¿LA ONU, ORGANIZACIóN DE PAZ?

Lorenzo Peña

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En el otoño de 1944 reúnense en la ciudad californiana de Dumbarton Oaks los representantes de Inglaterra, Rusia, los EE.UU. y China para establecer el plan de fundación de la organización de las naciones unidas, ONU. El 25 de abril del año siguiente se reúne en San Francisco la conferencia fundacional, que promulga la Carta y constituye el Tribunal Internacional de Justicia.

Todo el proceso de constitución de la ONU fue chapucero y amañado. Por un lado tratábase de hacer creer que era algo nuevecito, flamante, con un carácter inédito, una organización internacional de paz, sí, y de cooperación, mas a la vez de espíritu democrático y antifascista, salida justamente de la coalición antihitleriana, y situándose, a fuer de tal, en posición de enemistad hacia los países del Eje. En el fondo poco había de cosa tal. La ONU venía a ser simplemente una sociedad de naciones resucitada. Escasa imaginación, o falta de serio propósito de disimular esa restauración de la sociedad o liga de naciones de Ginebra --que desde Ginebra y durante el período de entre guerras había presidido u observado la deterioración del clima político conducente a la segunda guerra mundial. Repetíanse mecánicamente las estructuras de la liga de naciones: la asamblea general, el consejo ejecutivo, el secretario general.

Por otra parte, lo de naciones unidas no es que se quedara en el papel, sino que ni siquiera se ponía sobre el papel (salvo en el título), puesto que los documentos aprobados sentaban claramente que se trataba de una unión de estados, o sea de gobiernos. El carácter democrático puede apreciarse por el elenco de países fundadores, entre los que se hallaban Arabia Saudita, la Argentina de los militares, la monarquía absoluta del Negus etíope, el feroz régimen totalitario de Turquía, la Suráfrica del Apartheid.

Pronto empezó la ONU a hacer de las suyas. En noviembre de 1947 decide la partición del territorio de Palestina entre dos estados, uno árabe y otro judío, violando flagrante y groseramente el derecho a la autodeterminación del pueblo palestino y disponiendo de un territorio que no era suyo, de una tierra a la que la ONU no tenía derecho alguno, una tierra que era sólo del pueblo palestino; y la base para la partición era una ola de inmigración judía --impuesta manu militari por la potencia colonial (Inglaterra) durante la mayor parte de la duración de su «mandato»--, cuando la abrumadora mayoría de esos inmigrantes no habían pasado ni una generación allí; sólo que algunos de los antepasados de algunos de esos creyentes de le religión judía habían vivido en Palestina dos mil años antes. La ONU perpetró así uno de los mayores crímenes de la historia contemporánea, uno cuyas consecuencias continúan, y que la ONU nunca ha aliviado (salvo con los paños tibios de unas recomendaciones de la asamblea general cuya puntual aplicación por el onusiano estado de Israel todos podemos comprobar).

Con la ilegal y despiadada creación del artificial estado de Israel, que arrojó al exilio a la mayoría de la población del territorio, la ONU abrió sus puertas a ese nuevo estado, que ingresó en la organización en 1949. A la vez, el veto de los EE.UU. impedía la entrada de los nuevos regímenes no capitalistas de Bulgaria, Hungría, Rumania y Albania, con el pretexto de que esos países habían estado, antes de que se terminara la guerra, en poder de regímenes pro-hitlerianos.

