Mi primera concienciación política tuvo lugar cuando leí, a los 9 ó 10 años de edad, la novela de Pearl Buck La buena tierra.**NOTA** 1 Por confusamente que fuera, esa lectura, en el momento de pasar de la niñez a la adolescencia, me marcó, haciéndome descubrir los sufrimientos de los pobres, el hambre, la miseria; así como la crueldad y el egoísmo de los ricos, de los terratenientes; las lacras --¡tan recientes!-- de la servidumbre, la prostitución forzada, la venta de hijos; la dureza implacable y cruel del colonialismo; las humillaciones a que sometió a naciones con una grandiosa cultura milenaria como la de China**NOTA** 2
Sin embargo, a pesar de que todo eso prendió fuertemente en mí, por entonces no constituyó ninguna razón motivadora de mi conducta, ni creo que ocupara ninguna parte amplia de mis pensamientos, salvo ocasionalmente. Fue unos dos años después --con la nacionalización del canal de Suez por Nasser en el verano de 1956-- cuando realmente se perfila mi toma de partido contra los poderosos, contra las potencias imperialistas y capitalistas, contra las fuerzas del capital financiero internacional; representado en España por el verdugo y déspota vitalicio, Francisco Franco Bahamonde. En esa fecha se produjo mi adhesión a la causa comunista (ya en verdad esbozada desde un par de años antes). Tal adhesión pasó a constituir la razón de mi vida.
Claro que no fue ese acontecimiento el único que me marcó entonces. Unos meses antes habían tenido lugar las luchas estudiantiles en la Universidad de Madrid, más o menos antifalangistas; desde el balcón de mi casa en la calle de Guzmán el Bueno, casi esquina a la de Alberto Aguilera, en Madrid, pude presenciar una de aquellas manifestaciones --la que produjo la muerte de uno de los provocadores falangistas, víctima del arma de un compañero suyo. Así y todo, aunque mi actitud hacia aquellos acontecimientos era la de alguien que --en su fuero interno-- detestaba al régimen y simpatizaba con cuantos lucharan contra él, sólo fue con la guerra de Suez cuando la preocupación política pasó a ser verdaderamente importante para mí.
Otro de los motivos que me empujaron a esa postura fue un sentimiento de protesta contra las crueldades, la matonería, las vejaciones, los malos tratos: desde aquellos que se infligían a los pobres toros en los anfiteatros franquistas hasta la férula matonil que imperaba en el propio centro de enseñanza en el que yo cursaba mis estudios y de la cual era yo víctima principal.**NOTA** 3
La revolución cubana --que triunfa a poco de cumplir yo los 14 años-- no determinó mi orientación, puesto que ésta era ya independiente de ese triunfo. Mas sí me alegró y animó. Unos meses después, a fines de 1959, tuve mis primeros contactos políticos con una persona que militaba con el partido comunista o colaboraba estrechamente con él.
En 1960 ingreso en la Universidad de Madrid, y desde el primer momento entablo nuevos contactos así. En la primavera de 1961 llevamos a una minimanifestación en solidaridad con Cuba, y en repulsa a la invasión de Playa Girón. Mas es en febrero de 1962, a raíz de la detención del socialista Luis Gómez Llorente --a quien yo profesaba gran estima y simpatía, que no han desaparecido con el transcurso del tiempo--, cuando ingreso en el partido comunista.**NOTA** 4
Empieza así una labor política que --desgraciadamente para mí-- se tragó lo principal de mi tiempo entonces, haciendo que pasara a segundo plano el estudio. Fundación de la FUDE (Federación Universitaria Democrática español) en la primavera de 1962; manifestaciones en solidaridad con los mineros asturianos en mayo de ese año. En octubre de 1962 soy nombrado miembro del comité interfacultativo de la FUDE (la máxima instancia de la organización); contactos con otras organizaciones estudiantiles antifascistas en Barcelona y Valencia; etc.
