Tres cuartos de siglo, desde el final de la primera guerra mundial, los palestinos llevan luchando contra ese despojo, por su vida, por su supervivencia, por el pan, por la justicia. Su causa, digna de mejor apoyo, ha sido repetidas veces no sólo traicionada por los reaccionarios de la nación árabe --lo cual es normal-- sino muy poco respaldada por los «progres» que en otros capítulos han dado pruebas de más sensatez o más valentía. Y es que el sionismo es fuerte y tiene muchos apoyos, no sólo en los medios de la alta finanza, la burguesía, la prensa, los magnates, sino incluso en sectores de los que, con terminología de otros época, se han querido llamar de izquierda. Eso tiene su porqué, mas no nos interesa aquí. Es un hecho. Conque no nos extraña que el sionismo haya disfrutado de tantos avales y haya engañado a tanta gente. No quería verse que las injusticias cometidas contra los judíos por la burguesía europea y por amplios sectores de las clases populares en países europeos no justificaban, ni poco ni mucho, que a esos judíos se les regalara la tierra de otros, de pobre gente que nada les había hecho. Sabemos que muchas veces en la historia las víctimas se convierten en verdugos.
Luchando en condiciones desesperadas, de una dureza que supera a la de casi cualquier otra lucha del siglo XX, contra el imperialismo inglés, que fue quien les impuso el yugo sionista, y luego contra éste, los palestinos han tenido que sufrir una espantosa sangría. Los monarcas se han ensañado contra ellos, vendiéndolos a Israel. El régimen fascista del déspota sirio Hafez El-Assad --el mismo que respaldó la agresión yanqui contra Iraq-- los apuñaló por la espalda muchas veces, llegando a completar desde el norte la matanza de palestinos en el Líbano que Israel perpetraba desde el sur.
Cuando existió el campo socialista, los palestinos recibieron algún apoyo intermitente, mas siempre flojo, escaso, condicionado y cargado de presiones para que aguaran a cambio los objetivos de su combate. Exigíaseles que reconocieran la permanencia del estado de Israel, contra toda justicia.
Además de la falta de apoyo, otro factor que ha endurecido la lucha de los palestinos es que son un pequeño pueblo, al paso que Israel ha ido adquiriendo una población enorme con las olas sucesivas de fanatizados judíos fundamentalistas. No es comparable esa lucha a la de un pueblo formado por muchos millones de habitantes en un territorio donde sólo estén radicados colonos o sectores dominantes privilegiados que constituyan una neta minoría de la población.
Hostigados por todos, traicionados, acosados, privados aun del apoyo de sectores que se esperaba se lo dieran, maltratados, pisoteados, arrojados no ya de su tierra sino de un país tras otro, los palestinos parecían abocados al fracaso, a la humillación total y definitiva de que la sangre derramada ya por tres generaciones consecutivas de luchadores antisionistas fuera en vano y de nada sirviera. Hasta los «progres» de Israel, hartos del fundamentalismo rabínico, que en un momento habían mostrado cierta simpatía (bueno, la palabra es demasiado cálida, ¡digamos cierta comprensión!) ante la Intifada palestina, se apresuraron a aplaudir la nueva oleada de represión antipalestina a raíz de la guerra del golfo, porque la OLP no había apoyado la agresión yanqui (aunque la OLP tampoco apoyó la anexión, sobradamente justa, de Kuwait por Iraq; es muy comprensible que no diera ese paso). En general todos querían que Israel liquidara a la OLP y que el problema palestino se desvaneciera así, pasando poco a poco toda Palestina a estar incluida en el estado de Israel. (Los nostálgicos rabinos sueñan con mucho más, con volver al imperio de David y Salomón, mas hay una serie de israelíes hoy que prefieren vivir en paz.)