Sólo en 1955 pudieron esos países entrar en la ONU. Mas los EE.UU. pusieron una condición: que se aceptara a la vez, en el mismo paquete, la entrada de la dictadura fascista de Franco. En el primer decenio de su existencia lo único bueno que hizo la ONU fue precisamente una condena, en 1946, de la tiranía franquista, señalando lo que cualquier historiador sabía y sabe, que ese despótico y ultrarreaccionario régimen había sido impuesto al pueblo español por la intervención militar de Hitler y Mussolini, y había estado claramente alineado durante la guerra con sus fautores, aunque se declarase no beligerante. Los hechos desmentían esa dizque no beligerancia: división azul, bases de submarinos alemanes, etc. Mas aun esa declaración de la ONU era más una mera recomendación que otra cosa, y no fue seguida de ninguna medida concreta y efectiva. Quedóse en papel mojado, y en seguida los yanquis, ingleses y franceses estaban respaldando a Franco, no solapada sino abiertamente. En 1953 Franco vende España a los yanquis, que aquí siguen. Y la ONU, al admitir en su seno a Franco, abandonaba lo que podía quedarle de careta democrática y antifascista. (Como anécdota cabe recordar que, tras la admisión de Franco en la ONU, se prohibió criticar a la dictadura feroz que padecíamos los españoles, y que estaba respaldada por los yanquis: cuando Jruschov, en su famosa visita a la ONU, dijo alguna cosa contra el régimen de Franco, sus palabras fueron borradas de las Actas, porque lo de derechos humanos era un asunto interno; cuando tuvo lugar el atentado a Luis Carrero Blanco, las banderas ondearon a media asta en la ONU, en señal de duelo. Ya se sabe, quien vulnera los derechos humanos, y justifica con ello las feroces represalias de la ONU contra su pueblo, es Sadán Juseín, porque no se pliega a los dictados yanquis.)

Sólo durante los años 60 y en parte los 70, con el acceso a la independencia de los países hasta entonces bajo el yugo colonial, sobre todo de Inglaterra y Francia, y el clima de ideas progresistas prevalente en ese período en la opinión mundial, y al cual no podían sustraerse la mayoría de los líderes de las nuevas repúblicas del tercer mundo --que tenían que presentarse ante sus pueblos como sensibles a sus aspiraciones y a los ideales igualitarios y antiimperialistas--, sólo entonces, de manera transitoria, tomaron las decisiones de la ONU, cuenta habida de todo, un cariz promedialmente menos negativo: resoluciones de condena de Salazar (aunque no deja de ser curioso que se cebaran en un colonialismo tan poco poderoso como el de Portugal, silenciando la dominación yanqui sobre Puerto Rico, las Islas Carolinas, Guam, Hawai, Samoa, etc etc), algunas contra Suráfrica e Israel, y cosas así. Todo se quedaba, sin embargo, en agua de borrajas; eran resoluciones de la asamblea, sin poder vinculante. En cambio, según lo vamos a ver, las decisiones verdaderamente efectivas eran todas o casi todas favorables al imperialismo.

Tal ha sido y es la composición de la ONU. Los nuevos gobiernos surgidos del desmembramiento de los imperios coloniales han ido entrando en la ONU más o menos automáticamente. Las naciones oprimidas, las que no vienen reconocidas como estados, siguen excluidas: Córcega, bajo dominio francés. Puerto Rico. Hawai, cuyos habitantes han sido arrinconados por la dominación colonial yanqui (se ha constituido recientemente un tribunal moral sobre los crímenes de guerra yanquis en ese archipiélago, conquistado por la marina estadounidense a fines del pasado siglo, y se ha invitado a formar parte del mismo a Fidel Castro). Las naciones indias de América. Los aborígenes de Australia, que sufrieron el genocidio de los conquistadores británicos. Los negros de África del Sur (todavía hoy excluidos de la ONU). ¿No son naciones?

Bueno, ésa es la composición de la ONU. Como, naturalmente, la abrumadora mayoría de los gobiernos del planeta son reaccionarios y capitalistas, la ONU es el cuartel general de la burguesía. Bueno, es tal vez mucho decir, porque no es para tanto. Los yanquis tienen fuertemente la sartén por el mango, a través de los auténticos controladores de los resortes, como el FMI y el Banco Mundial. La ONU es un adorno, que sirve para legitimar o medio-legitimar las más salvajes y discutibles agresiones, como la guerra del golfo.

