Tomar a los invasores foráneos como chivos expiatorios de los males reales del mundo
La nutria castoroide, salvo en lo de ser un mamífero y un vegetariano, no se parece mucho a la cabra. Así y todo la Parroquia San Bernardo, Luisiana --siguiendo el ejemplo de la parroquia Jefferson y la interesada doctrina que desde hace 10 años lleva sosteniendo el Departamento de Fauna y Pesquerías de Luisiana-- ha empezado ahora oficialmente a tratar a la nutria castoroide como un chivo expiatorio universal por el daño a la infraestructura.
En la tarde el 20 del julio cinco miembros del equipo SWAT de la Parroquia S. Bernardo mataron a tiros a 20 nutrias en un parque público. El tiroteo vino a constituir, sin embargo, poco más que una práctica de tiro al blanco, haciendo más posiblemente para desanimar el tráfico humano en el parque que para reducir la población de nutrias.
La policía de la Parroquia Jefferson ha matado miles de nutrias a tiros desde 1995. Sin embargo, la Parroquia Jefferson todavía parece tener tantas nutrias como nunca haya tenido, porque el habitat todavía las favorece a ellas; y cualquier especie exitosa tiende a engendrar según la capacidad de soporte del habitat, tendiendo a oponerse a los depredadores por el procedimiento de engendrar más rápidamente. Una más intensa depredación acarrea una procreación todavía más rápida.
Así siglos de persecución del gato en la Europa medieval infestada de roedores parecen haber acentuado la fecundidad de los gatos, el único felino y prácticamente el único mamífero carnívoro con capacidad reproductora comparable a la de sus presas. Así la táctica de capturar-y-matar nunca ha erradicado en parte alguna a las poblaciones de gatos salvajes excepto en un puñado de islas diminutas del Círculo Antártico. Así el esfuerzo gubernamental norteamericano por exterminar a los coyotes, a partir de 1930, ha coincidido con la expansión de los coyotes en toda la América del Norte.
Otros ejemplos de especies perseguidas que prosperan a pesar del estrago descargado sobre ellas son los estorninos, los cuervos, las gaviotas, palomas comunes, cucarachas, y ratas noruegas.
Es posible provocar la extinción de una especie cazándola. En América del Norte, el bisonte y el castor constituyen dos ejemplos de especies que, cazadas intensivamente, llegaron así a estar al borde de la extinción; el perro de la pradera es un ejemplo de una especie puesta en peligro de extinción por la caza y el envenenamiento mucho más de lo que se atreven a reconocer personeros electos; la paloma migratoria es un ejemplo de una especie extinguida por la caza.
Pero cada una de esas especies había ocupado, en su habitat, un nicho dominante durante 10.000 años o más; cada una estuvo mucho tiempo con poca o ninguna competencia antes de comenzar la caza humana intensa, mientras que los gatos, los coyotes, y las nutrias nunca han sido las especies dominantes, incluso en los lugares de donde son oriundos, aunque siempre han sabido adaptarse rápidamente para sobrevivir en los márgenes del espacio disputado.
Entre los biólogos conservacionistas está actualmente de moda describir la razón para proteger y conservar las especies en peligro como --en palabras de Michael Hutchins, Director científico y conservacionista de la Asociación zoológica norteamericana--: «Conservar la posibilidad de evolución futura», conservando los genes escasos.
Mas la historia evolutiva sugiere que eso es retrógrado. Desde tan atrás como pueda rastrear los huesos la paleontología, la mayor biodiversidad siempre ha evolucionado desde las especies extensamente distribuidas y generalmente exitosas. Los gatos, coyotes, ratas de Noruega, las cucarachas y las nutrias tienen muchas especies vivientes emparentadas. Muchas de las especies más en peligro no tienen pariente alguno. Porque no se han extendido a nuevos habitats, no han sufrido el desafío de adaptarse o morir. Si no resultan ser callejones sin salida evolutivos --de los cuales ha habido siempre muchos--, será probablemente por la intervención humana. Si desaparecen, sus nichos del habitat pueden desaparecer con ellos o pueden venir ocupados por las especies invasoras con la capacidad de adaptarse a las condiciones a las que no pudieron hacer frente las especies extinguidas.
A ciencia cierta, las nutrias --como buena parte de la fauna salvaje-- pueden ser vistas fácilmente por la gente que vive cerca de ellas como una plaga prolífica, en lugar de verse como un contribuyente vital a la biodiversidad futura. Ellas hacen túneles en los bordes de los canales, y son acusadas de minar caminos, vías férreas, y tuberías. Y, siendo no-nativas, ellas son de hecho extranjeras ilegales: una clase desvalida de seres, a la que se culpa fácilmente.