Dimití por razones personales de ese comité en la primavera de 1963, tras haber participado en la planificación de una serie de actos de protesta, como un célebre pateo a un ministro --todavía activo en la vida política española hoy-- en la Facultad de Ciencias Políticas. En ese período de la primavera de 1963 se producen desavenencias en la organización estudiantil del PCE en Madrid a propósito de cómo reaccionar ante el asesinato de Julián Grimau. Quienes luego formamos la línea dura --por decirlo así-- estábamos en contra de reacciones demasiado arriesgadas, que no contaban con respaldo de masas, ni siquiera minoritario.
Llegamos así a la multitudinaria asamblea de Arrás en julio-agosto de 1963, en la que el PCE reúne en un curso-seminario-debate --que se prolonga durante varias semanas-- a una muchedumbre de militantes de los sectores estudiantil e «intelectual» (como se decía entonces), junto con dirigentes del comité central del partido. Esa macro-reunión ha sido contada por otros (con mejor o peor fortuna, ya que no asistieron al encuentro). Deseo citar lo que dice al respecto el Sr. Gregorio Morán para hacer alguna puntualización menor.**NOTA** 5
Si Carrillo --como es probablemente normal en él-- se mostró diplomático y hábil (tratando de ganarnos con palabras y gestos juiciosos para quitar hierro a las divergencias), en cambio Claudín y Federico Sánchez nos trataron de una manera que a nosotros nos pareció altanera y áspea. Puede que estuvieran exasperados ante la perspectiva de que --justamente cuando ellos iban a iniciar una tentativa de viraje hacia la derecha--, asomáramos o saliéramos del cascarón unos mocosos, unos pipiolos, unos mancebos casi imberbes que pretendiéramos nada menos que cambiar hacia la izquierda el rumbo del partido --con esa pedantería y petulancia juveniles de empollones rojos que irritan profundamente al populachero y taurino (aunque de familia egregia) D. Jorge Semprún Maura, según lo manifiesta en su Autobiografía de Federico Sánchez.
Paso, pues, a comentar sucintamente algo de lo que dice sobre esa reunión de Arrás D. Gregorio Morán en su libro Miseria y grandeza del Partido Comunista de España 1939-1985 (Editorial Planeta, 1986):
Asisten [al seminario de Arrás] cerca de un centenar de
militantes del interior, profesores, estudiantes, profesionales del partido,
miembros del Comité Central y del Comité Ejecutivo
(Claudín, Semprún, Líster,
Azcárate, Eduardo García, Horacio F. Inguanzo, Tomás
García, Romero
Marín...). La representación más numerosa es la de
Madrid: Armando López
Salinas, Pepe Esteban, Amandino Rodríguez Armada (el abogado de
Julián
Grimau), Antonio Rato, Mª Luisa Suárez, los economistas Gallifa y
Naredo, los
pintores José Ortega y Ricardo Zamorano, el periodista Eduardo
García Rico y
estudiantes de las tres corrientes, la ortodoxa (Juan Francisco Pla), la
revisionista (Ignacio Romero de Solís) y la maoísta (los
hermanos Lorenzo y
María Eulalia Peña). (p. 368)
...
Para mayor complicación, en la universidad de Madrid las
preocupaciones de la organización estudiantil eran de otro orden.
Allí,
Lorenzo Peña, más conocido en la organización por «El
Monstruo», en orden a
sus monstruosas cantidades de libros devorados, exigía una vuelta a la
ortodoxia estalinista y defendía el maoísmo. Además de
responsable de la
organización era la figura más prestigiosa. (p. 369)
No es verdad que fuera yo responsable de la organización. En el PCE nunca pasé de militante de base. Si algo contaba mi opinión, no fue por responsabilidad directiva en el Partido, sino unas veces por mi labor en la FUDE, otras por ser uno de los que planteaban discusiones ideológicas. Por otro lado, es obviamente falso que yo hubiera devorado monstruosas cantidades de libros. Verdad es que lo que leía trataba de pensarlo, reflexionando cuidadosamente sobre ello. Y yo naturalmente no exigía nada, ni menos una vuelta a una supuesta ortodoxia estaliniana. (Hablaré un poco más sobre este punto unos párrafos más abajo.)