En cuanto a su estructura, ya ha quedado dicho más arriba que la asamblea tiene escaso poder, y es casi puramente decorativa. El consejo de seguridad (11 miembros hasta 1965, 15 actualmente) es el que acapara casi todas las funciones importantes, y en él tienen derecho de veto las grandes potencias. La asamblea puede, cuando se dé una mayoría de dos tercios (nada menos), tomar medidas de salvaguardia de la paz. Mas aun ésas son casi sólo exhortaciones, salvo la de aceptación o exclusión de miembros de la organización; o bien de legitimación de la acción de los miembros agresivos, en primer lugar de los EE.UU. (una legitimación, como en la guerra del Golfo, que es jurídicamente discutibilísima, y casi indudablemente un puro abuso sin base legal).

Entiéndese perfectamente que Stalin aceptara formar parte de esa organización desde su fundación. Con o sin ONU, la inmensa mayoría de los países independientes y de los territorios del planeta estaban gobernados por el capitalismo y tenían regímenes antipopulares. Aceptar la creación de la organización y, dentro de ella, tratar de tener un derecho de veto que, en cuestiones graves, pudiera frenar decisiones peligrosas de la mayoría burguesa, todo eso era juicioso y razonable. (Ésas eran luces; una sombra fue que la URSS apoyara al estado de Israel; es que la política soviética no era monolítica, contrariamente a lo que suele creerse; había ya un círculo que se inclinaba a una cierta integración en el orden capitalista, círculo en el que los sionistas tenían sus buenos peones, desgraciadamente.)

Ahora los propios yanquis hablan de modificar la carta y de ensanchar el club de los poderosos con sede permanente en el consejo y con derecho de veto: que si Japón, que si Alemania --y, para endulzar la píldora, la India o Brasil, para que no se diga que sólo los ricos. Esos cambios, si llegan a llevarse a cabo --cosa dudosa, porque el suscitar esas revisiones es azuzar un avispero-- no harían sino estabilizar lo que ya es un oligopolio de los que tienen el mayor poder económico y militar, un proyecto de co-dominio sobre el mundo.

Veamos ahora un poco cuáles han sido las actuaciones más destacadas de la organización. Ya hemos visto lo de Palestina. Pero es que sigue. Unas blandas declaraciones de condena de Israel, siempre aguadas cuando son del consejo de seguridad (para evitar el veto yanqui), inefectivas jeremiadas cuando vienen de la asamblea --pues ni siquiera la asamblea ha adoptado recomendaciones de bloqueo, o de sanción de ningún tipo, sólo exhortaciones), eso es lo que la ONU ofrece para solventar ese sangrante problema creado implacable, injusta e ilegalmente por ella en 1947. ¡Pasemos!

En 1950, la ONU lanza una guerra contra Corea del Norte. Por lo que puede haber sido un error político, Rusia, en protesta por el cariz claramente proimperialista de la ONU, se había ausentado; aprovechando tal ausencia, los yanquis no tuvieron dificultad en hacer aprobar decisiones que los autorizaban a ellos, con la bendición onusiana, y a título de «fuerzas armadas de la ONU», a intervenir en el conflicto interno de los coreanos. Adújose que Corea del Norte había atacado a Corea del Sur. Sí, así es, sólo que ¿cómo puede hablarse de ataque, cuando se trataba de coreanos que se disputaban el territorio de lo que era el país de unos y otros? Había muchas guerras civiles, y las hay. La palabra `ataque', en el sentido en que se usa en las relaciones internacionales, no se aplica ahí (salvo en el sentido táctico de un ataque en la batalla). Llevara razón Kim Il-Sung o no en su idea de que él representaba el sentir histórico del pueblo coreano, su aspiración a la unidad e independencia, mientras que el dictador de Seúl Syngman Rhee --años después derrocado por la propia población de Seúl, pese al apoyo yanqui que recibía-- era un títere del imperialismo extranjero, fuera o no eso así (y sabemos que las cosas son siempre más complejas que como las presente cualquier teoría), el hecho es que se trataba de una lucha interna de los coreanos. La tan cacareada (cuando interesa) no intervención no se aplicó en ese caso. La guerra bendecida por la ONU causó una enormidad de víctimas y daños materiales. Logró en parte sus objetivos: el régimen capitalista de Seúl se mantuvo y se consolidó, mas los yanquis no pudieron conquistar toda la península coreana.

