«El Quinto Regimiento». Mucho mejor todavía que me sonaban, siendo niño y estudiante, las palabras «tercio viejo de Flandes», o las evocadoras de hechos de la antigüedad clásica, como «falange macedónica», suenan hoy a mis oídos de viejo estas dos voces: «quinto regimiento», de suyo tan inocuas, pero, por obra de la historia que estamos viviendo, tan cargadas de significación que, sin ellas, no podríamos señalar nada profundo y verdadero en la guerra de España, la guerra actual que a todos apasiona.
Huelga decir que el Quinto Regimiento, en su acepción estrictamente militar, no existe ya: él mismo fue, voluntaria y abnegadamente, a fundirse y a disolverse dentro del gran Ejército Popular de la República. Pero, con mucha más razón que los viejos monárquicos gritaban al fallecimiento de sus soberanos: el rey ha muerto, ¡viva el rey!, muchos de nosotros, al saber que ese grupo de héroes, dando una prueba sublime de disciplina y de modestia, se integraban a una más vasta organización militar, que él mismo había contribuido a formar, gritamos conmovidos: ¡viva el Quinto Regimiento!
El Quinto Regimiento es el nombre con que el Partido Comunista español popularizó el instrumento de lucha, consagrado a combatir al fascio, desde el mismo día (19 de julio) en que fue fundado, en una reunión inolvidable, a que asistieron los comandantes Carlos, Castro, Barbado, Heredia; algunos miembros del Partido Comunista, «Pasionaria», José Díaz y Francisco Antón. Tal es la célula fecunda, destinada a convertirse muy pronto en perfecto organismo.
El Quinto Regimiento fue, en verdad, popular desde sus comienzos. El pueblo con certero instinto lo hizo suyo, lo acogió con amor y entusiasmo. ¿Por qué? La respuesta es fácil: el pueblo --en el pueblo entramos todos, sin distinción de clases, cuantos sentimos el destino común a los hombres de nuestra raza-- sabe muy bien lo que nace para la vida y lo que nada destinado a la muerte. En esto no suele engañarse. Ello explica muchos aparentes milagros de la Historia. El 2 de mayo un motín callejero llevaba dentro toda nuestra guerra de la independencia del movimiento arrollador que hizo palidecer, primero, u que abatió más tarde el poder del primer capitán de su siglo. La salida de Juan Martín de su oscuro pueblo, seguido de dos hombres, es un comienzo tan humilde como fecundo de la gesta inmortal de nuestros guerrilleros. El Quinto Regimiento --no lo olvidemos-- que nace con 500 hombres en los primeros días de la guerra, se disuelve en enero de 1937 con 139.000 hombres, repartidos y encuadrados en los frentes de Madrid, Extremadura, Andalucía y Aragón... ¡Todo un ejército fiel al modesto nombre de su origen! ¡Todo un ejército que nace en el pueblo, el pueblo lo nutre y acrecienta, y al pueblo se reintegra, una vez creado como perfecto organismo de combate, sin que ni en un solo momento de su historia gloriosa se prestase a ser un instrumento en manos de la ambición!
El primer comandante en el Quinto Regimiento fue Enrique Castro; siguióle --en el orden del tiempo-- Enrique Líster; el comandante Carlos J. Contreras fue desde su fundación comisario político. Entre sus jefes figuran también Modesto Guilloto, «El Campesino» (Valentín González), los hermanos Galán, los coroneles Moriones, Heredia y Brillo; los tenientes coroneles Nino Nanetti y López Tienda, muertos heroicamente; Gustavo Durán, Toral... Cito no más estos nombres gloriosos, porque así cumple a esta breve noticio, prefacio de un trabajo más extenso que me propongo hacer; pero deploro al citarlos no haber aprendido a escribir en bronce.
En la barriada norte de Madrid y en la calle de Francos Rodríguez, amplia vía moderna de la ciudad, en cuyas últimas casas se otea el austero paisaje del Guadarrama, tenía el Quinto Regimiento su casona de rojo ladrillo. Allí residía su Comandancia. Algún día, cuando Madrid se reconstruya, no sabemos qué nombre tomará esta calle; pero seguramente allí comenzará un nuevo Madrid, con parques de pinos y encinares, que no termine hasta llegar a un gran balcón frente a la sierra, la sierra donde el viejo Madrid escribió con sangre dos palabras imperiosas: ¡No pasarán!
Dice José Herrera Petere, en su reciente y admirable epopeya de la guerra Acero de Madrid (muy otro acero, en verdad, que el medicinal que se administraban las damas opiladas en tiempos de nuestro Lope de Vega) que hubo de ensancharse la puerta del cuartel rojo de la calle de Francos Rodríguez. Salían de allí, dice, expediciones para todas partes, mas no por eso quedaba silencioso el cuartel. Había colas en él para alistarse, para recoger armas, para hacer la instrucción. Colas para dar, para darlo todo, y para no pedir nada: las cosas más generosas del mundo.
Sí, tiene razón Petere. Y con él hemos de estar acordes muchos de cuantos escribimos hoy sobre la guerra. Por fortuna, pasaron los tiempos en que los hombres de pluma preferían cohonestar con el ingenio lo estrambótico --disfrazar la tontería humana para que los tontos no la reconozcan por suya-- a aceptar con sincero aplauso una verdad bien señalada, que habla a la conciencia de todos. Fue aquello, en efecto, un río generoso, una humana corriente altruista. Y fue corriente y cauce (el Quinto Regimiento), ímpetu popular, frenado por un concepto de la disciplina y de la eficacia no menos popular.