Los conservacionistas no las defienden. Ni lo hacen las organizaciones humanitarias nacionales cuyos expertos prefieren usar a la nutria como un ejemplo principal de cómo fracasa el tratamiento de las especies mediante la caza y la colocación de trampas. Hay frecuentes menciones en la literatura anti-peletera de cómo se trajeron las nutrias a Luisiana en torno a 1926 para estimular el crecimiento del comercio de piel. Sólo un puñado de activistas de Nueva Orleáns --Pinckney Wood, Odette Grosz, Jeff y Dana Dorson-- se atreven a señalar que la nutria también es un ser sensible que no merece que se la haga sufrir insensatamente por los pecados humanos.
En verdad, las nutrias no son las únicas que minan la infraestructura de Luisiana. También lo hacen las especies nativas incluso los ratones almizcleros, las tortugas, y los caimanes; lo propio hacen las ratas noruegas que han disfrutado de una posesión más duradera del terreno. Ninguno podría causar daño a la infraestructura si la infraestructura no hubiera sido construida y mantenida de una manera vulnerable.
ANIMAL People tuvo recientemente el placer de pasarse dos semanas en el extremo norteño del espacio nativo de la nutria, donde la selva tropical del Amazonas bordea con los Andes. Desde allí hasta centenares de millas más al sur, en el corazón de habitat nativo de la nutria, poco se sabe de daños efectuados por las nutrias a la infraestructura. Pero las nutrias en esa región tienen relativamente pocos rapaces --algún caimán, algunos jaguares, pero nada parecido a la abundancia de caimanes en Luisiana cuyo resurgimiento, desde el nivel de su situación especie en peligro, ha coincidido con el crecimiento de la población de nutrias.
No se impide a la nutria, en América del Sur, causar daño a la infraestructura mediante la depredación humana o natural. Antes bien las disuade la propia infraestructura: ya los antiguos andinos construyeron sus canales mayores y sus carreteras con bloques macizos de piedra. Quinientos años después de que fuera vencida y arruinada la civilización inca, siguen usándose muchas de las construcciones que ellos levantaron. Se han reciclado materiales de muchas otras edificaciones incas; y todavía se emulan las técnicas de edificación incas resistentes a los terremotos.
Eso no es, sin embargo, porque los antiguos andinos hubieran comprendido que la nutria constituyera una amenaza potencial a su civilización. Antes bien, cada primavera ellos tenían que bregar con la nieve derretida de los rápidos torrentes de montaña que corta y corroe la cuenca de la Amazonía entera como el Misisipí y sus afluentes tallan sus cauces múltiples --y más incluso. Los andinos aprendieron a levantar construcciones perdurables. Aprendieron a ver las cosas con perspectiva.
Luisiana, entre tanto, parece casi haber ignorado totalmente el peso de evidencia científica sobre los efectos combinados del recalentamiento global, las perforaciones petrolíferas y las presas del Misisipí, todo lo cual contribuye a achicar la zona de los pantanos.
Durante más de una década, desde que se hundieron los precios de la piel de animales atrapados en 1988, el Departamento de Fauna y Pesquerías de Luisiana ha tenido varios miembros de su personal en gira permanente con una muestra de diapositivas sobre el supuesto daño causado por las nutrias a los canales y a los pantanos litorales. Dado que el Depto de Fauna y Pesquerías de Luisiana saca un rédito sustancial mediante regalías por atrampar nutrias, parece bastante obvio cuál es su motivo por montar la campaña anti-nutrias; sin embargo, eso suele silenciarse, igual que gran parte de la situación de la nutria y en general de la de especies extranjeras.
En cambio, los personeros del Depto de Fauna y Pesquerías de Luisiana salen con el subterfugio de que la nutria es el problema como si, suponiendo que todas las nutrias en Luisiana se extinguieran mañana, fueran con ello a dejar de engendrar rápidamente --según la capacidad de soporte del habitat-- el ratón almizclero y otros animales que comen vegetación y excavan la tierra.
De hecho, los pantanos de Luisiana están desapareciendo rápidamente bajo el agua. Entre los argumentos centrales que el Vicepresidente Al Gore ha usado en su campaña por una acción contra el recalentamiento global está el preponderante acuerdo científico de que dentro de 50 años hasta un tercio de toda la zona pantanosa de Luisiana estará bajo las aguas, lo mismo que algunas naciones enteras, incluso la Maldivas y Bangladesh. Los guiones más pesimistas de los expertos son todavía son más lúgubres.