En 1956 la ONU adoptó una declaración saludable contra la agresión anglo-franco-israelí contra Egipto, una de las pocas cosas buenas de su historia. Los historiadores han entresacado el fondo del asunto: los yanquis, tras haber apoyado bajo cuerda la agresión, se echaron atrás y temieron repercusiones gravísimas, en un clima en que el anticolonialismo ganaba terreno a marchas forzadas. Eso permitió que por una vez la ONU dijera algo sensato y lo dijera en alta voz. De ahí no pasó. Si las tropas se retiraron es porque los yanquis lo habían pensado mejor. Cuando Israel lanzó su segunda gran ofensiva, en 1967 (guerra de los 6 días), ya la ONU no impuso nada, sino que se limitó a lamentar que la paz fuera turbada, y en una odiosa resolución que no reconocía el derecho de los Palestinos a la autodeterminación, exhortó a una solución pacífica que tuviera en cuenta la necesaria seguridad de todos los estados de la región. Huelgan comentarios.

En 1960, el Congo ex-belga alcanza su independencia. Ese país había sido sometido por la voluntad de los capitalistas y monarcas europeos, reunidos en la [tristemente] famosa conferencia de Berlín de 1884-85, al poder omnímodo del rey de los Belgas, Leopoldo II, que hizo del territorio su reino personal absoluto y lo entregó a negreros de la peor especie, quienes impusieron a toda la población un sistema cruel de trabajos forzados, que equivalía casi a la esclavitud. Los colonialistas franceses, ingleses y alemanes hacían lo mismo, mas no en esa medida. En 1907, sin embargo, Leopoldo cede el Congo a Bélgica. (¡Sí, así como suena!) Bélgica quería quedarse para siempre con el Congo, y Balduino en 1959 hablaba en términos que prefiguraban una perpetuación de la dominación colonial. En el último momento, sin embargo, a causa de las luchas populares crecientes, los colonialistas tuvieron la idea de conceder precipitadamente la independencia. Se trataba de hacer ver a los negros que sin los europeos no podían vivir, dejar a un gobierno idealista e iluso (el de Lumumba) una tarea imposible de gobernar un país que los belgas, y sus agentes como Tchombé en Katanga, se encargaban de hacer ingobernable, y luego desembarcar (como lo hicieron efectivamente) para imponer orden. ¿Tratábase de un plan maquiavélico preconcebido? ¿De una concatenación de circunstancias? ¿Mitad y mitad? El hecho es que todo eso sucedió así. Y a la ONU le tocó por una vez intervenir militarmente para poner orden.

¿Qué orden? Las tropas de la ONU no opusieron resistencia al golpe de estado de Mobutu (el primero de ellos) del 14 de septiembre de 1960, golpe que condujo al ilegal arresto del presidente Patricio Lumumba y su asesinato por los hombres de Mobutu; todo con la aquiescencia implícita de esas tropas de la ONU. Son episodios oscuros, y los historiadores tienen más preguntas que respuestas. Los archivos secretos occidentales guardan muchos secretos al respecto. El hecho es que tuvo lugar una insurrección del pueblo congoleño contra la soldadesca proimperialista de Mobutu y de los politicastros de turno que se sucedieron rápidamente en el poder (hasta que Mobutu impuso definitivamente su orden, con su segundo golpe, el 25 de noviembre de 1965). El levantamiento estuvo encabezado por el lumumbista Pierre Mulele y fue aplastado por el desembarco de tropas yanquis y belgas. La ONU había impuesto en el poder a uno de los más crueles regímenes del siglo XX, cuyo récord relatará la historia; o, si no impuesto, sí ha colaborado en la imposición, o ha sido cómplice de la misma.

