En una economía mundial de 25 billones de dólares, una cuarta parte de la población del planeta sigue sumida en la pobreza severa. Esto es un escándalo, que refleja desigualdades vergonzosas, y el fracaso inexcusable de la polítIca nacional e internacional.
La cita, tomada del Informe sobre Desarrollo Humano 1997, publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sintetiza lo que hoy es un sentir generalizado, y que las naciones latinoamericanas denunciaran el pasado jueves en Roma, durante la 29 Conferencia de la FAO.
Los compromisos asumidos por las naciones desarrolladas durante la Cumbre Mundial de la Alimentación, en 1996, un año después son meras palabras, pues el hambre y la pobreza se enseñorean entre millones de personas, especialmente entre los niños y las mujeres.
Antes, durante la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social, en Copenhague, los gobiernos ya se habían Comprometido a erradicar este flagelo.
Según las propias Naciones Unidas, «el costo de la erradicación de la pobreza es inferior a lo que comúnmente se cree; alrededor del uno por ciento del ingreso mundial y no más de dos a tres por ciento del ingreso nacional de todos los países, salvo los más pobres». Y lógicamente, «mayores reducciones del gasto militar.»
Y aunque la pobreza no solo se mide por el ingreso, algunos datos del Informe del PNUD pueden ilustrar las desigualdades del mundo actual.
El ingreso per cápita del 20 por ciento más rico de la población en el mundo en desarrollo es ocho veces mayor que el del 20 por ciento más pobre; mientras en los países industrializados es siete veces mayor.
Entre 1989 y 1996, el número de personas en el mundo con un patrimonio superior a mil millones de dólares aumentó de 157 a 447.
Actualmente la riqueza neta de las 10 personas más opulentas es de 133.000 millones de dólares, 1,5 veces mayor que el ingreso nacional conjunto de todos los países menos adelantados.
Poco falta para que finalice el siglo, y menos para este año, pero las medidas prácticas para acabar, o por lo menos mitigar la terrible situación en que malvive una considerable parte de la humanidad, son inexistentes.
Las políticas neoliberales y la llamada globalización de la economía, agudizan los problemas de las naciones subdesarrolladas y afectan, incluso, a los países desarrollados, que ven renacer en sus sociedades opulentas grupos humanos con las mismas carencias que en cualquier región del Tercer Mundo.
Las propuestas de erradicar la pobreza en el próximo siglo, por parte de algunas instituciones, no son imposibles de cumplir si se cumplen los requisitos que se piden para ello, consistentes en acabar con las desigualdades actuales. Imposible sí parece que las naciones desarrolladas y especialmente sus elites de poder, accedan a dar parte de lo mucho que tienen para tan noble propósito.
El problema existe, se agudiza, hay conciencia sobre la necesidad de acabarlo, pero al parecer los pobres del planeta deberán contentarse con seguir muriéndose de hambre, mientras otros, los privilegiados, ya no saben cómo despilfarrar sus riquezas.