Revista de prensa: Suelto de Gabriel Albiac en El mundo
Auto de fe
Patética, la diputada Almeida rindió ayer cuentas desde la tribuna política de PRI, S.A.: «Yo no defiendo los intereses de Polanco, pero» Pero la vida está muy dura; y hacer de un cero intelectual un diputado requiere algo más que el lote abochornante de una locuacidad tan huera como una nuez podrida. Requiere, sencillamente, un multiplicador mediático: eso capaz de mutar a un asesino múltiple en hombre de Estado; o a una máquina de triturar sintaxis, en honorable representante del pueblo.
Nada hay que objetar a ello. Son las reglas --siniestras pero irrebasables reglas-- del ganapán político en el final del siglo XX. Daría tan sólo pena, si todo se limitara al pago --en público y mediante interrogatorio a cargo de la más cualificada comisaria política de la empresa-- de una deuda libre e individualmente contraída. Operación de mercado irreprochable. PRI, S.A. hizo, de una amorfa nada, esto: un personaje público, creo que llaman a esas cosas.
Llega el momento ahora de que rinda cuentas. El mercado es implacable. Auto de fe: «Yo estoy muy preocupada, porque me niego a admitir que la pinza política que pueda estar haciendo Julio Anguita sólo se basa en el deseo de fastidiar a otro partido. Me da vergüenza, me indigna».
Le da vergüenza, la indigna. Ni los 28 asesinatos de los GAL, ni Filesa, ni la empresa de entierros en cal viva de los cofrades Barrionuevo & Glez., S.A, desencadenaron en sus meninges nada parecido a esta santa indignación y este ofendido sonrojo que dispara en ella la erosión de las sagradas ganancias de don Jesús de Polanco. El ridículo personal de la señora Almeida es cosa suya. La obligación que ata a la diputada Almeida a quienes la votaron en la lista electoral de IU encabezada por Julio Anguita es asunto colectivo. Asunto, incluso, de quienes ni la votamos a ella ni votamos a nadie. Porque también nosotros pagamos su sueldo. Y la estafa de un diputado que actúa en estricta obediencia al partido adversario de aquel en cuyas listas fue elegido es un fraude que corrompe la esencia misma del sistema representativo.
Debemos entender que un diputado --Almeida u otro-- se descubra desgarrado entre dos deudas. Debemos entender que la fidelidad a la privada empresa mediática sea más constrictiva que la abstracta letra de los programas electorales. Nada hay más lógico que ese saberse servidor de aquél sin cuyo respaldo la vanidad propia se disolvería en sombra, en instantáneo olvido. El Parlamento es nada; el Televisor, todo. Tiene razón la diputada Almeida; o tiene, al menos, instinto: ese instinto de sobrevivir a cualquier precio que define a los verdaderos profesionales de la política.
Una elemental decencia exige que un diputado en desacuerdo con su propio programa abandone cargo y sueldo. Retorne a casa. Una elemental decencia: precisamente aquello que en política está prohibido. Cristina Almeida lo sabe.
Gabriel Albiac
El mundo, lunes 02-06-1997
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