Armando López Salinas
Mientras se sacrifican vacas, se arrancan viñedos, se congelan salarios, se pretenden bajadas en las pensiones, un despido más fácil y barato y el paro masivo nos atenaza, la totalitaria iglesia neoliberal de Hayek, Popper y compañía, iglesia del silencio frente a la corrupción reinante, donde como sacristanes del capital cotorrean, entre otros los Boyer, Solchaga, Barea, Termes, Cuevas o Rojo (¡qué apellido tan contradictorio, tan engañoso!), afirma que todo esto y más aún es necesario porque los días de Maastricht están cercanos y esa tierra de promisión con ríos de miel y leche dará de comer a los hambrientos y de beber a los sedientos.
Ante tales profecías, ante tal sobredosis de ideología neoliberal pinchada en vena, uno, que es de natural descreído además de incorrecto políticamente, piensa que no estaría mal que mientras llegan los días de vino y rosas del Tratado de Maastricht, no estaría mal que los humillados u ofendidos de este país, y de otros, tratáramos no sólo de lamentarnos, cosa siempre reconfortante, sino de ver el cómo organizarnos para cambiar las cosas.
Y en este sentido el que suscribe entiende que convendría volver a leer el tercer acto de Hamlet, aquel en el que Shakespeare plantea el dilema que siglos más tarde tomara Marx y, al recordar esto, que nadie tome el rábano por las hojas.
«¿Sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna o tomar las armas contra un piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabar con ellas?»
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