La globalización es inevitable. Vano sería oponerse a una ley de la historia. Pero la que hoy se desarrolla, desde un punto de partida igualmente histórico, es en cambio posible y también inevitable transformarla, sin lo cual nuestra especie no podría sobrevivir. Tal vez es ya tarde, pero sería mejor no esperar a que fuese demasiado tarde.
Un grupo reducido de naciones ricas disfruta y divulga patrones de consumo irracionales e insostenibles, mientras la inmensa mayoría de los habitantes del planeta, que en el Tercer Mundo crecen exponencialmente, sufre de una pobreza cada vez más humillante, insoportable.
Se pretende dar igual tratamiento a países con capacidades y niveles de desarrollo muy distintos, lo cual es profundamente injusto. Nuestras economías especialmente atrasadas y vulnerables, consecuencia lógica de siglos de coloniaje, esclavitud y saqueo, sin esquemas preferenciales y un aporte considerable de recursos no reembolsables procedentes del exterior, no podrían participar jamás con éxito en la economía mundial.
Hace 50 años se nos viene engañando con la promesa de reducir el profundo abismo entre países pobres y ricos que no ha dejado de crecer un solo minuto en medio siglo de posguerra.
La llamada reciprocidad no sería otra cosa que una injusticia histórica y una brutal arbitrariedad. Mientras se exige ese mezquino principio, y la apertura indiscriminada de nuestros mercados, los países desarrollados no vacilan en mantener y fortalecer mecanismos proteccionistas de diversos tipos, arancelarios y no arancelarios, con mil diferentes pretextos.
Sobre la base de las disposiciones de la organización Mundial del Comercio se busca barrer con cualquier instrumento que proteja el valor de las exportaciones y contribuya al desarrollo integral de las naciones caribeñas y del resto de los países del Tercer Mundo. No importa si con ello se nos arrebata la soberanía a pedazos, ni que se amenace con arrasar la identidad de cada uno de nuestros pueblos y sus ricas, variadas y a veces milenarias tradiciones culturales.
La ayuda oficial al desarrollo, que podría servir para mitigar en alguna medida los efectos nocivos de las tendencias actuales de la economía mundial, disminuye de manera continua. La deuda externa sigue creciendo como un lastre insoportable para los países que luchan por el desarrollo. El creciente deterioro de los términos de intercambio, forma sutil pero despiadada de saqueo, representa otro freno a las posibilidades de progreso de muchos de nuestros países.
En medio de esas tendencias el Caribe enfrenta el serio peligro de una creciente marginalización. Algunos hechos y percepciones predominantes asignan a nuestros países un lugar cada vez menos importante en el nuevo orden global que se configura. La propia supervivencia de nuestros pueblos pareciera no tener la menor significación. El tema el banano es ilustrativo. Las acciones contra el régimen de importación europeo motivadas por los intereses egoístas de dos grandes transnacionales norteamericanas, podrían sacrificar brutalmente las economías de pequeños países exportadores caribeños cuyas exportaciones alcanzan apenas el uno por ciento del ciento del comercio mundial de ese producto.
Se nos trata de imponer un orden económico en que nuestros países pequeño~ y pobres no tendrán otro futuro que el de convertirse en una inmensa zona franca donde la industria y el capital de los poderosos obtengan mano de obra barata, destruyan nuestro medio ambiente, agoten nuestros recursos y multipliquen sus ganancias sin pagar siquiera impuestos, cuando ya esos países no cuenten tampoco con los modestos ingresos aduanales que antes recibían. ¿Cómo podrían sufragar educación, servicios médicos, seguridad social, viviendas, agua potable y otras muchas necesidades elementales de la población?
No podemos resignamos a la idea de que los países pobres no tengan otra alternativa que seguir compitiendo entre sí en una loca carrera por hacer cada vez más y más concesiones para atraer los capitales y las tecnologías imprescindibles para su desarrollo.