Matar nutrias, o ratones almizcleros, o cualquier otra criatura, o incluso llevar a la civilización humana a un estrepitoso parón, no harán nada para detener la tendencia. Ya se ha hecho --y es esencialmente irreversible-- la mayor parte de la contribución humana al recalentamiento global.
Puede, sin embargo, mitigar el daño una mejor infraestructura. Pero construir la infraestructura apropiada a la crecida de los mares y a un litoral cambiante es políticamente impopular, pues significa que los impuestos tienen que subir y que han de cambiar los estilos de vida tradicionales. Significa edificar sólidos muelles de piedra o cemento, no simplemente amontonar barro esperando que resista. También significa reconocer que ha de terminar inevitablemente pronto la cría y captura de crustáceos, como terminó la civilización de los Incas --mucho tiempo antes de que se divise incluso el fin del legado cultural y arquitectónico andino.
Es comparativamente barato y fácil matar nutrias a tiros. Y permite a quienes lo hacen pretender que están resolviendo un problema que de hecho continuará, hasta que la subida de las aguas inunde el habitat de las nutrias lo mismo que el de los humanos que pensaron que las balas o el veneno podrían matar a un problema climático.
La situación de la nutria es sólo una de entre muchas otras similares. Este editorial podría, igual de fácilmente, haber abordado el impacto de los gatos asilvestrados sobre algunas poblaciones menguantes de pájaros migratorios; de hecho, la población de gatos al aire libre parece estar reduciéndose aún más rápidamente, sin que sea menester tomar vistas aéreas científicamente analizadas para percatarse de que el mayor problema para esas especies de aves migratorias es la deforestación en amplios trechos de la parte meridional de la zona en cuestión. Su segundo problema es el ciervo, que nosotros documentamos en marzo de 1997, cuya abundancia antinatural es provocada por la administración pro-venatoria de la fauna. Pisoteando el suelo del bosque y esquilmando a los arbustos, el ciervo nativo devasta el habitat donde anidan esos pájaros migratorios. La solución, fácil, de ese problema estaría en cesar la manipulación de cuotas de caza para mantener un «sobrante cazable» de ciervos.
Sólo tenemos que abrir nuestros archivos en cualquier problema relacionado con la fauna para encontrar ejemplos paralelos. Los denominadores comunes son: la actividad humana que choca con los límites medioambientales; el éxito sintomático de una especie introducida; y los recursos que se malgastan atacando al «invasor extranjero», en lugar de dirigirse a enmendar el irresponsable comportamiento humano. El resultado común es que, por mucha que sea la saña con la que se ataque a la especie dizque invasora, la actividad humana tiene que cambiar, antes o después, mientras que matar al chivo expiatorio no hace mucho más que incrementar lo que el difunto Henry Spira llamó «el universo de dolor y el sufrimiento.»
Simplemente antes de escribir este editorial, repasamos todos los documentos técnicos que pertenecen a «las especies invasoras» en el amplio sitio Web de la Convención de la Diversidad Biológica. No encontramos uso alguno de la palabra «humanitario», ni discusión alguna de ese concepto. Ni encontramos evidencia alguna de que las principales organizaciones humanitarias se hayan interesado, hasta la fecha, en influir en la dirección de la purga planificada mundial de los animales no-nativos. Se han dejado hasta ahora a voluntarios espontáneos --reunidos en torno a Jim Brewer y Dale Riffle, de «Pigs: A Sanctuary» (10 Sanctuary Lane, Charles Town, WV 25414; <PIGSANCT@aol.comc>) la supervisión humanitaria y el intento de intercesión.
Quizás los grupos humanitarios nacionales temen los golpes de los conservacionistas/ cazadores, que parecen estar conduciendo el carro de guerra y fustigando a los caballos. Quizás tienen miedo de que los donadores no acudan a la causa de las especies «molestas».
Pero los valores humanitarios no giran sólo en torno a impedir que turben a la gente sensible los métodos de control de perros-y-gatos. Han de aplicarse igual a la nutria y a cualquier otro ser, abundante o escaso, que pueda sentir dolor, miedo, y pesar. Los valores humanitarios han de ser centrales en la planificación ecológica nacional e internacional. Y --lo que es más importante-- ha de tratarse de que los planificadores ecológicos y quienes están empeñados en campañas ecologistas lleguen a reconocer que, si una respuesta a un problema no es humanitaria, probablemente tampoco será eficaz; porque, en definitiva, significará tomar victimas propiciatorias en lugar de enmendar lo que sea erróneo.