Mencionando a Georg Lukács, hay que matizar lo que dice G. Morán (en otro pasaje de ese mismo relato) de que era nuestro autor preferido, siendo nuestras «biblias» sus dos libros El asalto a la razón e Historia y conciencia de clase. Eso es exagerado. El primero de esos dos libros sí fue para toda mi generación una importante obra de referencia. De ahí a decir como Morán que estábamos `imbuidos hasta la médula por los saberes neo-ortodoxos' de Lukács hay, creo yo, alguna distancia.**NOTA** 6
Es curioso que el mismo Morán, pocas páginas después (en la 376), dice lo siguiente de otro militante comunista de los que jugamos algún papel destacado en aquella escisión, Paulino García Moya:
Al salir de la cárcel marcha a Colombia y allí
radicalizado con la
lucha guerrillera y en relación con el profesor español de la
Universidad de
Quito, Lorenzo Peña, uno de los asistentes a Arrás, constituye
uno de los
grupos de comunistas hispanos que se convertirán, a partir de 1964, en
otro
de los sectores que se agrupan en el Partido Comunista de España
Marxista-Leninista.
Es evidente que D. Gregorio Morán ha escrito su libro con apresuramiento, y no ha releído lo escrito. Este último párrafo contiene una extraña mezcla de inexactitudes con no-verdades. Yo, a mis 19 años, estudiante en Madrid, no era profesor en la Universidad de Quito. Llegaría a serlo mucho después, en 1974 --habiendo a la sazón abandonado la lucha política dos años antes; pero la última vez que vi a García Moya fue en París en 1966 --poco antes de que lo detuviera la policía franquista en Madrid-- **NOTA** 8 (y la primera vez había sido en París en 1964); Paulino había emigrado a Colombia, creo que hacia 1955. Lo que me pregunto es qué idea se habrán formado los lectores del libro de Morán, si es que se han fijado en esas págªs: o había dos hombres llamados `Lorenzo Peña', ambos asistentes a Arrás, ambos partícipes de la escisión «pro-china» que llevó a la formación del PCEm-l; o había uno solo, que era a la vez estudiante en Madrid y profesor en Quito. **NOTA** 8_bis
Sea como fuere de tales detalles anecdóticos, el hecho es que a la salida de la asamblea de Arrás, decidimos en un principio seguir militando disciplinadamente en el PCE. Sin embargo, era difícil, casi imposible. Pronto volvieron a surgir motivos de fricción. El sector estudiantil estaba dominado por personas que, en aquella circunstancia, tenían posiciones más pro-establishment que incluso las que defendía aún en público D. Santiago Carrillo (personas que simpatizaban con las ideas de Claudín y Sánchez). Esas personas nos empujaron a que rompiéramos, porque aún esperaban poder prevalecer en el PCE y nuestra presencia la veían probablemente como un obstáculo para esos fines. No sé si esperaban que --una vez que hubiéramos saltado nosotros, y como reacción normal frente a los cismáticos--, la tendencia de la organización oficial fuera hacia el polo opuesto a aquel representado por los escisionistas --según suele pasar. Mas esa vez no se cumplió, por el momento, tal expectativa. Entonces, cuando también se escindieron ellos, trataron de atraernos (yo recibí un mensaje de D. Fernando Claudín). Pero era absurdo unirse sólo porque ni unos ni otros estábamos de acuerdo con D. Santiago. Éste último, por su parte, fue haciendo suyas, poco a poco, todas las propuestas de Claudín y Sánchez; sólo que algo más tarde, más solapadamente (empezó con un panfleto que hizo circular a poco de la expulsión de Claudín y que versaba sobre la política de «liberalización» del régimen).
Volviendo a nuestras discrepancias con la línea oficial del PCE, si bien un detonador de ellas fue el estallido público del conflicto ideológico chino-soviético --decantándonos nosotros por China y Albania--, las raíces del cisma eran muchísimo más hispano-céntricas (al menos por lo que hace a los estudiantes madrileños que nos adherimos en enero de 1964 al grupo que editaba en París Proletario y que entonces capitaneaba Antonio López Campillo, un exiliado trotskista que usaba el alias de `Martín Valdés'). Los motivos de desacuerdo eran básicamente dos. (1º) Recusábamos la reconciliación nacional. (2º) Rechazábamos el antistalinismo. Fuimos tildados de sectarios, extremistas y estalinianos.
