En las condiciones del imperialismo es absurdo hacer una descripción del régimen capitalista aisladamente en un país de los del club dominante, ni siquiera en una zona geográfica constituida por países así. Sería poco menos incorrecto que describir el capitalismo según sus efectos en (¡digamos!) el barrio madrileño de Salamanca. A quien emprendiera una descripción así se le respondería, con sobrada razón, que su descripción es muchísimo más falsa que verdadera, porque qué pase o deje de pasar en ese barrio acomodado es poco significativo de qué sea el capitalismo no ya a escala global, sino hasta para un territorio un poco importante, como el de España.
A su vez, describir el capitalismo en España, o en Europa, es poco significativo de cómo es y opera el capitalismo en el conjunto de su territorio, que es --con la excepción de algún pequeño rincón, como Cuba-- la totalidad del planeta. El mercado capitalista es planetario desde hace siglos (una cara de la moneda, el capitalismo inglés en Inglaterra en el siglo XVIII, no se entiende sin la otra cara: la trata de negros, la esclavitud en las colonias, los mecanismos de acumulación del capital). Esa internacionalidad del mercado se ha ido haciendo cada vez mayor y más fuerte; hoy más que nunca son estrechísimas las relaciones mercantiles que unen en un solo mercado, en una zona comercialmente unida, a todo el planeta. Eso no excluye que haya barreras aduaneras u otras trabas, que también son utilizadas por la clase dominante de los países dominantes según sus conveniencias. Esas barreras no eliminan el hecho de que, a través o a pesar de ellas, el régimen capitalista es un todo planetario, y el mercado es el mercado mundial, del cual los otros mercados «regionales» son piezas o partes.
Quienes olvidan eso se entregan a quimeras, pintándonos al capitalismo de color de rosa. Según ellos, este régimen, a medida que se desarrolla, va proporcionando a los proletarios mayor comodidad y mayor cultura. Por supuesto que no es ya que eso vaya en contra de lo que vemos diariamente, o sea de lo que está realmente pasando en la zona de dominación capitalista, el planeta Tierra (con esa o esas pocas excepciones), sino que --para quienes se proclamen marxistas y enuncien tales asertos en nombre del marxismo-- hay que señalar que va en contra hasta de la tesis de Marx del empobrecimiento creciente de la clase obrera bajo el capitalismo. Podría suceder, sí, que esa tesis fuera falsa, en una u otra de sus célebres versiones. La experiencia muestra, sin embargo, que es verdadera en al menos una versión: hay efectivamente en el capitalismo una tendencia al creciente empobrecimiento del proletariado; eso sí, bajo el imperialismo esa tendencia golpea principalmente --a menudo únicamente-- a la masa mayor de ese proletariado, que son los pobres de los países pobres. ¿Por qué? Pues sencillamente porque el que así suceda forma parte de la estrategia política de la clase dominante para asegurarse el poder, sobornando a una nutridísima aristocracia obrera, que puede llegar a ser mayoritaria en los países ricos. En éstos las capas más oprimidas del proletariado tienden a estar formadas por inmigrantes de los países pobres. Todos estos fenómenos no son de ahora, mas ahora han adquirido una envergadura mayor.
No se explica la pobreza de los pobres bajo el capitalismo sin la riqueza de los ricos ni ésta sin aquélla. Cada uno de esos factores es causa y efecto del otro. No se explica el triunfo en el mercado de un competidor sin la ruina del otro. No se explica, bajo el capitalismo, el relativo bienestar que la clase dominante concede a los obreros de los países ricos sin su contrapartida, la espantosa miseria y hasta el hambre a que somete a inmensas muchedumbres de los países pobres. Ni es que estos países pobres todavía no hayan alcanzado un nivel suficiente de desarrollo, y que esperando el transcurso del tiempo vayan a ponerse a la altura de los países ricos. La raíz del problema no estriba en que sean, como se decía, subdesarrollados: el subdesarrollo es por lo menos tan efecto como causa, y frecuentemente más. El subdesarrollo, la pobreza creciente, de países latinoamericanos como Argentina --que era una potencia económica hace 60 años, por delante del Canadá-- desmiente la tesis de que lo que les pasa es que aún no han llegado. (Recientemente Roger Garaudy --un filósofo y antiguo dirigente del PC francés-- ha mostrado que el subdesarrollo de Argelia ha sido causado por la colonización francesa.)
En la bestial jungla capitalista, el que lleva las de perder pierde en beneficio de su competidor. En los países que han perdido --en general ya irremediablemente, dada la correlación de fuerzas--, las grandes masas proletarias o semiproletarias se ven sometidas a la más despiadada opresión y miseria, independientemente de que los gobiernos de turno sean civiles o militares, elegidos o no. Las lentejuelas democráticas no alteran nada el fondo del problema real, la verdadera situación de las masas populares.
Para afianzar e incrementar todavía más esa dominación conjunta de los países pobres por los ricos, la burguesía ha ido pertrechándose de nuevos instrumentos de opresión y control: el Banco Mundial, el FMI, la OTAN, el Mercado Común Europeo, etc. Cuando tropieza ese control con la resistencia de algún país no perteneciente al grupo dominante, se lo aplasta brutalmente, sea con golpes urdidos por la CIA, sea con intervenciones militares o incluso guerras. Generalmente no hace falta, porque el despliegue de musculatura militar y financiera es ya de por sí argumento contundente para que los líderes de los países pobres se achanten y acepten aplicar las medidas que se les dicten desde Washington, Londres, París o Berlín. Así han puesto de rodillas incluso a gobiernos inicialmente antiimperialistas, anticapitalistas, como en Angola y en Mozambique, p.ej.
No puede tampoco explicarse sin los efectos de la revolución rusa de 1917 y de las que vinieron después --casi todas ellas temporalmente victoriosas en países que entonces tenían escaso desarrollo industrial-- el relativo bienestar de una buena parte de los obreros de los países ricos (incluidos los que, como España, lo son menos, pero han sido enganchados al club por conveniencia de la burguesía imperialista europea y norteamericana). Sin la necesidad de contrarrestar el prestigio de esas revoluciones no se explican las medidas que a regañadientes consintieron las burguesías occidentales, tanto las que gobernaban con formas democráticas como también incluso las que lo hacían con formas fascistas. Es evidente que, al haber desaparecido ese peligro, la burguesía vuelve a la carga para recuperar lo perdido; su buen sentido le dice, no obstante, que es mejor descargar el peso mayor sobre los más indefensos y más vulnerables, los pobres de los países pobres.
Está claro que, siendo así las cosas, la tarea prioritaria de cuantos luchamos contra el capitalismo es la solidaridad con esas supervíctimas de éste que son las grandes masas populares de Asia, de África y de Latinoamérica, que constituyen con mucho la abrumadora mayoría de la población del orbe capitalista. (Un dato: los pobres de la India, sólo los de la India, son más del doble de la población entera del Mercado Común Europeo.) Si quiere Ud enterarse de veras de lo que es el capitalismo, no vaya a la Expo92, sino que, en vez de eso, pase algún tiempo viviendo en los arrabales de Lima, o Río, o El Cairo, o Bombay, etc etc. Seguro que no volverá entonando alabanzas al capitalismo.
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Director: Lorenzo Peña