En varios otros casos las tropas de paz de la ONU, los célebres cascos azules, bravamente se han abstenido de combatir por la defensa de la seguridad de la población de dizque estaban protegiendo. Puédense citar montones de ejemplos: en Chipre en 1974 (la isla fue invadida por sus seculares sojuzgadores, los potentados turcos, quienes siguen ocupando ilegalmente casi la mitad de la isla --cuando la población de habla turca es una pequeña minoría--, sin que la ONU haya hecho nunca nada efectivo para ayudar al pueblo chipriota, víctima de esa agresión). En el Líbano en 1983, ante una nueva agresión israelí, esta vez hacia el Norte: nueva pasividad e inacción de la ONU. Esas tropas sólo disparan contra particulares más o menos inofensivos.

Aparte de unas cuantas exhortaciones anticolonialistas y antirracistas --que, como ya se ha dicho, fueron adoptadas principalmente en el período de auge de esos sentimientos, las décadas de los 60 y 70--, y que no se plasmaron en nada, los actos de la ONU han sido todos de sesgo no ya pro capitalista, sino favorables incluso a algunas de las fuerzas más repugnantes y tenebrosas que hay en el planeta. En 1975 el régimen fascista y sanguinario de Suharto, en Indonesia (que mató a medio millón de comunistas en 1965 y años siguientes) invadió la colonia portuguesa de Timor, y se la anexionó. La ONU ha desaprobado, mas en términos de mesura (no encuentran mesura similar para el Irak cuando las tropas de ese país liberaron el territorio de Kuwait, histórica y lingüísticamente iraquí). Ese comedimiento hacia los militares indonesios es rayano en la complicidad.

Peor que eso todavía es lo que ha hecho la ONU en Camboya, en Afganistán, en Libia y en Irak. En la década de los 70, aprovechando el derrocamiento del un tanto errático príncipe Sihanuk --en un golpe orquestado por la CIA--, la pandilla genocida de Pol Pot impuso su poder en Camboya. Ninguna deformación de las ideas del comunismo ha sido tan espantosa como ésa. Matanzas, torturas masivas, exterminio de los intelectuales (incluidos quienesquiera que hablaran una lengua extranjera o llevaran gafas o escribieran), sometimiento de la población a una esclavitud. Los burgueses, tan despiertos siempre para denunciar, cual crímenes y abusos contra los derechos humanos, cualesquiera actos de represión en países socialistas o simplemente no adictos al FMI, fueron bastante discretos en lo tocante a aquellas fechorías de Pol Pot. Mas, sobre todo, cuando a fines de diciembre de 1978 el Vietnam intervino --respaldando al FUNSK, fuerza formada por los comunistas camboyanos hostiles al régimen cruel de los khmeres rojos-- y de un plumazo, en un santiamén, barrió al régimen polpotista e impuso --con la toma de Phnon Pen el 07-01-1979-- la República Popular de Camboya (a la que las baterías propagandísticas de la burguesía no han podido nunca achacar ningún crimen), entonces no sólo se ocultó el genocidio, sino que todos a una gritaron que esa agresión era intolerable. La ONU mantuvo su pleno reconocimiento del exiliado y repudiado grupo de Pol Pot, y la sede de Camboya en la organización siguió en poder de esa banda exterminadora, con el apoyo y bendición de Washington y de todas las capitales occidentales. (De hecho los norteamericanos, ingleses y franceses, a través de la monarquía tailandesa, apoyaron, entrenaron y armaron a los khmeres rojos y sus aliados en el autodenominado frente nacional, que ha hostigado al nuevo gobierno provietnamita de Phnom Pen hasta provocar su semirrendición, con el plan de la ONU, que (¡ojalá nos equivoquemos!) podría hacerse un tapujo para propiciar la vuelta al poder de los polpotistas y un nuevo calvario de ese martirizado pueblo.) En estos últimos tiempos, se ha vuelto a hablar de los crímenes de los khmeres rojos, mas ¡qué poco para lo que han sido y para el hecho de que nominalmente han sido perpetrados por quienes se decían comunistas! A Stalin no se le perdona una, y grotescamente se inventan cifras abultadísimas sin la menor base documental. Stalin nunca persiguió la cultura, ni forzó a la población urbana a ir al campo, ni hubo matanzas. (Que estuvieran justificadas o no todas las acciones represivas, es otro asunto; mas hay que tener sentido de las medidas y las proporciones; Stalin engrandeció a su país, logró la victoria sobre Hitler y consiguió enormes adelantos; Pol Pot hundió al suyo, lo hizo volver siglos atrás. ¡Los imperialistas, tan contentos!)