El rechazo de la reconciliación nacional no significaba repudiar la consigna de amnistía para los presos y exiliados y de prescripción de todos los delitos, o supuestos delitos, de motivación política de la guerra y la posguerra, de uno u otro lado. Sólo significaba: en primer lugar, mantener que el régimen de Franco era ilegal, espúreo e ilícito, y que había de restaurarse la legalidad constitucional republicana; y, en segundo lugar, sostener que el Partido había de continuar en su labor de persuasión aduciendo los hechos de la guerra (no para pedir represalias, no para solicitar que se cortaran cabezas, sino para desenmascarar y denunciar la crueldad infinita de las clases acaudaladas y sus agentes políticos).
En lo tocante a Stalin, pedíamos únicamente que del pasado del movimiento comunista se hiciera un estudio histórico serio, que permitiera avanzar tanto en la explicación cuanto en la comprensión de lo sucedido, brindando un balance objetivo, sensato, sereno, equilibrado, racional; un balance por el cual también se inclina Lukács en su prólogo a la edición italiana de sus Aportaciones a la historia de la estética. Por entonces nuestras posiciones eran parecidas a las de Merleau Ponty en Humanisme et terreur --muchísimo más sutiles y hondas que las fáciles y ofuscadas alharacas de los estigmatizadores del «culto a la personalidad». Aquello a lo que nos oponíamos era a hacer de Stalin un chivo expiatorio. Ni Stalin había sido un semidiós, un coloso o un titán --como lo habían pintado en 1950 quienes en 1964 eran antistalinistas-- ni habían sido suyas todas las culpas; porque los méritos o deméritos de un individuo son siempre más limitados de lo que se piensa, y sólo resultan posibles por un complejísima concatenación de causas y circunstancias. En ese balance --y aunque aún no conocíamos la famosa fórmula china del 70%-- queríamos que también se vieran los lados positivos de Stalin, no sólo los negativos. Mas no entraba en nuestros cálculos tomar el estilo, los métodos, las consignas de Stalin en 1920, 30, 40 ó 50 como pauta, para una situación que --si bien confusa y vacilantemente-- veíamos como nueva e irreducible.
Otros han dado su versión de aquella escisión que nos alejó --a cuatro minúsculos grupitos-- del PCE y que, al producirse la fusión de tales grupúsculos, dio lugar, en octubre de 1964, a la fundación del PCEm-l (partido comunista de España marxista-leninista). En Conversaciones con Manuel Gutiérrez Aragón, Augusto M. Torres (Madrid: Editorial Fundamentos, 1985, p. 22) cita estas palabras del cineasta:
En Filosofía y Letras, en mi propia célula,
había un personaje
que se llamaba Lorenzo Peña. Era muy crítico respecto al
Partido. A la
dirección del Partido en Madrid les llamaba «los revisionistas
modernos».
Usaba una terminología que para mí era nueva y luego supe que
era maoísta.
Lorenzo Peña era una lumbrera política. Tenía las
simpatías de la dirección y
de Carrillo desde París. Era bastante deslumbrante
políticamente. Yo creía
que iba a hacer una gran carrera en el P.C. Una mañana vino un
compañero a
decirme que había habido una escisión en nuestra propia
célula para fundar
una corriente maoísta y la encabezaba Lorenzo Peña. Le
pregunté:
«¿Maoísta?». Y me contestó: «Sí, pro-china».
Desde entonces siempre se
llamaron los pro-chinos, que debía de ser una expresión
francesa.
