Lo único importante, lo único que tiene que contar y que iba a contar, es que cada cuatro años o así haya elecciones con varios partidos, con campañas electorales donde al elector se lo embauca con frases huecas y generalidades que a nada comprometen y se lo amenaza y chantajea para que vote por las fuerzas del orden establecido, que si no... Si no, ya se sabe: habrá fuga de capitales, desinversión, desempleo aún mayor, y todo eso. La economía de mercado requiere, para que funcione mínimamente, la confianza de los inversores en los gestores de los asuntos públicos. Eso y los millones y millones de dólares de la propaganda subvencionada por los banqueros, industriales y comerciantes (y por la CIA) es lo que determina quién sale elegido. Toda esa democracia es puro teatro. Cuando quieren que salga tal partido, presentan a un candidato elegible. Cuando piensan que le viene mejor una cura de oposición, o prefieren que salga otro, nominan como candidato a uno que ya saben que no va a salir elegido. A los reacios se los apabulla y acoquina con la historia del voto útil. ¡Y a pedir de boca! Una vez, y otra, y otra, y otra más, al infinito. Si por excepción no sale así, eso --dentro de un orden-- sirve para reforzar y afianzar al sistema. Más allá de ese orden, está el recurso a los golpes militares. ¡Lástima, pues, que Fidel Castro sea tan tozudo, que no dé un pasito a favor de esas delicias del pluripartidismo! Si lo hiciera, los dineros de la CIA (y de toda la banca del Planeta, que a pesar de la crisis, ¡dinero tiene!), el chantaje, las amenazas, el desgaste --como en Nicaragua contra los sandinistas, sin que queramos comparar lo incomparable--, todo eso junto acabaría minando y destrozando al régimen revolucionario cubano. Decirles a los cubanos que toleren el pluripartidismo sería como que haberles dicho a los esclavos sublevados contra Roma, con Espartaco a la cabeza, que hicieran en su campamento elecciones con pluralidad de facciones políticas como se hacían en Roma. Cuba es eso: un asediado campamento de esclavos insurrectos contra el Imperio y contra la esclavitud asalariada. Y el asedio es tal que no están las cosas para andarse con relajos, en medio del desorden mundial acaudillado por la potencia más agresiva de la historia (ninguna antes había tenido tanto poder --ni de lejos--; ninguna había dominado a un mundo unipolar, ni siquiera el Imperio Romano en su apogeo, desde luego).
Pero Fidel ha hecho muy bien en venir. No haber venido hubiera sido dejarles el campo libre a los facinerosos enemigos de los pueblos y lacayos del imperialismo para despotricar sin trabas contra la dictadura cubana. Y, en medio de esa caterva de politicastros proyanquis, que o no saben decir nada o no tenían nada que decir, salvo las venenosas alusiones contra Cuba, en medio de esa turbamulta de dignatarios capitalistas que reciben abultadas listas civiles por no hacer nada a favor de sus pueblos (o por empobrecerlos más y más, y cuando protestan matarlos a tiros), el único que tenía --y tuvo-- algo interesante que decir --y lo dijo-- fue Fidel. La oratoria no consiste en hacer frases huecas y altisonantes, sino en hablar con claridad, con buenos argumentos y con tino. Fidel demostró una vez más que tiene todas esas cualidades. Claro que en ese contexto no podía explayarse, ni ir en muchos temas más allá de la alusión. En esas pocas palabras, hizo un discurso magistral y sintetizó la situación planetaria con rigor y exactitud. La dominación no desafiada del imperialismo norteamericano, el manejo de la ONU como instrumento dócil de su agresión, la miseria a que el colonialismo euro-americano ha venido sometiendo a los pueblos de Asia, Africa y América Latina desde hace justamente 500 años, el incumplimiento de la obligación que tienen los países ricos de compensar eso ayudando a los subdesarrollados, la injusticia social que existe incluso en la Gran Metrópoli yanqui; y sobre todo --junto con el peligro que la hegemonía yanqui hace pesar incluso sobre nuestro propio idioma-- la dignidad de Cuba, defendiendo en ese entorno hostil, contra viento y marea, su opción por una sociedad no capitalista y no sometida al dictado de los EE.UU. Discurso valiente, bonito y por encima de todo justo y correcto.
Algún que otro encumbrado trató de dejar una buena estampa, como el jefe de gobierno portugués, que nos probó que al menos sabe hablar (no como otros), o la atractiva y elegante Doña Violeta. Pero no venían a decir nada. Bla, bla, bla. La democracia, la democracia, la democracia. En sus países mucha gente se muere de hambre, los más de quienes a ese extremo no llegan malviven en una espantosa postración, sólo una minoría vive holgadamente, aumentan las desigualdades sociales y por supuesto cada vez se paga más a los banqueros (pero ellos no condenan a esos banqueros, sino que aprueban y ensalzan a ese mismo sistema de economía de mercado que tiene tales resultados). Poco les importa. El genocida Serrano de Guatemala capitanea un poder basado en los escuadrones de la muerte; Balaguer, además de sus otras fechorías actuales, fue el Carrero Blanco dominicano bajo Trujillo; Menem (ese golfo corrompido y turbulento, que parece un personaje de novela policiaca) es el presidente peronista, y Perón fue un fascista agente de Hitler y Mussolini que impuso una dictadura feroz --y ahora Menem aplica la política de las últimas dictaduras militares, sólo que con elecciones, con esa democracia que el pueblo argentino llama «democracia trucha» (falsa, postiza, adulterada). ¡Da igual! Ninguno de esos señores tiene ningún remordimiento de conciencia, todo va bien en sus respectivos fundos. O, si no del todo bien, va mejorando. La prueba --nos dicen-- es que en algunos países latinoamericanos ha habido un crecimiento económico el último año, tras decenios de estancamiento y retroceso. Querría uno preguntarles --ya que están tan ufanos por esa pequeñez-- si han conseguido siquiera recuperar el nivel productivo por habitante de hace 10 años.