Lo del Afganistán no llega a tanto como lo de Camboya, mas no es de menospreciar. Un régimen que desagradaba a los yanquis existía en Kabul. Había proclamado la República, emprendido la laicización del país, la emancipación de la mujer, la modernización, una reforma agraria. Las hordas salvajes del atraso, de la ignorancia, del fanatismo, fueron pertrechadas con las armas y los dólares yanquis para abatirlo. Los rusos intervinieron, de mala gana, y nunca de manera que compensara efectivamente del todo el gigantesco apoyo que los terroristas del fundamentalismo islámico recibían del Pakistán, los EE.UU., China, el Irán y toda la reacción. ¿Qué hacía la ONU? Con palabras apenas veladas, condenaba al gobierno progresista de Afganistán y alentaba a los reaccionarios. Ahí están los frutos. El partido que gobernaba en ese país quizá nunca estuvo bien preparado para ejercer ese poder, estaba dividido, y no pudo o no supo hacer frente con bastante tenacidad al hostigamiento. Capituló. Y el pueblo afgano sufre hoy una sangría que se prolonga, en condiciones de vida que no ve uno ni cómo permiten la supervivencia. Conque no es de extrañar que la población de Kabul se haya manifestado para pedir la vuelta al poder de Nayibulláh (aunque cabe conjeturar que Nayibulláh fue responsable y aun preparador de la capitulación, y que fue Gorbachov quien lo impuso contra el anterior líder, Babrak Karmal; son temas oscuros, que algún día se aclararán; de momento, lo que es real es la porfía a tiros entre los cabecillas de las diversas facciones islamistas, y quien paga el pato es el pueblo). Lo que está pasando en Kabul también es responsabilidad de la ONU, que contribuyó a la caída del único régimen humano y moderno que tuvo el país.

Otros casos en los que la ONU ha dado su visto bueno para acciones contra los pueblos de países cuyos gobiernos no se sometían al dictado euro-norteamericano han sido los de Libia en 1992 y la guerra del golfo. Es ocioso recordar esos hechos, que están en la memoria de todos.