En estas condiciones, sólo cabe calificar de inmenso éxito para la justa lucha popular el acuerdo que se está pergeñando entre la OLP e Israel. Es el fruto de 75 años de lucha heroica. Es el fruto de la obra ingente de uno de los líderes revolucionarios más abnegados y capaces de nuestra época, Yassir Arafat. Cierto que lo que se logra es un 10% sólo de lo que sería justo conseguir, de lo que hubiera sido justo anhelar y esperar. Mas la vida y la historia caminan así. No es nunca razonable querer el «todo o nada». Una lucha tan terrible, tan desigual, tan difícilmente abocada a otra cosa que al fracaso, hubiera llevado, si no se encuentra un arreglo pacífico, a una total y desmoralizante derrota. Mientras que el acuerdo confirma lo que ya sabíamos quienes hemos apoyado desde hace muchos años la causa palestina: que ese denodado combate, esa titánica epopeya, es y era justa, y merece tener una recompensa, aunque ésta no vaya a estar a la altura de lo que hubiéramos deseado (y desde luego en primer lugar los propios palestinos hubieran deseado). ¿Quién renuncia a alcanzar los objetivos de sus afanes y denuedos porque, a la hora de realizarse, no son posibles en toda la medida que él hubiera esperado?
Colocados en la alternativa, no del «todo o nada» de los fanáticos integristas, sino del «algo o nada» a que los constriñe la correlación de fuerzas, los palestinos han tenido que dar un paso más adelante, que ha requerido no menos valentía que su heroica lucha armada y pacífica. El paso de reconocer la realidad, y aceptar que lo irremediable es tal, y que no era ya posible seguir luchando por la plenitud de los objetivos inicialmente previstos. Valor y audacia en ese paso que han caracterizado, con su clarividencia y su honradez de siempre, a Yassir Arafat.
Que este acuerdo --si se llega a materializar-- es una gran victoria revolucionaria muéstranlo el recelo y el descontento mal disimulado --cuando no la abierta hostilidad-- de tan diversos círculos imperialistas y reaccionarios. Los acuerdos no se han negociado por intermedio de Washington. Los yanquis no han tenido en ellos arte ni parte, aunque ahora, viéndolos como inevitables, traten de capitalizarlos. Los reaccionarios y traidores del mundo árabe se precipitaron en el momento a oponerse, si bien luego han tenido que dar marcha atrás ante la opinión pública. La prensa imperialista y burguesa se relamía de antemano anticipando las tribulaciones que tendría que afrontar Arafat para hacer aceptar el plan. Lo que querían es que los palestinos destituyeran a Arafat, perdieran así a su más valioso y leal líder, y luego se precipitaran en un abismo de desesperación y ultrancismo que a nada condujera. Nada los satisfacía si no era el exterminio total de la OLP, que no quedaran de ella ni los rabos. (No inventamos ni exageramos: examínese la política inglesa en Palestina desde 1917 y júzguense en ese contexto las taimadas reticencias de la BBC de Londres, dando la voz a extremistas palestinos de cuya existencia nunca antes se acordaron; y es que se frotaban las manos ante la idea de que los palestinos en su mayoría rechazarían el plan de Arafat y, por consiguiente, el liderazgo de éste.) La idea de que exista un territorio --aunque sea pequeño y carente de independencia-- en el que mande la OLP, una organización de esa trayectoria revolucionaria, de esa significación antiimperialista, es algo que les produce desasosiego y hasta vértigo. Tan es así que prefieren que siga el conflicto. Aunque luego, al ver que sólo el sector extremista del integrismo ataca el plan sin matices, y que incluso muchos islamistas no lo condenan --aunque no se sumen a él; al ver cómo la gran masa de la población lo apoya, y la opinión pública lo recibe con júbilo y alborozo por doquier; al ver eso, tienen que dar marcha atrás y, con la boca chica, decir que lo celebran. También entra en eso el querer amoldarse a la situación real, para sacar tajada (que el monstruo euro-comunitario no quede al margen --astutas maniobras de Jaques Delors).
Muchos escollos habrá que superar. Mas ahora lo que prevalece es nuestra enorme alegría por esta grandiosa victoria de la lucha popular, que saludamos con entusiasmo. ¡Viva el valeroso pueblo palestino!
Este artículo fue escrito en septiembre de 1993 por amable petición de los camaradas del colectivo Octubre para publicarse en la revista de esa misma denominación. Sin embargo, una vez leído por ellos el manuscrito, no pudo venir publicado, al discrepar marcadamente de su propio posicionamiento al respecto, muchísimo más desfavorable para con el proceso de paz y en particular para con la política seguida en el mismo por Yassir Arafat.volver al cuerpo principal del documento
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Director: Lorenzo Peña
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