Pero, si bien los propósitos eran de silenciar esos temas delicados, no pudieron del todo, y el remilgado presidente de Chile (que no dice que fue pinochetista) se fue de la lengua al soltar que la miseria extrema puede desembocar en una explosión social, con peligro de la preciadísima democracia. Luego dijeron que no, que no era para estar tan inquietos y alarmados, que los pobres aguantarán. Mas no pudieron dejar de recoger --en frasecitas edulcoradas, sosas, quitándole hierro al asunto-- algo de la situación de las masas latinoamericanas; esperando la salvación de una mayor inversión del Banco mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo, los mismos que arrasan a esos pueblos e imponen las políticas económicas genocidas de esos gobiernos. Además, incluso eso lo dicen por decir, muy a sabiendas de que ni siquiera habrá esas inversiones.
Para hacer ver que algo práctico se ha hecho en la cumbre, nos han restregado lo de la TV y dos o tres puntillos de cooperación cultural, que por otra parte seguramente se quedarán en agua de borrajas, como tantos otros, ya que ese tipo de acuerdos básicos no cobran vigencia si no vienen desarrollados en disposiciones concretas; y hay muchos acuerdos así que por falta de tal desarrollo no se aplican en la práctica, dejando desamparados a muchos españoles en Latinoamérica y Latinoamericanos en España.
Mas, aunque sí se hubiera llegado a algún acuerdo real y concreto en el campo cultural, lo más importante para la vida de esos cientos de millones de seres humanos que hablamos castellano o portugués es la economía. Sin comunidad económica no puede haber comunidad a secas. Y en ese terreno, nada de nada. Nuestros gobernantes son unos mandados. Dentro de ciertos límites, Francia tiene un margen para llegar a acuerdos de cooperación económica con sus antiguas colonias africanas, y lo hace. España ni puede ni quiere.
Si tuviéramos un régimen un poquitín menos indigno, España se hubiera plantado ante los magnates del Mercado Común y habría obtenido alguna cosilla a favor de América Latina, donde hay cinco millones de españoles y cientos de millones de personas con ascendencia hispana. Al menos un trato de favor para la inmigración a su Madre Patria, alguna ventaja comercial, un poco de ayuda (no las 2 ó 3 Pts en proyectos culturales, que parece ahora que se van a reducir a unos céntimos). Algo que, aunque fuera poco, compensara, siquiera parcialísimamente, por el saqueo y el esquilme a que han estado sometidos aquellos países por los europeos (inicialmente por España, mas luego también por otros tanto o más que España; recordemos que, al llegar al trono de Madrid los Borbones, lo primero que hicieron fue otorgar a tratantes franceses el monopolio del comercio de esclavos negros de Africa a la América Hispana; y en el Tratado de Utrecht se les cedió una tajada a los ingleses). Compensar a esos pueblos, que en buena parte descienden también de aquellos esclavos negros secuestrados en su casa y transportados por la fuerza al nuevo mundo; por ese crimen que deja pequeñas las atrocidades de Hitler y que se practicó durante siglos con la bendición de los Papas y sin protesta de nadie. Lo que les debemos (porque todos se lo debemos, aunque unos más y otros menos) no lo podremos pagar nunca, pero ésa no es razón válida para no pagar ninguna parte de la deuda. Pues no, España, la España oficial, la monarquía y sus políticos de turno, nada tienen ni tuvieron que decir al respecto, ningún examen de las culpas de esa monarquía en los males de América Latina, ninguna noción de retribución o restitución. La Coyuntura es el escudo o el pretexto para ni siquiera dar limosna, o achicarla hasta que ya se quede en nada y no sirva para nada. Esa señora, Doña Coyuntura, es caprichosa y ciega. Lo que callan es que las coyunturas no son fenómenos naturales, sino consecuencias de esa misma economía de mercado a la que ponen por las nubes. En resumen, quienes allí hablaron tras un letrero que ponía «España» mejor que no hubieran estado siquiera, porque ¿qué van a pensar de nosotros los latinoamericanos y portugueses que vean ese espectáculo por TV? (Felizmente los habrá informados, y ésos no generalizarán abusivamente.)
Por patriotismo, por sentido del honor, por solidaridad con las víctimas del Gran Matón, por vergüenza, pero principalmente porque Cuba construye una sociedad sin injusticia social, sin clases explotadoras, hemos de poner muy en primer plano el respaldo revolucionario al pueblo cubano, nuestro hermano. Como también hemos de apoyar todas las luchas antiyanquis en América Latina, aunque a veces no estemos de acuerdo con cómo se llevan a cabo. Porque América Latina está hoy en el centro de las luchas revolucionarias contra esta sociedad monstruosa en que vivimos.
Artículo publicado en Octubre Nº 7 (septiembre de 1992).volver al cuerpo principal del documento
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Director: Lorenzo Peña
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