Una de las consecuencias de la jefatura de Yeltsin es que Rusia, perdiendo una enorme parte de su territorio, ha vuelto a las fronteras del siglo XV. Rusia ha sido amputada así de cuanto habían conseguido para ella sus grandes gobernantes históricos, como Iván IV, Pedro I y Stalin. Todo eso lo ha dilapidado Yeltsin en un abrir y cerrar de ojos, sólo en aras de su ambición personal y con vistas a obtener la bendición de las potencias capitalistas occidentales, enemigas tradicionales de Rusia. Cierto que, desde la creación de la Unión Soviética en 1922 (al no haberse seguido entonces el consejo de Stalin, cuya lucidez se ha revelado ahora), esos territorios no estaban formalmente incluidos en la Federación rusa; mas, unidos con la Rusia propiamente dicha en la URSS, teniendo minorías rusas importantes, pertenecientes históricamente --y varios de ellos durante siglos-- al imperio ruso, cabe decir que, en un sentido lato y nada impropio, seguían siendo partes de Rusia.
¿De dónde viene la voluntad de las potencias occidentales de humillar, empequeñecer y doblegar a Rusia? Con otras palabras, ¿por qué necesita Yeltsin, para complacer a los círculos gobernantes de Washington, Londres, Bonn y París, seguir una línea que lleva a esos resultados? Las potencias capitalistas de Europa occidental y Norteamérica están --como lo han estado desde hace siglos-- ávidas de asegurar su supremacía contra todas las naciones no pertenecientes al área atlántica; están habituadas a ver en Rusia --no sin fundamento-- un país entre europeo y asiático, un país cuyo cristianismo ortodoxo constituye un ámbito cultural diferente del del cristianismo católico-protestante occidental (aunque naturalmente la importancia de tales factores es relativa no más, ya que --llegado el caso y en aras de sus intereses económico-políticos-- ellos mismos sacrifican esas consideraciones, que es lo que pasa en Bosnia).
Además, eso de que el capitalismo va a verse enteramente restaurado en Rusia está todavía en un «¡Veremos!». Condenar a la miseria y a la desesperación a millones de trabajadores rusos, eso sí ha sido posible; la privatización ha dado muchos pasos adelante; se han instalado --en un país que no los había conocido durante 70 años a pesar del azote de las guerras impuestas por los capitalistas foráneos-- el paro y la inflación. Y sin embargo la reforma mercantilista no acaba de cuajar; la vida rusa estaba tan impregnada de las prácticas y las ideas comunistas de amparo al débil, equidad distributiva, desenfatización del lucro particular como móvil del esfuerzo --a pesar de todo lo que ya Jruschov y los economistas hicieran para implantar ese tipo de motivaciones-- que la política de Yeltsin no ha logrado aún, ni de lejos, su objetivo de restauración capitalista. Así que no es de extrañar que los imperialistas, desconfiados, sigan mirando con recelo cuanto pueda ser un mantenimiento de poderío ruso. ¿Quién sabe, incluso, si, aun en el caso de que se afiance de momento la restauración capitalista en Rusia, el comunismo no va a levantar allí la cabeza de nuevo? Tanto más cuanto que se ven en la cultura tradicional rusa tendencias colectivistas e igualitarias en virtud de las cuales no ha sido, ni mucho menos, una simple coincidencia que haya sido Rusia el país donde haya triunfado una revolución comunista.
Conque la conclusión es clara para los dirigentes de la OTAN: seguir aislando a Rusia, reforzar el cordón sanitario en torno a ese país, y continuar imponiendo a su títere Yeltsin una política que hunde, achica y debilita a Rusia más y más. Así se explican las recientes medidas de la OTAN para ir integrando en ella paulatinamente no sólo a Polonia, Hungría y Bohemia, sino también a los territorios rusos separados de la madre Patria por la política traidora de Yeltsin, como Estonia, Letonia, Lituania y tal vez Bielorrusia y Ucrania.
Explícanse perfectamente en ese marco los sucesos de los últimos meses: el segundo (o tercer o cuarto...) golpe de estado de Yeltsin el 21 de septiembre disolviendo ilegalmente el Parlamento y luego --al no someterse los diputados-- bombardeándolo y destruyéndolo a cañonazos, con un saldo de 200 muertos y mil heridos; la implantación del estado de excepción; la disolución de decenas de partidos y organizaciones anticapitalistas y el cierre de periódicos y publicaciones; y, pese a todas esas medidas, la estrepitosa derrota de los partidarios de Yeltsin en la votación del 13 de diciembre, en la cual han triunfado las dos principales fuerzas patrióticas: el partido liberal democrático de Vladimir Zhirinovski --que, además de rechazar el sometimiento de Rusia al imperialismo capitalista y el desmembramiento perpetrado por la política de Yeltsin, tampoco comulga con la implantación de la economía de mercado que está causando un genocidio; y el partido comunista ruso (uno de los varios que existen con denominaciones similares, pues otros, prohibidos, no han podido acudir a las elecciones).
La nueva Duma salida de esa votación ha elegido como su presidente a un comunista, con el apoyo de Vladimir Zhirinovski. Contra éste se han volcado las baterías de la propaganda imperialista; entre ellas las de la prensa borbónica, que lo califica de `esperpéntico'. Dime quién habla contra ti y te diré qué méritos tienes.
Yeltsin no para en marrullerías, mentiras, felonías, perjurios. Había prometido elecciones presidenciales y luego sale con que Rusia no puede prescindir de él y por lo tanto no habrá tales elecciones hasta dentro de unos años. Si bien ahora --tras el resultado electoral y el repudio que le ha expresado el pueblo ruso-- ha tenido que dar marcha atrás en la política de aceleración de la reforma capitalista, su posición es difícilmente separable del respaldo de sus amos occidentales y --aunque sea a través de zigzags-- de la línea impuesta por la banda asesina Fondo Monetario Internacional (FMI). No está dicha la última palabra. En los asuntos humanos no hay nunca última palabra; pero en este caso no es todavía nada seguro que quienes acaparan las riquezas de la humanidad vayan a lograr apoderarse de Rusia. A pesar de Yeltsin.
Artículo publicado en Octubre Nº 16 (septiembre de 1993). Si bien esa inserción puso fin a las solicitudes de colaboración que hasta ese momento habían tenido la amabilidad de hacerme los camaradas del colectivo Octubre, les agradezco cordialmente que hayan publicado este artículo pese a su radical desacuerdo con el mismo.volver al cuerpo principal del documento
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Director: Lorenzo Peña
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