Un asunto que a los españoles nos toca muy de cerca es el del Sájara (o Sahara, como cada cual prefiera llamarlo). Franco cede al Sultán de Marruecos en 1958 la zona septentrional de ese territorio, la de Tarfaya. Las pretensiones del sultán se basan en que históricamente en varias ocasiones los monarcas alauitas impusieron, en sus expediciones militares hacia el Sur, una momentánea tutela feudal a varios régulos o jefes tribales y alguna vez ese vasallaje llegó a la ribera del Senegal. En realidad, la base de esa reclamación marroquí es deleznable. Las fronteras de África fueron artificialmente trazadas por los colonialistas, con el terrible legado que ello ha conllevado. En el caso del Sájara, cabe decir que son árabes, y a título de tales miembros de la nación árabe. Mas eso no da al reino de Marruecos un derecho especial al territorio, en violación de la voluntad de sus habitantes. Sea como fuere, el hecho es que el cacareado derecho internacional prescribe, por una vez claramente, que el Sájara tiene derecho a la autodeterminación. Mas el 14 de noviembre de 1975 nuestro gobierno monárquico entrega a los sajarahuis a Marruecos y a Mauritania (tratado de partición, como el firmado siglos atrás por las potencias europeas para desmembrar y despojar a España, y del cual resultó la entronización de los Borbones). Mauritania, derrotada, firmó la paz con el frente Polisario en agosto de 1979, mas el Sultán invadió entonces también la parte sur del territorio, ya sin siquiera el tapujo de los acuerdos de Madrid, que no le reconocían más que la parte norte. ¿Qué ha hecho la ONU? En diciembre de 1978 la asamblea reconoce el derecho a la autodeterminación de los sajarahuis y en noviembre de 1979 condena a Marruecos. Condena. Ninguna medida de represalia ni de presión. Se pone en marcha un plan de paz, con vistas a un plebiscito. Las cosas parecen avanzar. Y de golpe, ¡viraje! El secretario general, Javier Pérez de Cuéllar, hace suyas las tesis del Sultán. La ONU empieza a darle la razón, y a aislar y hostigar a los representantes sajarahuis, imposibilitando el plebiscito. Al poco, Pérez de Cuéllar termina su período al frente de la organización, y encuentra nuevo empleo. (En un Banco, y no de botones: Republic National Bank of New York, 425 Fifth Avenue [en el centro de Manhattam], Nueva York 10018, U.S.A. Dato tomado del libro THE INTERNATIONAL WHO'S WHO, Londres: Europa Publications Ltd, 1992, págª 1267.) Al parecer el Sr Pérez de Cuéllar tiene un futuro brillante de negocios en asociación con capitales marroquíes (o sea, del feudal soberano de Rabat).

Los precedentes secretarios generales tampoco fueron santos. Las monarquías escandinavas proporcionaron los dos primeros, Trygve Lic, de Noruega (1946-52), y Dag Kammarskjöld (1953-61), quien murió en circunstancias misteriosas en un «accidente» en el Congo, en 1971. (Se ha dicho [¿será verdad?] que Hammarskjöld, a partir de cierto punto, quiso enderezar el rumbo de la política onusiana en el Congo, y se opuso a los manejos y asesinatos de los colonialistas y sus agentes locales. Quien esto escribe carece de información que pueda confirmar o desmentir tales hipótesis.) Luego el birmano U Thant (1961-71), un mandado de escasa monta, y el hitleriano Kurt Waldheim (1972-81). (También dicen que su hitlerismo, bien conocido desde hacía años, sólo fue sacado a la luz cuando interesó a Israel, porque el Sr Waldheim se había creído obligado a ciertas declaraciones relativas a una solución justa en Palestina, algo tan vago como eso. De nuevo, el averiguar qué haya de verdad en tales alegaciones lo dejamos a los historiadores.)

Tal es el historial de la ONU. ¿Que hemos cargado las tintas? ¿Que hemos presentado sólo una cara de las cosas? ¿Que la organización también ha dicho cosas positivas? Sí, las cosas son siempre más complejas. Todo tiene más facetas de lo que se puede decir en un resumen, o incluso en cualquier relato finito, porque cada cosa tiene una complejidad infinita. Mas sería engañoso poner los miles de pequeños detalles en el mismo plano que los grandes trazos, de los rasgos que prevalecen. Y en el caso de la ONU, el balance está bien claro.

¿Que qué cabe pedir? Bueno, la ONU va a seguir, porque interesa a los que mandan en el Planeta. Pedir que se reforme es un voto piadoso e inefectivo, aunque habrá que saludar cualquier paso en esa dirección que alguien proponga, si lo propone. Lo que nos toca hacer con la ONU es sencillamente contar la verdad. Que la verdad canta.


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Director: Lorenzo Peña