En cuanto a que, antes de la ruptura de diciembre de 1963, yo contara con las simpatías de la dirección del PCE --y las de Carrillo en particular--, desconozco de dónde lo saca mi buen amigo Manolo. Yo desde luego no me enteré de tales simpatías ni me las manifestaron de ningún modo. Sospecho que ésa era la manera de ver las cosas de los responsables --más o menos claudinistas-- del área estudiantil del PCE en Madrid en el momento de la ruptura (otoño de 1963); responsables que tuvieron buena parte de la culpa, porque radicalizaron hacia la derecha la línea de la organización universitaria del PCE, cometieron una serie de irregularidades injustificables, actuaron con altanería, sin tacto ni diplomacia ni suavidad ni ganas de resolver las divergencias, ni aun siquiera de dar la impresión de que estaban abiertos a un debate sereno y dispuestos a rectificar si se los convencía (lo que siempre se dice --y al menos es una exhibición de buenos modales). Nos fuimos, pero nos empujaron a irnos.
Y, con relación a la denominación, nunca nos llamamos `prochinos'. Nos llamaron `prochinos'. Además, el apelativo no se aplicaba con toda justeza, dado que nuestra pequeña formación anduvo siempre en relaciones tensas y difíciles con la dirección del P.C. de China, la cual prefería a una mini-mini-mini-escisioncita de nuestro ya menguado grupo, porque les parecía más fielmente seguidora de su propia línea, viéndonos a nosotros como escasamente imbuidos del pensamiento de Mao Tsetung --y tal vez demasiado hispaco-céntricos, o patriotas si se quiere.
De entre los que formamos aquella organización, unos sentirían más simpatía hacia China y otros menos; la mía, enorme al principio --por esa ya mencionada iniciación en la conciencia política a través de la novela de Pearl Buck y la temática anti-imperialista--, fue disminuyendo, no sólo por lo malas que fueron las relaciones con los camaradas chinos y la tirantez de las reuniones con ellos en Pekín (para mí particularmente desagradables), sino por mi falta de entusiasmo --o más bien una oposición larvada, que las circunstancias no se prestaban a mucho más-- hacia los despropósitos de la revolución cultural; aunque tal falta de entusiasmo no conllevaba adhesión a la otra línea, la de Liu Shao-chi y Ten Xiao-ping; a posteriori se ha visto que a los de la revolución cultural no les faltaba razón al denunciar esa línea; mas sus métodos absurdos y locos no conducían a nada provechoso; y así salió.
Quede para otra ocasión hacer un balance detallado y argumentado de la asendereada existencia del un tantico hierático y fosilizado PCEm-l. Tuvo defectos tremendos. También tuvo virtudes y días de gloria; gracias a la absorción de otras disidencias del PCE, llegó en un momento a constituir una fuercita de cierta envergadura. Pese a sus muchísimas fallas y hasta a no pocos disparates, dio un aporte no enteramente desdeñable a la causa antifascista y anticapitalista.
Seguramente el mayor error fue el habernos dejado arrastrar a la escisión. Puede que lleváramos razón en muchas cosas; la orientación de D. Santiago Carrillo para el PCE se ha revelado mala, y los 6 lustros de su preeminencia en la dirección de ese partido han dejado una herencia amarga, desmovilizadora, un desarme moral, una claudicación ante las ideas de las clases dominantes, así como montones de divisiones y exclusiones muchas de ellas evitables. En los asuntos internacionales (China/Rusia), no se trata de ninguna oposición de negro y blanco: era un conflicto sumamente complejo en el que cada parte llevaba algo de razón (aunque los chinos supieron argumentar mejor sus posiciones, y desde el punto de vista teorético marxista sus tesis eran más sólidas). Aquello en que más razón llevaban los chinos es que, igual que con Carrillo en España, con Jruschov en Rusia hubo un desarme moral, que no se rectificó del todo con Brezhnev; y que la introducción de muchos mecanismos de economía de mercado fue paulatinamente restaurando buenas dosis de capitalismo y allanando así el terreno --no sólo en el plano ideológico, sino también en el de las relaciones y estructuras sociales-- para el restablecimiento de la sociedad capitalista que ha ocurrido después de 1991. (Pero los chinos exageraron eso, a partir del verano de 1965, afirmando que el capitalismo ya estaba restaurado en la URSS, tesis absurda y cuya brutal falsedad nos tocó asumir a la trágala; claro que el haber comulgado con tamaño desatino fue un error nuestro. Nuestra posición era delicada y hubiera resultado insostenible si no nos adheríamos a esa nueva tesis china, ya que acabábamos de embarcarnos en la aventura naviera con ellos. De ese error se derivaron muchos otros. **NOTA**9
Otro error --de bulto-- fue elegir esa denominación de `marxista-leninista', que nos ataba a las doctrinas de determinados hombres, contrariamente a la tradición de los partidos comunistas, los cuales, en sus denominaciones, nunca habían incluido advocación personal alguna. Claro que habían profesado el marxismo (¡un error!); pero al menos no habían erigido tal profesión en título o membrete organizativo; con lo cual se abría un pequeño resquicio a un desenganche (a una eventual secularización, por decirlo así, en la que se deje a la teoría lo que es de la teoría, y a la militancia política lo que es de la militancia política, pudiendo un mismo proyecto comunista basarse en mil diferentes posturas teoréticas, muy alejadas por lo demás).
