Antonio Machado

UNAMUNO


Págª mantenida por Lorenzo Peña
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Director de ESPAÑA ROJA
De don Miguel de Unamuno, del gran don Miguel de Unamuno, el maestro querido, publica Hora de España, en su número XV, algunas composiciones inéditas, acompañadas de notas tan amorosas como inteligentes de José María Quiroga Pla, su yerno.

Para los amantes de lo anecdótico, la muerte de don Miguel de Unamuno ha quedado envuelta en el misterio. A quienes lo conocíamos y lo amábamos no nos inquietan las circunstancias más o menos tenebrosas de su acabamiento; sabemos de él lo que nos importaba saber: que murió, sin duda alguna, tan noblemente como había vivido. La vida de don Miguel de Unamuno fue toda ella una meditación sobre la muerte, y una egregia y luminosa agonía. ¿De qué otro modo podía morir, sino luchando consigo mismo, con su hombre esencial y con su propio Dios?

Abogada de imposibles / Santa Rita la bendita / la vida es un don del cielo; / lo que se da no se quita.

Con estos versos en que se glosa un dicho infantil, con estos versos que tienen algo de plegaria y algo de blasfemia como toda expresión sinceramente religiosa, con estos versos en los labios, pudo morir don Miguel de Unamuno, allá, en su dorada Salamanca, que ya no le dejaban contemplar los esbirros de Mola.

De los cuatro Migueles que asumen y resumen las esencias de España (Miguel Servet, Miguel de Cervantes, Miguel de Molinos y Miguel de Unamuno) es Unamuno el último en el tiempo, de ningún modo el menor de los cuatro gigantes.

De quienes ignoran el haberse apagado la voz de Unamuno es algo con proporciones de catástrofe nacional, habría que decir: ¡Perdónalos, Señor, porque no saben lo que han perdido!

Aunque la vida de don Miguel de Unamuno fue en su totalidad una meditación sobre la muerte, no fue una meditación estoica para resignarse a morir, sino todo lo contrario. Unamuno es el perfecto antipolo de Séneca. Es Unamuno uno de los grandes pensadores «existencialistas» que se adelanta a la novísima filosofía (la de Friburgo), que culmina en Heidegger; pero Unamuno llegó a conclusiones radicalmente opuestas. «La vida, desde su principio hasta su término, es lucha contra la fatalidad de morir, lucha a muerte, agonía. Las virtudes humanas son tanto más altas cuanto más hondamente arrancan de esta suprema desesperación de la conciencia trágica y agónica del hombre. Su héroe fue Don Quijote, el antipragmatista por excelencia, el héroe éticamente invicto e invencible que sabe, o cree saber, que toda victoria inmerecida es una derrota moral, y que, en último caso, más que la victoria importa merecerla». La idea esencial quijotesca se hermana con el más hondo sentir de Unamuno: «Vivid de tal suerte que el morir sea para vosotros una suprema injusticia».

Antonio Machado, La Guerra. Escritos: 1936-39. Ed. por Julio Rodríguez Puértolas y Gerardo Pérez Herrero. Madrid: Emiliano Escolar Editor, 1983, pp. 213-15.


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