Convendría no olvidar nunca, cuando se habla de la obra del pueblo, toda la parte que en ella pone la inteligencia y la cautela. Cuando se evoca al río popular, apenas si se piensa más que en sus posibles desbordamientos. Se olvida el amplio y flexible lecho por donde corre, sus esclusas y compuertas y las acequias, regatos y atanores que conducen y distribuyen sus aguas. Se piensa que lo popular en España es la anarquía, en el sentido peyorativo de esta palabra. Yo he pensado siempre precisamente todo lo contrario. Siempre creí que, sin la más directa intervención del pueblo, nada completo, nada fuerte, nada orgánico y vital podríamos realizar. Lo anárquico en España es siempre señoritismo, en el mal sentido --si alguno hay bueno-- del vocablo. En el Poema del Myo Cid, esa gesta que escribió un hombre de la altiplanicie de Castilla fronteriza con los reinos moros de Aragón, no hay más señoritos propiamente dichos que los Infantes de Carrión, yernos de Rodrigo, los «héroes» del Robledo de Corpes. Contra ellos luchamos, como creo haber demostrado en otra ocasión. Todo lo demás, empezando por el Campeador, es pueblo, hondamente pueblo y, por ende, el elemento constructor y fecundo de la raza.
El Quinto Regimiento surge de una iniciativa del Partido Comunista español, pero el Partido Comunista español (os habla un hombre que no está afiliado a él y que dista mucho en teoría del puro marxismo) es una creación españolísima, un crisol de las virtudes populares, entre las cuales figura nuestro don de universalidad y nuestra capacidad de amor más allá de nuestra fronteras. Nada tan español, nada tan popular --reparadlo bien--, nada tan sinceramente nuestro como esa honda simpatía, como ese amor fraterno que siente hoy España, la España auténtica, por el pueblo ruso y por los hombres de otros pueblos, que han venido a verter su sangre por una causa humana, generosa y desinteresadamente, al lado nuestro. Los que se dicen defensores de la cultura, y bombardean el Museo del Prado, la pila bautismal de Cervantes y el sepulcro de Cisneros, los hoy llamados fascistas --yo creo que el mote les viene todavía ancho--, los que han abierto las puertas de su patria a las codicias totalitarias, son, en cambio, los mismos que trabajaron siempre por aislarnos del mundo. Ellos son los descendientes de aquellos mayorazgos en corte, que gastaban sus fortunas en adular a la realeza, mientras los pobres segundones descubrían y conquistaban América; ellos --todo hay que decirlo-- son los que más de una vez hicieron fecunda a la pobreza española. Merced a ellos, hombres como Cervantes tuvieron que buscar el pan fuera de su patria. Y conste que por ellos ni se hablaría el español más allá del Atlántico, ni se habría escrito el Quijote.
El Quinto Regimiento tuvo desde un principio un contexto integral de la guerra: Hay que luchar y hay que saber por qué se lucha. De aquí la enorme importancia que dio siempre a cuanto se relaciona con la cultura, en su aspecto moral, técnico y artístico. Un episodio no más de la actuación pro cultura del Quinto Regimiento es el tránsito de Madrid a Valencia de los intelectuales y la instauración, en la ciudad del Turia, de la llamada, con ingeniosidad popular, Casa de los Sabios. Se pretende poner a salvo a los más altos productores de la cultura actual, al par que se libertaban del fuego las joyas de nuestros museos, de nuestros archivos, de nuestras bibliotecas. El Quinto Regimiento, que trabajaba por la creación de un ejército regular al servicio de la República, tenía sus raíces no sólo en el Ministerio de Defensa Nacional, sino también en el de Instrucción Pública. La labor de Wenceslao Roces y Jesús Hernández, dos egregios comunistas a quienes debe en dos años --digámoslo de pasada-- la instrucción en España más que a un siglo entero de sus predecesores, es actuación del Quinto Regimiento. Digámoslo para gloria suya y satisfacción de cuantos creemos debemos a la verdad antes que a la delicadeza que omite el elogio a boca de jarro.
El Quinto Regimiento fue, en su actuación concreta y limitada, algo admirable y, en cuanto es asequible a la obra humana, perfecto. En su actuación difusa y mediata fue algo más admirable y perfecto todavía. Supo crear, animar, impulsar, supo organizar, asimilar, atraer, hacer cordialmente suyas las esencias de una guerra que es el principio --no lo olvidemos-- de una nueva Cruzada. Cuando llegue el día de las grandes simplificaciones, cuando los tópicos actuales hayan adquirido su más profunda significación, se dirá: Fue el Quinto Regimiento el alma de la guerra de España, el firme sostén de la más gloriosa República española, fue España misma, frente a los traidores de casa, desnaturalizados por su propia traición, y las negras y abominables codicias de fuera. Honda y sustancialmente, cuanto en España no fue Quinto Regimiento, cuanto no estuvo de corazón con el Quinto Regimiento, fue --admitamos otra expresión de valor simbólico-- quinta columna.