A quienes no saben nada de aquello (que son la abrumadora mayoría de los lectores potenciales de estas págªs) tal vez no esté de más recordarles que el PCEm-l fundó en los años 70 un conglomerado que se llamó FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), cuyas acciones armadas --ferozmente reprimidas con un rosario de fusilamientos, los últimos de la tiranía franquista-- fueron uno de los episodios más dramáticos que abrieron la transición. Cabe conjeturar si ésta no hubiera seguido otro rumbo --o tal vez ninguno-- de no ser por la existencia de tal organización, por pequeña que fuera; si no fue el peligro de ese polvorín lo que llevó a la burguesía a legalizar al PCE y poner así punto final al sistema político franquista.
Como primer paso a la fundación de ese FRAP, recordaré aquí la formación del Comité Coordinador pro FRAP en París, en la cual participé junto con Álvarez del Vayo y otros, 3 de enero de 1971. En un folleto que se titula FRAP, 27 de septiembre de 1975, del cual figura como colectivo de autores un «Equipo Adelvec» (Madrid: Ediciones Vanguardia Obrera, 1985, pp. 26 y 27) se dice a este respecto:
Además de [Julio Álvarez del] Vayo, figura
señera de la
izquierda socialista del PSOE, ministro de Estado (Asuntos Exteriores)
durante la República, Comisario General del Ejército
Republicano y autor de
numerosos libres y artículos de prensa, asistieron a la reunión
Raúl Marco y
Elena Ódena, del Secretariado del Comité Central del PCE (m-l),
E.
Zújar, del Comité Ejecutivo del mismo Partido, que
posteriormente abandonó
toda actividad política, y Alberto Fernández, correligionario
del primero en
el PSOE.
...
Allí quedaron perfilados los que serían los seis
puntos
programáticos generales del FRAP, reproducidos en la
Introducción.
Al final de la reunión, Luisa Graa sirvió unos
taquitos de queso
con manzanilla española.
El tal Zújar de marras soy yo. Es verdad que posteriormente abandoné toda actividad política. ¡Vamos! Lo hice casi al salir de aquella reunión, como quien dice (exactamente 16 meses después de la constitución de ese comité).
Mas lo que la historia tenga que decir del PCEm-l no habrá de limitarse a ese período final, el del FRAP. Sería equivocado desconocer su actividad de los años 1965-70, que tampoco fue menospreciable, a pesar de la escasez de recursos, la inexperiencia, la visión a menudo irrealista y voluntarista de la dirección, y las aberraciones de los amigos chinos a cuyo remolque nos veíamos forzados a ir, aunque fuera frecuentemente a regañadientes.
En el PCEm-l aspirábamos a determinar qué era lo válido y qué era lo no válido en la herencia bolchevique o en la de la Internacional comunista; pero tal criba requería un cedazo o tamiz muy problemático; en el contexto de una línea política, una ideología y un programa, es sumamente problemático un intento de deslindar puntos válidos y no válidos; porque los primeros cambian de sentido, de relevancia y de tenor al abandonarse los otros.
Más, pues, que la redacción de una lista o catálogo de puntos que hayan o hubieran conservado validez, lo que lo que hubiera habido que emprender --y no hicimos-- era: dejar a la historia lo que es de la historia; a la filosofía lo que es de la filosofía; a la sociología lo que es de la sociología; y abordar --sin constreñimientos dogmáticos-- una reflexión sobre las perspectivas y las tareas de la revolución española y la nueva cultura que estaba gestándose y en la cual la pertinencia y actualidad del marxismo empezaban a disminuir sensiblemente.
