sacan las cosas de quicio. Hay que evitar el linchamiento de HB y todavía más de sus miembros o simpatizantes; hay que repudiar toda transgresión de las normas de convivencia pacífica. Nadie ha de ser victimizado ni represaliado por sus opiniones, ni siquiera si tales opiniones son racistas, neonazis o nietzscheanas.

Además, las fuerzas progresistas han de mantener una mano tendida a los militantes de base de HB para ayudarlos a reflexionar y a apartarse de una vía mala que sólo conduce a más dolor y sufrimiento.

Comoquiera que sea, con razón o sin ella, es mejor la paz que la guerra. Peores crímenes que los del franquismo no pudo haber y, en aras de la convivencia, se pasó la esponja. Por más justa que sea la indignación por este crimen y tantos otros, trátese de dialogar con aquellos miembros del entorno HB-ETA con quienes el diálogo sea posible, aunque tenso. Búsquense aquellos que se avengan a, por lo menos, escuchar. No se trate de apabullarlos, de sacarles los colores, no se los insulte.

Propónganse además soluciones susceptibles de dividir todavía más a ese entorno ETA-HB; p.ej.:

(1) una amnistía a cambio del cese de toda acción cruenta; y

(2) un plebiscito de autodeterminación en cada uno de los tres territorios históricos, o comarca por comarca, o aldea por aldea, o caserío por caserío. ¡Lo que sea! No porque tengan derecho a la autodeterminación, sino sencillamente por eso, en aras de la paz, de LA PAZ A CUALQUIER PRECIO).

Si se separa del Estado Español un racimo discontinuo de enclaves que sumen en total cien leguas cuadradas, si ese San Marino euskaldún los hace felices, ¡sea en buena hora! Trátese de vivir armónicamente en paz con ellos y a lo mejor, por las buenas, volveremos a estar juntos y amigos. Y, si no, cualquiera sabe que un doloroso divorcio puede ser mejor que el infierno de una convivencia forzosa.

El sentido de tales propuestas --u otras mejores que se les ocurran a personas más capacitadas y con mayor experiencia del asunto-- es, principalmente, el de no limitarse a la condena, sino, junto con ésta, proponer también algo susceptible de hallar aquiescencia en una parte de aquellos cuya obcecación no se quebrantaría con el mero vituperio, por masivo que éste sea. Y alguna propuesta en ese sentido es mejor que ninguna. Sobre todo es mejor que exigir como condición previa la entrega de las armas y contentarse con la vaga promesa de que, después, ya se verá.

Por otro lado, deseo aclarar que mi repulsa más completa del crimen de que ha sido víctima Miguel Ángel Blanco no conlleva ningún reconocimiento de que vivamos bajo un estado de derecho, porque no es verdad. ¿Pruebas de mi aserto? Las monstruosas ilegalidades, las transgresiones a la propia Constitución monárquica, ya de suyo horrible (¿qué se hizo el derecho de cada uno a trabajar y a tener una vivienda digna?); la corrupción espantosa en todos los órdenes y en todas las esferas; la injusticia manifiesta y sistemática; la arbitrariedad, el clientelismo desvergonzado que adquiere proporciones de esperpéntico escarnio; el tráfico de influencias, el abuso de poder; el cohecho, la concusión, el robo, el soborno; la impunidad de los mafiosos y capos del narcotráfico (cómplices a todas luces de nuestros magnates); el que mueran presos (de derecho común) por malos tratos; el inmisericorde ensañamiento del sistema judicial-penitenciario con los pobres, al paso que se trata a los ricos, a los influyentes y enchufados, con deferencia y obsequiosidad serviles (baste un ejemplo: un fiscal demanda 15 años de presidio por hurto de uso de un coche con las llaves puestas; ¡compárese eso con el trato que reciben quienes nos han robado a todos cientos de miles de millones de pesetas!).

Y recordamos eso, desde luego, sin dejar de estigmatizar de la manera más rotunda este brutal e ignominioso asesinato contra un hombre del pueblo al que bien poco tendrían que reprochar sus asesinos, si es que tenían algo.



18 de Julio de 1997
Lorenzo Peña

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1. Para ahondar en el debate sobre este tema y otros temas relacionados con el terrorismo --y, si Ud lo desea, contribuir a la discusión--, véanse los documentos compilados en: <http://www.uv.es/~pla/terrorisme/>.




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