Un triste accidente frente a una prisión se ha llevado a Virgina.

Los y las que estábamos con ella manifestándonos hemos podido comprobarla diligencia con la que las fuerzas del orden se desplegaban para impedirnos el paso a las puertas de la prisión. Poco mas tarde hemos comprobado como el auxilio a nuestra compañera no merecía tantas prisas y Virginia permanecía tendida en la carretera sin atención módica más de veinte minutos, a escasos metros de un centro en el que sobreviven cerca de 1.200 seres humanos.

Los hechos nos hacen sospechar que, o bien la cárcel de Topas no cuenta con una atención médica de emergencia adecuada, o bien que se ha producido un caso de evidente negligencia, que debemos denunciar.

Durante esos interminables minutos, la Guardia Civil no fue capaz siquiera de cortar o desviar adecuadamente el tráfico, pero un agente sí supo recordarnos que si no hubiésemos estado allí, el accidente no habría ocurrido. Al amable agente solo podemos responderle ahora:

Aunque tampoco debió ser eso lo que sucedió, porque no apareció en ningún medio de comunicación, y esas cosas suelen ser anunciadas, para eso son los periódicos...

Aunque, a lo peor, su función ha quedado reducida a publicar coleccionables los fines de semana y a desempeñar su sacrosanta misión de conseguir que nos aprendamos de memoria las clasificaciones de las ligas de fútbol.

O, a lo más peor, anunciar esas cosas sí es su función y no quisieron hacerlo por vete-a saber-tú qué motivo; pero no tiene razón de ser, lo que ocurrió fue solo un accidente de tráfico.

Nada tiene que ver que Virginia estuviera tomando parte en una manifestación pacífica, anunciada y pacífica, enfrente de la cárcel de Topas por el encarcelamiento de un insumiso.

Nada tiene que ver que el «consabido comité de bienvenida», ataviado con sus folclóricos trajes regionales (casco, porra y escudo) estaba preparado para «trabajar» por que la pacífica, amenazante y pacífica concentración, también estaba anunciada.

Y nada tiene que ver que se anunciara tan «peligroso evento» a las fuerzas de seguridad de las de herir, y no se avisara a las fuerzas de seguridad, de las de curar. A lo mejor porque se da por hecho que en una institución con 1200 seres humanos, mil doscientos presos, están preparados para cualquier urgencia médica.

¡Pues no, majete, no hay que dar nada por hecho!... no están preparados.

Y no están preparados porque después de que Virginia fuera atropellada tres veces (le pasaron tres coches por encima), y después de 20 minutos, tan solo apareció un médico con un foneNdoscopio y claro, nada pudo hacer.

Y nada pudieron hacer los chavales de la Cruz Roja, que aparecieron en cuanto pudieron y que fueron los que consiguieron reanimarla, pero los milagros no existen, y Virginia ingresó cadáver.

Lo que sí fue un milagro es que no ocurriera nada más, porque la Guardia Civil ni siquiera detuvo el tráfico. Como cuando se juega un partido en el helmántico, como cuando hay una corrida de toros en la Plaza, como cuando hay una visita oficial... pero claro, Virginia no jugaba a la UEFA, ni ha triunfado en San Isidro, ni es el Excmo, Ingeniero Superior de la Jefatura del Va-y ven.

No, Virginia no es nadie. Y no es nadie porque en la tarde-noche del Domingo 22 de Febrero, frente a la cárcel de Topas, no ocurrió nada, o al menos, eso es lo que han anunciado los medios de comunicación.

En este caso, además de adherirnos a los sentimientos de los jóvenes protestatarios salmantinos, hemos de añadir una consideración adicional: lo sucedido con Virginia (para nosotros un asesinato) es una prueba también de la horrorosa carnicería que acarrea la cultura del automóvil.

Los sucesivos gobiernos de la monarquía (del PSOE o del PP) subvencionan al automóvil: miles de millones de subvenciones a los fabricantes de coches; incentivos y desgravaciones a la compra de vehículos de turismo; estorbos al transporte público; dedicación de ingentes cantidades para autopistas y carreteras; legislación indulgente para con los delitos perpetrados al volante etc.

El resultado está ahí: ganan, sí, los multimillonarios que tienen invertido su dinero en todo lo relacionado con el coche, mas perdemos los demás: muchos la vida; muchos más, su integridad física o su salud; y, todos, ese mínimo de medio ambiente sano al que podríamos aspirar y que es de suyo compatible con una elevada industrialización (que en cambio no tenemos en España).

Además, este trágico hecho muestra qué insensibilidad y qué malos instintos se producen o se exacerban con el uso del automóvil. Personas razonables, humanas, sensatas y hasta bondadosas cuando no están al volante se pueden volver desalmadas pisando el acelerador.

El automóvil es hoy el enemigo público número uno.