Por las razones a que me he referido más arriba, no podíamos hacerlo. Esa imposibilidad se derivaba de errores de partida. Decíamos repudiar el dogmatismo; repetíamos que era antimarxista ser dogmático; pero la adhesión al marxismo no la poníamos en tela de juicio. Así las cosas, no pudimos ofrecer nada genuinamente persuasivo. No pudimos sacudirnos convincentemente el sambenito de dogmáticos que nos endilgó D. Santiago **NOTA** 10
En mayo de 1972 cesé mi militancia en el PCEm-l y pasé a dedicarme de lleno al estudio y la enseñanza de la filosofía y a la investigación lógico-filosófica. Residí en el Ecuador y en Bélgica (donde obtuve mi doctorado en filosofía).
Regresé a la Patria en septiembre de 1983. Fui contratado como profesor por la Universidad de León. Al poco, fui retomando contacto con la política española, mas sin mucho entusiasmo. En seguida me incorporé a la organización sindical de CC.OO. **NOTA** 11 En la Universidad de León participé intensamente en la campaña por el `NO' a la OTAN, y en otra serie de luchas conexas, lo cual me valió represalias del rectorado y una grave amenaza de verme en la calle.
Me trasladé a Madrid el 11 de febrero de 1987 (aniversario de la I República), al ser nombrado investigador científico del CSIC. Inmediatamente me vinculé con el PCE (ya lo estaba en León) y luego con Izquierda Unida; pero no llegué a ingresar; en las elecciones, unas veces he votado por IU y otras por alguna organización que defendiera la República aunque fuera tibiamente. En junio de 1996 reingresé en el Partido Comunista de España.
También soy miembro: de la Asociación de Viandantes «A pie»; de la Asociación de Amistad Hispano-Cubana Bartolomé de las Casas; de ANDA (Asociación Nacional para la Defensa de los Animales). He sido (además de afiliado, durante muchos años, a la organización sindical de COMISIONES OBRERAS, que abandoné al suscribir esa organización la contrarreforma laboral del PP): miembro de COMRADE (Comité de Defensa de Refugiados, Asilados e Inmigrantes); miembro del comité de solidaridad con la causa árabe; socio de SODEPAZ; colaborador de las Misiones Salesianas. (Desbordado por tantos compromisos, he tenido que desistir --muy a mi pesar-- de seguir colaborando con tantas asociaciones.)
En el campo profesional, pertenezco a varias asociaciones lógicas y filosóficas y soy editor de la revista electrónica internacional de filosofía analítica SORITES.
Estos últimos años constituyen un tiempo demasiado reciente como para que sea el momento de entrar en detalles al respecto. Ya habrá cuándo hacerlo.
