España Roja - Nº 11. Enero de 2003
LA ESCORIA LONDINENSE

por Lorenzo Peña


Bagdad: tribuna para defender al pueblo de Mesopotamia
Sediento de sangre, el más agresivo y despiadado imperialismo de la historia humana prosigue sus preparativos para abalanzarse contra el pueblo de Mesopotamia y sojuzgar a la nación árabe.

Son bastante claros los motivos de la nueva guerra de agresión. En primer lugar, el imperialismo yanqui, el capo de la coalición imperialista, ha asumido los mismos objetivos de las potencias imperialistas europeas, con la única modificación de poner bajo su propia tutela las viejas aspiraciones de dominar a las razas de tez menos clara, so pretexto de llevar la civilización.

La ambición de sojuzgar a la nación árabe fue emprendida por el colonialismo europeo desde comienzos del siglo XIX y llegó a su punto culminante en el reparto del Oriente medio entre el colonialismo francés y el anglosajón en 1918. Mesopotamia (Irak) fue colocada bajo yugo británico y se le impuso un rey sacado de un oscuro rincón de Arabia, uno de los turbulentos señores feudales hachemitas.

El pueblo iraquí derrocó a la monarquía hachemita el 14 de julio de 1958. Ahora Washington activa los preparativos para restaurarla, aunque al parecer está un poco en discusión la persona del futuro soberano.

Ahora hay nuevos motivos para emprender la segunda conquista de Mesopotamia:

Con vistas a esa restauración monárquica, el imperialismo yanqui arma y azuza a sus mercenarios, todos dispuestos a obedecer las órdenes del imperialismo anglosajón pero peleados unos con otros --como se acaba de ver en el aquelarre de Londres.

Un memorandum dirigido por Bush al secretario de Estado y al de la guerra --difundido por la Casa Blanca el 9 de diciembre del año 2002-- dice:

En virtud del poder que me confiere la calidad de presidente de los Estados Unidos, más en particular en virtud de los artículos 4 (a) (2) y 5 (a) de la ley de 1998 sobre la liberación del Irak, y según la decisión presidencial 99-13, autorizo otorgar 92 millones de dólares como máximo en forma de artículos de defensa [...] y entrenamiento militar [...] a los grupos siguientes: Pacto nacional irakí; Congreso nacional irakí; Partido democrático de Curdistán; Movimiento a favor de la Monarquía Constitucional; Unión patriótica de Curdistán; Consejo Supremo de la Revolución Islámica de Irak; y a otros grupos de oposición irakíes que ya he designado o designaré más tarde en virtud de esa ley.

La agenda no tan secreta del imperialismo yanqui incluye el desmembramiento de Mesopotamia, manteniendo una unidad de pura fachada que encubra el despedazamiento del país en varias entidades separadas, divididas por fronteras étnicas, procediéndose en cada territorio así escindido a una depuración étnica: curdos por un lado, por otro turcos, asirios y caldeos, más una zona confesional shiita en la desembocadura del Tigris y el Eufrates.

El restaurado trono de Bagdad reinaría nominalmente sobre una confederación de verdaderos reinos de taifas, las satrapías étnico-religiosas.

Ya aplicado en Yugoslavia --y parcialmente en el Curdistán iraquí desde 1991--, ese modelo podría luego extenderse a las futuras nuevas víctimas: la Siria ahora colocada bajo el hereditario despotado de Asad, o la Arabia de la dinastía Saudí; hoy se las enrola para hacer la guerra, prometiéndoles la vida, pero no estarán a salvo ni marchando en son de guerra tras el carro del conquistador.

Más tarde le llegará el turno a Persia. El resultado será que Israel y su aliada neo-islamista, la Turquía genocida y brutal, serán las únicas potencias de la zona, ambas estrechamente controladas por Washington y dependientes del imperialismo yanqui.

Como la infame resolución 1441 de la dictadura mundial, el consejo de seguridad de la ONU, era un simple instrumento para hacer avanzar ese afán bélico estadounidense, el imperialismo yanqui ha acudido a un acto de latrocinio desconocido en la historia de la diplomacia, apoderándose por la fuerza del informe que, bajo amenaza de guerra, se vio forzado a redactar el gobierno de Bagdad sobre toda su industria y su investigación que tuviera algo que ver con la química o la biología --o sea sobre todo lo que se hace en el país.

Con el consentimiento del presidente en ejercicio del Consejo de seguridad, el embajador colombiano, Alfonso Valdivieso (el mercenario gobierno de Alvaro Uribe está esperando una ayuda de Washington), los estados unidos se adueñaron de las 12.000 páginas de la declaración irakí entregadas al jefe de los inspectores de la ONU, Hans Blix.

Unas 18 horas después de perpetrar ese robo, ese asalto a mano armada (que hasta a su títere Kofi Annan le produjo escozor), los yanquis han distribuido copias (probablemente censuradas y maquilladas) a sus aliados, Francia y Gran Bretaña. Luego otras copias a las demás potencias termonucleares (los cinco miembros permanentes que ejercen la dictadura conjunta sobre la humanidad a título de vencedores de la segunda guerra mundial y de grandes potencias militares).

Nada, absolutamente nada, en la Carta de la ONU otorga ese privilegio a los miembros permanentes del CS. Lo único que se les concede es el derecho de veto sobre las decisiones. Además de ejercerlo, se arrogan otros y, cómplices del matón yanqui, consienten que éste rebase cualesquiera límites formales y actúe como sólo Gengis Kan lo hizo.

Los mongoles tomaron Bagdad e hicieron morir a miles de personas. El imperialismo yanqui se apresta ahora a hacer arder las ciudades de Mesopotamia matando a muchos más millares de seres humanos quemados, abrasados, achicharrados, destripados, calcinados, ahogados por la metralla, el uranio vaciado, los refinamientos crueles de la sádica ingeniería bélica estadounidense y europea, acribillados por las bombas de racimo y de fragmentación, el humo tóxico, las bombas de granito.

Implacablemente --como el inclemente depredador que acosa y desarma a su víctima antes de deleitarse en su agonía-- los aviones de guerra del imperialismo yanqui-británico, día a día, van --para preparar la invasión-- destruyendo instalaciones civiles, aniquilando, sembrando la ruina, el pánico, el llanto, la desolación.

Y luego a esas mismas poblaciones civiles a las que acaban de diezmar las bombardean con cientos de miles de octavillas en árabe amenazando a esa pobre gente con matarla desde el aire si se atreve a reconstruir lo recién destruido: sus casas, sus hangares, sus edificios, sus caminos y puentes.

A tal extremo en la historia sólo llegaron los hitlerianos --aunque no con esa magnitud (sus medios eran más limitados y su capacidad de destrucción mucho menor).

La escoria del género humano está representada por la gavilla de felones que han acudido a la convocatoria anglosajona en Londres y que ya se reparten el botín de las satrapías y el premio de la traición.

Mas está por decirse la última palabra. Todavía estamos a tiempo de parar esta guerra, si no la más infame, ciertamente sí una de las más inicuas de toda la historia, y sin duda aquella que constituiría la más espeluznante carnicería.







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Lorenzo Peña
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