por Lorenzo Peña
Sacrificaron todo para que estuviéramos en Eurolandia. Por el euro estábamos dispuestos a dar la vida si era preciso. ¿Nos imponían déficit cero? ¡Pues déficit cero! O lo que fuera.
Y vino el euro: ¡glorioso 1 de enero del 2002! Ya estábamos dentro, dentro, y todo sonreiría. Había nerviosismo: ¿cómo lo tomaría la gente? Pues dizque la gente lo tomó bien. Se les prohibió usar pesetas y, en vez de infringir la prohibición, dejaron de usar pesetas. Se les dijo que sólo se podría pagar con euros y se precipitaron a cambiar sus pesetas por euros. Fue, sí, un desbarajuste al principio, unos días de graves problemas económicos por la súbita venida de esos eureolados euros, mas poco a poco nos proclamaron que la gente lo aceptaba y que hasta sus detractores mordían el polvo y pagaban en euros. ¡A la fuerza ahorcan!
Un año después, los sondeos dicen que la abrumadora mayoría de las personas de todas las edades cuentan sólo en pesetas o en su moneda respectiva, salvo cuando se trata de cantidades pequeñas en las que lo que importa son las monedas o los billetes que se van a desembolsar, no el significado pecuniario del precio.
La verdad es que, si tanto preocupaba a nuestros gobernantes saber qué pensaba la gente, uno podría esperar que hubieran sometido a plebiscito el cambio de moneda. Por algo no lo hicieron.
Lo curioso es que, si nunca nos dijeron claramente qué ventajas tendría el paso al euro, una vez efectuado no nos han dicho (ni clara ni oscuramente) qué se ha conseguido, salvo la vulgaridad de que así es más cómodo pagar al viajero que va a París y vive en Madrid o viceversa; ¡como si tal circunstancia tuviera gran importancia o si la mayoría de la gente se pasara el año viajando de la ceca a la meca!
¿Es eso todo? ¿De veras ese costosísimo cambio no ha traído ninguna otra ventaja? ¿O sí? ¿Cuál?
Estamos esperando que nos digan aunque sólo sea una ventaja.
Lo que vemos son desventajas (de las cuales tampoco hablan).
Desde luego sabemos que todo eso es relativo, porque la economía no tiene leyes. Sólo hay tendencias, las cuales pueden no plasmarse en un caso dado por cualquier causa. Mas esas tendencias están ahí, y frente a ellas no se ve ninguna por la cual vayamos a sacar provecho alguno del euro.
Sea válido nuestro razonamiento o no, ¿cuáles han sido los resultados de la implantación del euro? Un año después, los resultados difícilmente pueden ser peores. Y se callan como muertos. La situación económica es mala. Ahí está lo que pasa con el déficit cero, que nos costó sangre, sudor y lágrimas (y para lo que hubo que provocar un deterioro de la economía española y una grave restricción del consumo, con las graves consecuencias que eso entraña). Ahora resulta que los ricos no pueden con ello, y que nuestro sacrificio ha sido en balde, porque queda aplazado hasta ya se verá cuándo. No se ha impulsado el consumo, ha sufrido un golpe la inversión, hay atonía de la demanda.
Tal vez las cosas no irían mucho mejor sin el euro. ¿Quién lo sabe? O tal vez sí. En cualquier caso, van mal, muy mal, y el euro no ha traído nada bueno. Lo más verosímil es que el euro es una de las causas de la depresión económica en que estamos sumidos. Y causa en particular de que azote a España como la azota, porque, si no, los problemas de las potencias del norte más afectarían a esas potencias del norte.
Conque no nos han persuadido de que el euro haya traído nada bueno. Y no han persuadido a casi nadie. En las elecciones que han tenido lugar, los adversarios del euro han logrado grandes resultados. P.ej. en Francia, con el paso de Le Pen a la segunda vuelta. El establishment se ha apresurado a achacarlo a la xenofobia, y a ese voto «populista» le han enviado un mensaje los nuevos gobiernos de Francia, Dinamarca y Holanda, con medidas legislativas contra los inmigrantes. O sea, porque un francés con derecho a voto de cada 15 ha votado a Le Pen, cuyo programa había soslayado y suavizado en buena medida los ataques contra el inmigrante, a la vez que formulaba una clara propuesta de salir del euro, por eso el gobierno ultrarreaccionario de Chirac-Raffarin recoge y asume las posiciones antiinmigrantes de Le Pen sin asumir la menor reserva frente al dominio del euro.
Fenómenos similares se ven en otros países de Eurolandia. Las resistencias al euro se explotan para golpear a los inmigrantes. Todo eso nos suena. Le suena a cualquiera.