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Sorprenderá tal lectura a temprana edad. Los mayores siempre miran a los más jóvenes como excesivamente inmaduros; siguen viendo a los niños como bebés, a los adolescentes como niños, y a los mozos como adolescentes.volver al cuerpo principaldel documento
Unos años más tarde, la lectura de otro libro de la misma autora norteamericana (El patriota) confirmaría decisivamente mi orientación comunista.volver al cuerpo principaldel documento
Naturalmente, esa actitud tan marcada, a esa edad, me llevó a practicar muy deliberadamente una pauta de silencio, a censurarme constantemente. Unos pocos años después (ya había yo cumplido los 15) un compañero de clase (hijo, según él, de un latifundista canario) fue lo bastante perspicaz para adivinar la causa de mi retraimiento y de mi autoaislamiento. Su sexto sentido le decía, con razón, que yo era un rojo.volver al cuerpo principaldel documento
Mi ingreso se produjo a invitación de Chicho Sánchez Ferlosio y con el espaldarazo de Javier Praderavolver al cuerpo principaldel documento
En aquel encuentro mi nombre de guerra era `Gregorio' (aunque nadie lo supo, en anti-homenaje al papa Gregorio XVI).volver al cuerpo principaldel documento
El otro de entre los dos mencionados libros de Lukács --su obra juvenil sobre historia y conciencia de clase-- era un libro de cabecera de un compañero mío de la Facultad, y camarada del partido comunista, que también asistió al encuentro de Arrás y que, en general, suscribía nuestras posiciones, aunque participó poco en las discusiones y luego pronto se quedó al margen de todo.volver al cuerpo principaldel documento
Padre de D. Ramón Cotarelo. volver al cuerpo principaldel documento
La última vez antes de volver a verlo en España, el 18-05-1991, en Esquivias, un pueblo de la provincia de Toledo en el que se radicó tras su jubilación. volver al cuerpo principaldel documento
8_bis. Entre los que también han relatado a su manera aquellos acontecimientos están Fernando Jáuregui & Pedro Vega en su libro Crónica del antifranquismo, vol 2: 1963-1970: el nacimiento de una nueva clase política (Barcelona: Ed. Argos-Vergara, 1984, págªs 81 ss), quienes, en la págª 180 del lugar citado, dicen:
La escisión prochina está capitaneada [en los años 1963-64] por Lorenzo Peña y Paulino García y supone, en Madrid, la separación del partido de unas 25 personas. Sin embargo, muchos de los disidentes volverán pronto al seno del PCE.
Igual que la de Morán, esta versión está plagada de graves inexactitudes, y eso que es tan escueta. Paulino García no capitaneó ninguno de los tres grupos favorables a las tesis chinas que se formaron en España o en la emigración española en Francia, Suiza etc, sino que constituyó uno en Colombia, que sólo tras la unificación de los cuatro grupos a fines de 1964 jugó algún papel; por lo tanto en el momento de la escisión, no capitaneó nada. En lo que a mí respecta, mi papel fue muchísimo más modesto de lo que lo pinta ese relato: yo era miembro del comité local de Madrid (un triunvirato) de una de las tres pequeñas organizaciones disidentes o escindidas, la de «Proletario». Aunque modesta, esa organización tuvo muchísimos más militantes de lo que cuenta el relato, porque sólo en la Universidad de Madrid éramos seguramente más de un centenar, y no 25 en total. Y no creo que muchos de los que se escindieron entonces volvieran a las filas del PCE. Alguno habrá vuelto, aunque probablemente sólo mucho tiempo después, no `pronto'. La abrumadora mayoría abandonaron toda militancia al cabo de no mucho tiempo; algunos se afiliaron a grupos trotskistas; otros, tras incorporarse al PCEm-l salido de la fusión de los cuatro grupos, permanecieron en él algún tiempo; alguno ha acabado en el PSOE, al llegar éste al poder. volver al cuerpo principaldel documento
El ser humano tiene mecanismos para convencerse de la verdad de aquello que, en las circunstancias en que se encuentra, le resulta pragmáticamente duro, difícil o hasta inviable rechazar.volver al cuerpo principaldel documento
D. Santiago era el menos indicado para hacer la crítica en cuestión, ya que él no emprendía tampoco ningún examen crítico acerca de la vigencia del marxismo, sino que lo sacralizaba, y por otra parte --aunque sin decirlo-- llevaba al PCE a un camino que significaba un abandono de hecho, no ya del marxismo, sino del comunismo e incluso de la lucha antioligárquica. El desenlace de tal rumbo fue la aceptación de la monarquía, de la bandera franquista, de la legalidad del régimen y su herencia, de la unidad europea, con el desánimo y desarme moral de las fuerzas republicanas y populares. Penoso resultado del que ahora empezamos a salir. volver al cuerpo principaldel documento
11. He dejado de pertenecer al sindicato CC.OO. el 28 de abril de 1998 a causa del apoyo dado por los dirigentes de la central a la reforma laboral del PP. Véase el texto apostillado de una proclama de la cúpula oficialista de CC.OO. en la cual se justifica su apoyo a la contrarreforma laboral del gobierno del PP y la patronal, así como «El 1º de Mayo en Madrid» sobre la lucha obrera contra esa reforma el 1º de mayo de 1997.