La actual situación de la sociedad española está pasando por un túnel de oscuridad, apatía, resignación y asqueo comparable a las cuotas más altas de aborregación de la época franquista. Después del espejismo de la transición, las élites del poder dominante no tienen nada nuevo que sacar de la chistera; eso sí, a no ser un apretón más de tuerca a las condiciones negativas de los asalariados (Acuerdo para la Estabilidad en el Empleo) sólo que esta vez, con la firma de las cúpulas de los sindicatos verticales: CCOO, UGT. Los malabarismos de la burguesía (Primarias en el PSOE) a penas salen a escena se desinflan, porque no significan nada real para las condiciones de vida del ciudadano normal de la calle. Hoy en día, la frustración viene de la comprensión por parte del individuo del total control del poder conservador sobre la sociedad. Se da cuenta de que sus metas sociales nunca se harán realidad y los colectivos ni siquiera se creen su propio discurso.
Por otro lado, nos siguen rodeando los valores cutres que se pensaba que desaparecerían con cuatro días de cultura, conocimiento y racionalidad. Lejos de ello, el poder conservador en el sistema democrático con el PSOE los ha potenciado hasta cuotas asfixiantes. El fútbol, toros y folclóricas eran los pilares sobre los que se sentaba el adormecimiento social del franquismo. Hoy el fútbol está omnipresente, pues cuando se marca un gol, los gritos, petardos y fanfarrias llegan hasta el más recóndito de los habitáculos. En el mundo de los toros, el Cordobés en los años 60 arrasaba en las plazas y hoy vemos a Jesulín organizando y llenando los tendidos sólo para mujeres. Las folclóricas han seguido con el PSOE teniendo su auge en la TV pública y después en las privadas. En la última época del franquismo todo ese amasijo pseudocultural estaba en plena decadencia. En los medios de comunicación públicos se hacía burla de las letras de las canciones de Manolo Escobar y compañía. Pero a continuación el PSOE se dedica a reprimir los ideales más avanzados y a rescatar las expresiones más rancias y reaccionarias de la España profunda.
Hoy en día el PP le pone la guinda descarada a todo lo que el PSOE ha potenciado. Con tanta oferta televisiva, el nivel de calidad, además de repetitiva hasta la saciedad (muchos haciendo lo mismo), es irritablemente bajo. Los pocos programas culturales se emiten a deshoras buscando la menor posibilidad de audiencia posible.
En los derechos fundamentales, la Ley Corcuera tiene poco respeto con los derechos humanos que tan pomposamente vociferan los mal llamados partidos democráticos. Con esta Ley, todo el mundo sabe que se tortura; pues las 72 horas de detención están puestas para eso. Así que, rasgarse las vestiduras como hace IU cuando se le van las manos a los torturadores es un ejercicio lamentable de hipocresía. Para los Okupas de instalaciones abandonadas circustancialmente, la legislación democrática del «centro izquierda» se ha endurecido y ahora hasta se castiga con cárcel. Nadie habla de la reforma del Código Penal en éste apartado; sin embargo, en cuanto hubo una sentencia del Jurado Popular que no les ha gustado, ya estaban hablando de reformarle. ¡Qué rápidos son los padres de la patria cuando quieren! Vemos cómo la legislación democrática puede ser tan represiva con los desposeídos como la legislación autoritaria. La justicia, como no podía ser de otra forma, no protege a los colectivos más débiles (maltrato de mujeres) y sólo está para los acaudalados tipo Ruiz Mateos, Gil, etc. Apenas entra el poder a las cárceles, cuando éstos se las van apañando para que salgan a los cuatro días: Tercer grado, indultos, etc.
Por otro lado, incluso en tiempos de la socialdemocracia, las fuerzas de orden público han seguido protegiendo a los niñatos del fascismo: Veintes de noviembre --Tirso de Molina. Asimismo, en vez de perseguir a los torturadores de las fuerzas de orden público, desde el poder democrático formal se les ha protegido.
Los derechos laborales de los trabajadores han ido de mal en peor desde la imposición del despido libre en el Estatuto de los Trabajadores negociado en tiempos de UCD por UGT.
Después le ha seguido una desregulación laboral salvaje que deja al empleado a merced del capricho del empresario de turno: Horas extras, localización permanente, horarios, jornadas, etc. Con la llegada del PSOE al poder político, UGT destapó su cara verticalista haciendo el juego a la patronal y poniendo en marcha todo el aparato de corrupción, favoritismo y desmantelamiento del discurso natural de la izquierda. En esa época los nuevos gestores (PSOE-UGT) compartían el discurso de Deng Xiao Ping en China: «Gato blanco gato negro que importa si caza ratones». Aquí se decía: «No es malo enriquecerse». Con la huelga del 14-D del 87, UGT da el giro, se lava la cara y se inicia la unidad de acción con CCOO.
Si antes era UGT quien practicaba el sindicalismo vertical, ahora se les ha unido la dirección de CCOO. Mientras en UGT nadie levanta la voz, pues son muchos años de una cultura sindical dirigida, en CCOO queda el rescoldo de los Críticos. Pero CCOO, la organización más democrática y participativa, se ha convertido en un aparato burocrático, colaboracionista, no participativo, y escasamente democrático.
Los dos últimos acuerdos firmados, sobre pensiones y reforma laboral, sin ni siquiera la participación en la toma de decisiones de los cuadros medios, es una prueba palpable del talante poco participativo de ambas centrales sindicales. Si el PSOE ha metido la política en el más miserable de los pozos, CCOO y UGT están enterrando el sindicalismo.
La situación de los empleados en la pequeña y mediana empresa es de total ausencia de derechos, pues los contratos temporales rotativos son una espada amenazante que pende sobre sus cabezas para que nadie se decida a practicarlos: derechos de huelga, manifestación y otras reivindicaciones.
Esta es la situación asfixiante y repulsiva que ofrecen los partidos que revolotean en torno al poder con la aureola de democráticos. Cada vez que abren la boca para decir: «Nosotros los demócratas», en nuestro fuero interno tiene que surgir la interrogante: «¿Qué demócratas?»