Hasta ahora el pueblo francés había logrado salvarse del azote paneuropeo preservando la integridad jacobina de la República, la exception française, el modo de vida francés que permitía un nivel relativamente elevado de protección social, elevadas prestaciones sociales, una eficiencia de los servicios públicos nacionalizados. Todo eso se viene a pique con el nefasto dúo Chirac-Raffarin. Para salvar el euro, los círculos dirigentes franceses han impuesto al más paneuropeísta y antifrancés de los políticos posibles, el destructor del estado francés, el regionalizador. (En Bruselas quieren debilitar a los estados y aumentar las competencias de las regiones, porque ésas no hacen sombra a Eurolandia.) Francia se encuentra con el régimen más reaccionario desde 1830 (desde la caída del rey Carlos de Borbón). Y tal vez, en algún aspecto, haya que remontarse a Luis XIV. Se acabó la igualdad republicana. Francia será también una confederación de taifas enfeudada a la comisión de Bruselas.
Por otro lado, el euro está ahora llamado a ser la futura moneda de toda la expandida Unión Europea.
La reciente reunión de Copenhague ha consagrado el paso a la Europa de los 25. Amplíase la zona de influencia e interés alemanes, con una mayor orientación hacia el Este.
La España borbónica no ha obtenido nada. Si hasta ahora la pertenencia de España a la Unión había arrojado un saldo pecuniario favorable para nuestra Patria --lo cual, sin embargo, encierra en el fondo una falacia--, ahora las ayudas han de reservarse para los nuevos socios, que interesan más a los banqueros de Berlín, y para la propia Alemania, que ha recibido enorme socorro para compensar sus gastos por las inundaciones del pasado verano (al paso que a España no se le ha otorgado ni un céntimo para hacer frente a la marea negra).
El gobierno español había solicitado que se mantuvieran las ayudas a los países meridionales más atrasados y pobres, como el nuestro. Ha recibido calabazas. Para consolarse, las autoridades borbónicas han entonado la cantinela de que España ya es rica. Qué verdad (mejor, qué falsedad) encierra esa cantinela se puede ver leyendo el artículo «La Marea Negra: Lo que estaba escrito» --en este mismo número de ESPAÑA ROJA.
Había falacia en el balance pecuniario favorable a España en las aportaciones a y de la U.E. porque hay que tener en cuenta que buena parte de las ayudas que recibimos fueron para que cerrásemos importantes sectores de nuestra producción agropecuaria e industrial; lo cual se traduce en una pérdida que no viene reflejada en las cifras de esos balances.
Además, hay que ver para qué se nos han concedido las ayudas: el mayor rubro ha sido la construcción de autopistas, que han dejado exhausta y degradada nuestra naturaleza, agravando nuestro subdesarrollo en infraestructuras ferroviarias y una serie de males de la débil y precaria economía española: ferrocarriles no competitivos en decadencia, incremento de la dependencia energética de los hidrocarburos, terrible contaminación. España no está mejor que antes de la entrada en el Mercado Común europeo. Está peor.
Y no puede traer nada bueno lo que se anuncia con la expansión al Este. Se dijo que esa Europa unida y amplia formaba un contrapeso y un contrapunto a la hegemonía norteamericana; porque, frente al individualismo a ultranza del sistema yanqui, aportaría otra visión más humana.
La realidad desmiente tal predicción. Y es que, cuando los EE.UU ejercen un control sobre las instituciones unificadas de la unión europea, esa unión es un instrumento más de la hegemonía yanqui. Los EE.UU tienen mejor controlados a los estados miembros de la U.E. dentro de ésta que como los tendrían controlados si estuvieran fuera.
Al incorporarse a la U.E. quedarán mejor sujetos a ese control estadounidense países como: Malta, Chipre, Polonia, Eslovaquia, Hungría; ese ingreso en la U.E. descarta y ataja de antemano las posibles veleidades de rumbo independiente --ya sea un retorno a una parte del abandonado legado colectivista en el caso de los países del Este, ya sea un no-alineamiento tercermundista, en el caso de Chipre o Malta.
Mas el heteróclito conglomerado que se forma es una torre de Babel. En los 25 estados miembros habrá 20 idiomas con rango de lengua oficial-estatal: 3 de ellos de la familia fino-ugriana (magiar, estón y finés) y 17 de la familia indoeuropea: 5 germánicos (sueco, danés, alemán, holandés e inglés); 4 latinos (francés, italiano, portugués y español); 1 celta (gaélico irlandés); 1 helénico (el griego); 6 baltoslavos (letón, lituano, polaco, checo, eslovaco, esloveno).
Son absurdas las pretensiones de edificar con ese material unos estados unidos de Europa. Esa unión es puramente artificial, un mero club de ricos, una asociación por arriba de las oligarquías financieras, sin raíces en la vida natural de los pueblos: la lengua, la tradición, la cultura, la historia.
Si de veras quieren unidad, hubieran debido empezar, no por hacernos pagar en euros, sino por hacernos hablar el europeo. Primero tienen que inventarlo.
Por todo ello, el euro ha vencido pero no ha convencido.
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Director: Lorenzo Peña