Nidia Díaz <25>Nota 17_1
Históricamente conocido como la «Suiza de América» por la estabilidad política y el confort social, el neoliberalismo ha convertido al Uruguay en una caldera en ebullición como consecuencia del fuego que produce la leña de las reformas constitucionales y el desempleo.
A diferencia de sus vecinos y por las peculiaridades con que en ese país se han aplicado los programas de ajuste, lo cierto es que allí las tensiones sociales se caracterizan por aglutinar a los más diversos sectores, desde los desempleados hasta los representantes de la pequeña y mediana empresas, los cuales se enfrentan a las medidas gubernamentales con movilizaciones que comienzan a preocupar al Ejecutivo.
Y es que el Partido Colorado, para cerrar el paso a la izquierda frenteamplista, se coaligó con sus tradicionales oponentes, los blancos, a quienes repartió algunos ministerios, al tiempo que se vio forzado a hacer suyo el programa neoliberal que había puesto en marcha el presidente Lacalle y al que no hizo modificaciones en lo sustancial.
Hablamos de un país con un alto ritmo de crecimiento pero con una desigual e inequitativa distribución del ingreso. Un crecimiento macroeconómico que privilegia únicamente a los sectores financieros en detrimento de los sectores generadores de empleo y de desarrollo armónico de la sociedad.
Hablamos de un país donde 500 000 uruguayos están desocupados y el costo de la vida se mantiene a niveles muy altos, donde los sectores marginales crecen como expresión de la desintegración social y la delincuencia, la prostitución infantil y la violencia comienzan a dar otro rostro a la otrora próspera y tranquila «Suiza de América».
En las últimas semanas la situación social se ha tensado en la medida que se multiplican las manifestaciones de protesta como las ocurridas en Paysandú, una antigua ciudad industrial al norte del país y donde el desempleo perjudica al 30% de la población económicamente activa, donde se produjera la mayor protesta social realizada desde el fin de la dictadura militar.
Allí, organizados por el movimiento «Paysandú entre todos» salieron a las calles los desempleados, todos los gremios locales, el movimiento ecuménico, el sector comercial y hasta de la propia alcaldía que consideró justa la protesta.
En Paysandú, convertido en bandera de las luchas sociales contra el neoliberalismo, uno de cada tres jóvenes no tiene empleo y 3 800 puestos de trabajo se han perdido por el cierre de fábricas.
Los sanduceros dirigieron sus reclamos al gobierno central. Llevaron consigo un documento de propuestas y de reflexión. Recibieron la callada por respuesta y hoy todo Uruguay mira hacia ellos, se organiza y los imita; sus problemas son similares y los métodos de lucha iguales.
Frente a esta situación y previéndola, la derecha uruguaya apostó por la reforma del sistema electoral para aislar a los aliados naturales de los descontentos: el Frente Amplio, la izquierda.
Fue así como modificó las viejas reglas del juego y decidió que a la lid electoral fuera un solo candidato por partido y aceptó una segunda vuelta para aquel que no obtuviera el 50 por ciento más uno de los votos.
Estratégicamente su juego sería, dadas las intenciones potenciales de voto en el país, que de tener que dirimir la presidencia con un candidato de la izquierda en segunda vuelta, caerle con el peso de los padres del sistema, la derecha de consuno, y vencer.
Pero quien hace la ley puede caer en la trampa. El neoliberalismo no sólo excluye a los desempleados, a los desposeídos, a las mayorías. Al cobrar nuevas víctimas entre los propios sectores de la burguesía que no logran insertarse en las ramas priorizadas por las transnacionales, atomizan igualmente el voto de la propia derecha.
Convencido de esta inevitable realidad, el gobierno avienta los socorridos «fantasmas del comunismo» para intentar frenar el creciente movimiento nacional de protesta.
Sólo que ahora los protagonistas saben dónde están y quiénes son los verdaderos fantasmas.