El Acuerdo Multilateral de Inversiones que se discute hoy en el club exclusivo de los países ricos que es la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, pretende mover el capital por todo el planeta reduciendo a la impotencia a los Estados y convirtiendo a los países en estaciones de paso donde extraer ganancias máximas y destruir el medio ambiente. Nuestros países reconocen la función que el capital internacional desempeña actualmente en la economía mundial, pero no podemos aceptar el desmantelamiento de nuestra soberanía ni renunciar a tener programas nacionales de desarrollo. Para Cuba es intolerable que en ese Acuerdo Multilateral de Inversiones se pretenda algo tan absurdo como la idea de convertir en norma jurídica internacional de carácter obligatorio los principios extraterritoriales de la ley Helms-Burton que el gobierno de Estados Unidos quiere imponer y que tan dignamente el Caribe rechaza.
Amenaza también nuestro futuro la economía artificial de especulación financiera desenfrenada que la globalización neoliberal ha estimulado hasta extremos insoportables para el propio sistema, especulando con acciones, bonos, monedas nacionales o cualquier elemento capaz de generar ganancias. Se destina una inmensa masa de dinero a buscar dinero y multiplicarse a sí mismo sin producir nada, sin construir una fábrica, sin relación alguna con el comercio real de bienes o servicios. Esa economía artificial ha convertido al mundo en un gigantesco casino donde se apuestan cada día 1,5 millones de millones de dólares, es decir, una cifra equivalente al valor total de más de 15 días del producto bruto de la economía mundial.
Por ello las crisis económicas se desatan, los globos financieros estallan, las migraciones masivas no se detienen, el clima cambia, las víctimas de las enfermedades prevenibles aumentan y la inestabilidad política y social constituye la regla y no la excepción.
En medio de tantas dificultades nos admira el esfuerzo tenaz de los países del CARICOM por el bienestar de sus pueblos y el desarrollo de sus economías. El turismo, a través del multidestino, bien podría convertirse en el motor principal de la integración caribeña el incremento del comercio las inversiones y los contactos entre nuestros países. Podríamos proyectarnos al mundo como el destino turístico más atractivo, un destino único y diverso que al mismo tiempo brinde un buen ejemplo en cuanto a la preservación del medio ambiente y nuestros
recursos naturales.
En el desarrollo turístico de nuestra área no somos ni seremos competidores sino socios y colaboradores estrechos. Nuestras playas e instalaciones turísticas están abiertas a los países del área para recibir inversiones caribeñas que quieran participar en el turismo cubano, al igual que estamos dispuestos a realizar inversiones cubanas en los países hermanos y cercanos del Caribe.
Agradecemos profundamente el apoyo recibido de los estados caribeños, que hizo posible nuestra participación como observadores en la próxima negociación del nuevo acuerdo de la Convención de Lomé. Siempre daremos prioridad a los intereses de los países del grupo Africa-Caribe-Pacífico que integran esa Convención; no pretenderemos nada que afecte o disminuya en lo más mínimo las preferencias de los países miembros, y trabajaremos junto a ellos, con la dedicación y lealtad que nos distinguen, para mantener y ampliar esas justas preferencias.
La unidad es la única y verdadera fuerza con que cuenta el Caribe. Sólo unidos podemos defendernos a nivel de región y extender esa unión a Centroamérica, Suramérica, África y los pueblos de otros continentes.
La unidad caribeña es también el rechazo decidido a cualquier intento de dividirnos.
Los problemas del Caribe son inseparables de los problemas del Tercer Mundo, y aún más: de toda la humanidad. Y requieren respuestas globales.
Contamos como aliados a los países del Tercer Mundo, y en particular a los que forman parte del Movimiento de Países No Alineados. Los que ayer fuimos descubiertos, repartidos, conquistados y convertidos en colonias, hoy tenemos la posibilidad de actuar como fuerza mayoritaria en los diversos foros donde se decide el mundo del siglo XXI.
El Caribe debe estar representado en el Consejo de Seguridad con la frecuencia a la que la región, por su prestigio, su historia y su capacidad política, es merecedora; en la Comisión de Derechos Humanos y en todos los foros donde se libra hoy la batalla por el derecho a la vida y al bienestar de los pueblos.
El futuro depende de nosotros mismos.
Lo que reclamamos, y por lo que debemos luchar, es que la globalización inevitable que por ley de la historia hoy se desarrolla, sea la globalización de la fraternidad y la cooperación entre todos los pueblos, del desarrollo sostenible, de la justa distribución y el uso racional de las abundantes riquezas materiales y espirituales que con sus manos y su inteligencia es capaz de crear el hombre, condición indispensable para la patria común ineludible de una humanidad que puede y debe perdurar.