D. Santiago Casares Quiroga era hombre de la burguesía coruñesa y había pertenecido a un grupo republicano gallego (la «Federación Republicana Gallega»), luego integrado en la corriente republicana de centro-izquierda que acaudillaba Manuel Azaña, la «Izquierda Republicana». Los monárquicos decían que «parecía un tísico» (lo que, en la época, era sin duda un ultraje, aunque no tanto como lo sería una acusación de afeminamiento, claro); y parece que estaba enfermo de verdad, tal vez efectivamente tuberculoso. (Era el tiempo de antes de la penicilina, ¡no se olvide!)
Cuando, en 1927, el dictador Primo de Rivera somete al refrendo regio (que, naturalmente, obtuvo, como siempre) un decreto de convocatoria de la Asamblea nacional consultiva, emitió una nota oficiosa en la cual hace saber que piensa incluir entre los asambleístas a nuestro personaje, Santiago Casares Quiroga (junto a un rosario de socialdemócratas «tan de izquierda», según el General, como Menéndez Pidal y Largo Caballero). (Ver Eduardo de Guzmán, 1930: historia política de un año decisivo, Madrid: Tebas, 1973.) Al final no se concretó tal nombramiento.
Más tarde, en la celebérrima reunión del Casino republicano de San Sebastián del 17 de agosto de 1930 en la que se concertó el pacto (puramente verbal, y por lo demás un tanto vago) de la Conjunción republicano-socialista, Casares Quiroga asistió en nombre de su pequeño grupo gallego, sin duda una presencia que no guardaba proporción con la importancia ni del grupo ni de su representante, pero que convino políticamente para dar una apariencia de amplio espectro. D. Santiago lanzó allí al parecer (Eduardo Guzmán, p.327) la idea de que Galicia y Vasconia, y no sólo Cataluña, obtuvieran en la futura República un Estatuto como el que ya se preveía para Cataluña; el propósito de tal propuesta en tal circunstancia, cuando no podía traducirse absolutamente en nada ni práctico ni teórico, es algo que permanece en el reino de la conjetura; diversas hipótesis son, desde luego, posibles.
Mas, sea como fuere, reaparece D. Santiago actuando como emisario del ya autodenominado «Gobierno Provisional» republicano de España cerca de los militares revolucionarios que llevaron a cabo el pronunciamiento antimonárquico de Jaca en diciembre de 1930. El líder de ese pequeño grupo militar, capitán Fermín Galán, era un hombre inteligente y devoto demócrata, pero su absurda intentona es difícil de explicar. ¿Deseo de precipitar un cambio que, si no, corría el riesgo de abortar? ¿O (como puede que sea en realidad) errónea creencia de que el comité ejecutivo republicano de Madrid secundaba sus planes y que iba a tener lugar un gran levantamiento militar? Sea como fuere, Casares incumplió el encargo de Alcalá-Zamora de dar a Galán la orden de aplazar el levantamientono, guardándoselo en el secreto de su conciencia. Al fracasar la sublevación, se cargaron las tintas sobre los errores de Galán.
Los sublevados en Jaca (los supervivientes) alegarían después que había habido dolo y maquinación, en perjuicio de los valientes que se alzaron, aunque cuál era la intriga, cuáles eran los cálculos maquiavélicos es difícil de conjeturar y más de probar. En cualquier caso, un Casares que en Jaca opta por no hacer nada y ver qué pasa se parece --como dos gotas de agua-- a un Jefe de Gobierno, Santiago Casares Quiroga, que en la primavera y comienzos del verano de 1936 opta por no creer que se cierne un levantamiento militar contra la República y por no mover un dedo para impedirlo, esperando de nuevo a ver qué pasa (y tal vez a ver quién gana).
Galán y García Hernández fueron fusilados; S.M. el Rey D. Alfonso XIII rehusó su gracia, pese a la petición de gracia de D. Ángel Ossorio y Gallardo, Presidente del Colegio de Abogados de Madrid, `por Dios y por España'.
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