El racismo, bandera de la burguesía **Nota** 12_1

Lorenzo Peña

¿Por qué precisamente el racismo y no otra proposición más positiva y menos repugnante? ¿No tiene nada mejor que ofrecer la burguesía? ¿No pueden competir entre sí los diversos partidos burgueses esgrimiendo otras promesas u otras cualidades reales o supuestas de sus respectivas formaciones? ¿A qué viene esa porfía entre ellas por probar, cada una, que ella es la que más aventaja en enarbolar el estandarte del racismo y de la xenofobia?

Ante todo, hay que constatar que eso es así. Luego hay que explicarlo. Que es (más o menos) así cabe verlo en un sinfín de detalles: los marginales [declarados] fascistas no tienen ninguna otra cosa que esgrimir un poco menos fea o sucia que la valentía con la que, bien agrupados y armados, apalean o linchan a aislados e indefensos inmigrantes africanos. Ahí se quedó toda su ideología del imperio hacia Dios, vida como milicia y unidad de destino en lo universal: en asesinar o al menos dejar lisiados a desventurados trabajadores cuya única falta es ser de tez más oscura que los gallos que los maltratan. ¿Tan vulgar y mezquina y vacía y pobre era esa ideología que a tan bajo llega?

Pero, si en eso quedara todo, sería normal. Aunque, por razones históricas y étnicas, en nuestra Patria los fascismos no habían esgrimido en el pasado el arma de la ideología racista (¿dónde estaban, al fin y al cabo, las minorías raciales --salvo la de los gitanos-- contra las que poder apuntar?), racismo y fascismo son viejos compañeros de cama. Mas justamente no para en eso. Es que hoy asistimos a un desencadenamiento del racismo incluso entre las fuerzas gobernantes, aun aquellas que nominalmente conservan (aunque sólo la usen cada vez más de tarde en tarde) el rótulo de izquierda. ¿Hechos? Muchísimos: viviendas de gitanos destruidas y saqueadas por muchedumbres racistas con la aquiescencia o el beneplácito fáctico de las autoridades; igualmente, intentos de linchamientos, apaleamientos, que quedan impunes, mientras que son perseguidos quienes los denuncian; medidas legislativas tendentes a cerrar todavía más a cal y canto las fronteras contra los inmigrantes de Àfrica y América Latina, al paso que, como buenos chicos, abrimos obedientes las puertas a la libre instalación en España de ciudadanos de otros países del Mercado común europeo que nos hacen el honor de venir aquí. Y no es sólo en España. También el gobernante partido socialista francés y desde luego los demás gobiernos europeos se suman a esa campaña, rivalizando en nuevas disposiciones contra la inmigración procedente del Tercer Mundo. No se salvan ni los solicitantes de asilo político: son ampliamente conocidos los pocos casos que han saltado a la luz, como el que Inglaterra haya deportado al Zaire a un perseguido de la dictadura fascista de Mobutu, previamente torturado y después desaparecido, o los kurdos de Turquía entregados por Suiza, e incluso medidas similares de Suecia, un país que hasta ahora parecía, en esa y otras cosas, un poco distinto.

Se desgañitan y se llevan la palma en todo eso los de la llamada extrema derecha (hoy más que nunca hay que desconfiar de esa terminología, ya de suyo tan relativa y, en el mejor de los casos, inexacta de derecha e izquierda). Entonces la llamada derecha no extrema dice que, aun no compartiendo «plenamente» esas posiciones de sus amigos extremistas, no pueden dejar de sentir la inquietud legítima que conlleva, la de salvaguardar la identidad nacional. Entonces los socialistas y compañía se suman y dicen a su vez que, sin compartir tampoco ellos del todo esa inquietud según la expresan los señores de la derecha, ven un fondo de preocupación genuina por un problema que, nos aseguran, está ahí y no cabe soslayar. Para no soslayarlo, practican la tolerancia para con los linchadores, saqueadores e incendiarios, dejan a su policía hostigar y maltratar a los inmigrantes más desvalidos, y toman desde el poder medidas para restringir aún más la inmigración.

¿Qué pasa? Pues es --así de sencillo-- que no tienen nada menos malo que ofrecer. Con toda su cacareada victoria sobre el socialismo real, con todo el derrumbe de los regímenes comunistas que no han podido resistir el asedio y acoso de los más fuertes (más fuertes económica, política, territorial y militarmente, así como más expertos y reforzados por la rutina y el atavismo, que, como bien lo dijo Lenin, constituyen la mayor fuerza de todas), con todo eso y más, los señores representantes de la burguesía en el poder no tienen nada positivo que ofrecer, como no sean esos cientos de miles de puestos de trabajo que se quedaron sobre el papel o esos miles de viviendas dizque baratas que ahora se van a quedar en humo de pajas. Nada de nada. Salvo atizar y azuzar las animadversiones de unos trabajadores contra otros, haciendo creer a los nacionales que, de haber menos inmigrantes del Sur, ellos tendrán más facilidades de empleo, y a los payos que los males vienen de los gitanos. En realidad, todo eso son fábulas. El paro de varios millones que arrastramos desde hace muchos años es anterior a la llegada de inmigrantes de Àfrica o de América Latina. Y a un payo de a pie, como quien esto escribe, los gitanos no le han hecho nunca nada malo (como tampoco los inmigrantes de Nigeria, Guinea o Malí), mientras que no se puede decir lo mismo de muchos payos hispanos e hispanísimos. (¿Hay un solo payo español a quien hayan hecho más daño o mal los extranjeros o los gitanos que otros payos hispanos? Me gustaría conocerlo.)

Estamos en una coyuntura de agravamiento de la crisis económica del capitalismo. Las virtudes y cualidades de la economía de mercado, tan ensalzada por las autoridades y sus corifeos, no se ven por ninguna parte. Lo que se ve es el aumento del paro, el cierre de fábricas, la vivienda por las nubes, miles de personas teniendo que vivir a la intemperie, y nubarrones aún más negros en el horizonte. No está el horno para prometer muchos bollos. Pero sí lo está siempre para descargar el descontento contra los infelices e indefensos que no nos han hecho ningún daño.

Y, sin embargo, hay que recalcarlo: quienes vienen como inmigrantes del Tercer Mundo, en primer lugar tienen derecho a hacerlo, y en segundo lugar son las principales víctimas de esa economía de mercado gobernada por los magnates euro-norteamericanos. El capitalismo ha arrasado a los países del Tercer Mundo y luego, a través sobre todo del Fondo Monetario Internacional, les ha impuesto una política que equivale a un genocidio contra sus pueblos. Yugulando su economía, no deja a esos pueblos más salida que la emigración. Ahora bien, todo ser humano tiene derecho a hacer lo que pueda salvar su vida, principalmente si la acción es pacífica e inofensiva. Aunque no hubiera otras razones, que las hay, esa bastaría. Por consiguiente nuestra burguesía (incluyendo en ella a nuestros socialistas) está --aunque se llene la boca con palabras sobre los derechos humanos-- infringiendo despiadadamente el más vital y elemental derecho de la gran mayoría de los seres humanos de nuestro planeta. Y de paso embaucando a la mayoría de nuestros conciudadanos.




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Artículo publicado en Octubre Nº 1 (diciembre de 1991).volver al cuerpo principal del documento




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